GEMA LENDOIRO
Nace un bebé y una de las primeras preocupaciones de los padres primerizos es el sueño. ¿Por qué tanta obsesión?
Porque
si no dormimos no somos personas y el bebé llega a nuestros brazos con
un ritmo de sueño incompatible con nuestras propias necesidades. Si a
eso añadimos el ejercicio de unos determinantes culturales (que algunos
todavía se empeñan en imponer en nombre de la ciencia mal entendida)
como obligar a nuestro bebé a dormir lejos del cuerpo de su madre, la
situación se hace insostenible. Ni duerme él, ni duerme la madre, ni
duerme el padre.
Asegura que «los niños no aprenden a
dormir». Y tiene legión de fans. Pero en el otro lado tiene al doctor
Estivill diciendo justamente lo contrario, que sí aprenden y de hecho él
tiene un método que muchos padres siguen. ¿Qué dice la ciencia,
entonces?
La ciencia dice muchas cosas pero, lo más
importante es que la ciencia no es la única en tener derecho a palabra
en este tema. Esto es, el sueño infantil no es sólo ciencia. También es
cultura, es valores, es sentimientos y emociones. Lo que tiene que decir
cada uno de ellos es tan importante como lo que tenga que decir la
ciencia. Por eso, nadie en nombre de la ciencia debería tener autoridad
para que unos padres actúen en contra de sus propios valores y
sentimientos.
A partir de aquí, como ya he dicho, la ciencia dice
muchas cosas. La ciencia de la medicina del sueño infantil, heredera de
la pediatría del siglo XIX ―que es a la que pertenece el doctor
Estivill y otros más (como el propio Ferber)― parte de la idea de que el
bebé debe dormir solo porque ese es su modelo de sueño saludable. Pero
la ciencia de la antropología y de la biología evolutiva, con el
profesor McKenna como pionero en este campo, nos descubre que la manera
natural de dormir del bebé humano es en íntimo contacto con su madre, y
que este sueño en solitario es excepcional en la historia de la
humanidad. La neurología, por su parte, nos revela que lo peor y más
estresante que le puede pasar a un bebé es que lo separen de su madre. A
todo esto hay que añadir que la medicina tradicional del sueño nunca
comprobó que el sueño en solitario del bebé fuera realmente «el sueño
saludable», ni que no fuera mejor, o al menos no peor, que el sueño
acompañado por su madre.
Por lo tanto…
Por
lo tanto, no tiene ninguna base científica tomar como modelo de sueño
saludable el bebé durmiendo en solitario, sobre todo considerando las
importantes diferencias que hay entre el sueño de este bebé y del que
duerme acompañado. Integrando todas estas perspectivas podemos concluir
que la ciencia tradicional de la pediatría del sueño sufre un
importantísimo sesgo cultural que ha influido enormemente en su
investigación y desarrollo. Digamos que se ha supeditado absolutamente a
la cultura que la ha generado, ignorando, no sólo la información que
dan otras perspectivas científicas, sino las facetas culturales, éticas y
emocionales del sueño infantil. Y todo esto lo podemos decir desde la
perspectiva de los estudios sociales de la ciencia, o sea, la ciencia
que estudia la ciencia. Así que, como puede ver, la ciencia dice muchas
cosas.
Hemos cambiado mucho a lo
largo de la historia de la humanidad pero en los comportamientos más
primarios no lo hemos hecho tanto. ¿Seguimos siendo «muy monos»?
Los
cambios evolutivos son lentos, y los culturales, en comparación,
rápidos y vérsatiles. Un comportamiento cultural puede cambiar de una
generación a otra, o incluso dentro de la misma generación. Por el
contrario, la evolución necesita invertir miles de años en consolidar un
comportamiento o una característica nueva en una especie. El bebé que
tienes en brazos tiene los mismos instintos que el bebé que vivía en una
cueva del paleolítico hace 3 millones de años. Pero se le va a exigir
adaptarse a una cultura absolutamente diferente. Por lo tanto desde el
punto de vista de la evolución y para muchas cosas, como el sueño de los
bebés, sí, seguimos siendo «muy monos», en un sentido coloquial que no
estricto porque el sueño de los homosapiens no es como el de los monos.
La
biología es su campo de especialidad. Y siempre la define como
políticamente incorrecta y en contra de posturas progresistas. ¿Es acaso
conservadora?
La biología no es ni progresista ni
conservadora. Simplemente «es». Si es la mujer la que tiene pechos para
amamantar puede sonar muy conservador que reclamemos el derecho a lactar
a nuestros hijos. Aunque eso también puede ser extremadamente
progresista, según se mire. O, por ejemplo, en el caso de la maternidad
subrogada, si forzar una cesárea por conveniencia, separar al bebé de la
mujer que lo ha parido y evitar que le pueda dar el pecho porque es un
bebé destinado a ser “vendido”, es un trauma para el bebé y una
violación de todos sus derechos y necesidades, puede parecer una
realidad conservadora en cuanto a que no se están respetando los deseos
de un sector de la población de ser padres de un recién nacido, pero
desde el punto de vista del bebé, el más débil de toda la ecuación, es
muy progresista que se le proteja. La biología está por encima de las
tendencias políticas y las necesidades primales de nuestros hijos
también. Hasta ahora los seres humanos hemos impuesto la cultura sobre
la naturaleza, la de nuestro ecosistema y la nuestra propia, muy
alegremente. Creo que ya ha llegado el momento de aceptar que los
resultados globales son catastróficos. No somos tan listos como nos
creíamos y más vale que nos bajemos de nuestro pedestal para observar
más e intervenir y modificar menos, al menos hasta asegurarnos de que
los cambios que vamos a introducir no van a acabar matándonos a largo
plazo.
En una ocasión aseguró
que la naturaleza no se anda con tonterías y que favorece con la
reproducción a los que más se lo merecen biológicamente hablando. Que no
hay por qué enfadarse, es una realidad que podemos ver en otros
mamíferos como los lobos, leones, elefantes, que solo se reproducen los
machos y las hembras alfa… Aun así suena muy duro.
A ver,
enfadarse claro que te puedes enfadar si te toca la mala suerte de no
poder parir el hijo que tanto deseas, faltaría más. También es
comprensible que luches por conseguirlo. Pero lo que quiero decir es que
no existe el «derecho» a ser padres, sino el derecho de cada bebé a
tener las condiciones necesarias para ser engendrado, gestado y criado
de manera saludable. Por lo tanto, para llegar a ser padres no todo
vale. No vale separar a los bebés de sus madres biológicas porque el
objetivo es que otra persona sea el padre o la madre de ese bebé (si
vale, por ejemplo, cuando se hace imprescindible esa separación porque
la madre biológica no está en condiciones de criar a su hijo). No vale
programar una cesárea porque a la pareja de compradores les va bien esa
fecha. No vale engendrar criaturas con gametos de donantes anónimos, ya
que ese bebé tiene todo el derecho del mundo a conocer sus antecedentes
biológicos, y se lo estamos robando. No vale hacer experimentos que
pueden dar lugar a criaturas con graves problemas de salud y corta
esperanza de vida solo por el capricho de unas personas que podrían
estar interesadas en ser padres en esas condiciones en el futuro. Con
esto último me refiero a la posibilidad de desarrollar la «reproducción
en solitario» (esto es, crear óvulos a partir de células somáticas de un
hombre o espermatozoides a partir de células somáticas de mujer, lo
que, en principio, permitiría que una persona se reprodujera sin la
intervención de otra persona) de cuyas implicaciones éticas hablan Cutas
y Smajdor este mes de Marzo en Health Care Analysis. En resumen: la
investigación y la clínica en reproducción asistida debe estar
fuertemente controlada por la ética y tener muy claros qué derechos y de
quién son los prioritarios. Es evidente que siempre deben primar los
derechos del futuro bebé. Y repito: ser padres no es un derecho. No al
menos desde la biología.
El
hombre propone…y la ciencia dispone. ¿Vamos tan en contra de lo que la
naturaleza dispone? ¿Qué consecuencias trae esto en los temas relativos a
la crianza? Embarazo, partos, lactancia, sueños…
El hombre
ha sido demasiado orgulloso y vanidoso hasta ahora, y yo creo que nadie
tiene dudas ya de que, de seguir así, vamos camino de la extinción. En
cuanto a la crianza de nuestros hijos, parece que muchas de las
costumbres de nuestra cultura están encaminadas a separar a la madre de
su hijo, cuanto antes y durante el mayor tiempo posible. Esto acaba
produciendo un estrés que desencadena una respuesta tóxica, la cual
determina toda la salud psicológica y física del individuo adulto. Y de
esta manera se obtienen adultos más vulnerables, violentos y
manipulables. Así tenemos la sociedad que tenemos y la humanidad que
tenemos. Pero, ¿es esto lo que queremos? Creo que no. A pesar de que
está habiendo importantes avances hacia la capacidad de convivir en paz y
respetar los derechos humanos, estamos muy lejos de salir de la zona de
peligro que nos llevaría hacia la autodestrucción. Por lo tanto,
necesitamos una sociedad más empática, pacífica, acogedora y respetuosa.
En resumen: necesitamos seres humanos con mucha más capacidad de amar. Y
esa capacidad se determina, precisamente, en esa época primal, cuando
somos tan vulnerables y el cuerpo de nuestra madre es todo nuestro
universo. Si respetamos esa necesidad de nuestros bebés de nacer en
partos respetados y contacto continuo con su madre, sostenemos como
sociedad a las madres para que se puedan dedicar a sus criaturas, y
criamos y educamos desde el respeto y no desde el autoritarismo, la
imposición y la violencia, tal vez en el futuro tendremos por fin una
sociedad de seres humanos con las capacidades necesarias de sacar esta
humanidad nuestra hacia adelante. Como dice Michel Odent, el tiempo del
Homo sapiens superdepredator ha terminado. Es el tiempo de Homo sapiens
ecologicus. Y con eso se refiere al nacimiento, crianza y educación de
una generación capaz de desarrollar al máximo su capacidad de amar, amar
a sus semejantes y amar la naturaleza de la que es hijo. Y aunque esto
pueda sonar muy esotérico y espiritual, lo cierto es que hay mucha
ciencia basada en evidencia detrás.
Si siguiéramos más lo que la naturaleza nos dice… ¿viviríamos más felices o quizás menos estresados?
Creo
que una enorme fuente de estrés en nuestra vida actual es esa necesidad
continua de adaptarnos a un ambiente que, aunque en apariencia es
cómodo y seguro, en la realidad dista mucho de aquel en el cual
evolucionamos y, por lo tanto, mejor adaptados estamos para sobrevivir y
progresar. Somos el primer animal en cautividad. Y todos sabemos que
los animales en cautividad no tienen una vida saludable. Supongo que ya
es hora de plantearnos hacia donde nos lleva este desarrollo
irresponsable y reflexionar en la posibilidad de desarrollar una cultura
que nos permita vivir en harmonía con la naturaleza, la nuestra y la de
nuestro entorno. Evidentemente no vamos a volver a vivir en las
condiciones del paleolítico, pero es que tampoco se trata de eso.
Podemos respetar lo que somos y seguir desarrollando nuestra enorme
capacidad intelectual, que, por otra parte, también es parte de nuestra
misma naturaleza.
ABC, 23/03/2016
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