JUAN REVENGA FRAUCA
El cáncer ha sido definido por
algunos expertos como algo parecido a una lotería, fruto de la acumulación
azarosa de mutaciones. Una lotería a la que no quisiéramos jugar, pero a la que
nadie puede escapar. A pesar de eso, nos aferramos a la idea de tener algún
tipo de control sobre esta enfermedad, seguramente por pura necesidad e
instinto de supervivencia.
Es una lotería, cierto, pero también podemos adquirir más o menos papeletas
según nuestros hábitos de vida y reducir, que no eliminar, la probabilidad de
hacerse con el premio gordo en esta terrible rifa. Sobre la gestión de esos
boletos tenemos algunas certezas bien claras, quizá la más conocida en el marco
de los estilos de vida sea la adicción al tabaco. Si fumas, pillas más números:
hay pocas dudas.
¿Pero da cáncer o no da cáncer?
Lo que comemos y lo que no también se postula con mucha frecuencia como un
elemento modulador de la probabilidad de sufrir cáncer. Pero lo cierto es que
esta perspectiva, aun siendo cierta, la tenemos bastante desenfocada. Con la
ciencia en la mano, salvo puntuales excepciones –que las hay–, no tenemos
demasiados argumentos científicos para defender el consumo o no de un alimento
concreto y afirmar que este propicie el riesgo de cáncer (o, al contrario, lo
reduzca).
Sobre casi todo lo que comemos y su relación con el cáncer –para bien o para
mal–, se han escrito cientos de estudios. En la mayoría de los casos, la
evidencia para defender esa relación, sea en el sentido que sea, es más bien
escasa. Sin embargo, el mensaje que cala en los consumidores es demoledor y
ofrece, en apariencia, pocas fisuras. Terminamos pues afirmando las posibles
relaciones entre un alimento concreto y el riesgo de cáncer, normalmente con
pruebas demasiado endebles para hacerlo de forma tan categórica.
Una muestra de ello la encontramos en las interesantes observaciones
realizadas en este
estudio, en el que se propuso investigar cuántos de los ingredientes
tomados al azar de un libro de
cocina tradicional (norteamericana) tenían publicada en la literatura
científica algún estudio que los relacionara con el cáncer. Seleccionaron 50 al
azar, y se constató que el 80% de esos ingredientes tenían algún tipo de
asociación con el cáncer, poniendo de relieve que una buena parte de ellos
tenían estudios tanto a favor como en contra.
Es decir, para
el mismo alimento había publicaciones que destacaban su carácter protector
frente al cáncer y otras que alertaban del aumento del riesgo. Teniendo en
cuenta la preocupación general que existe sobre esta enfermedad, no es
impensable que cada uno de estos estudios acabara en los titulares de los
medios de comunicación, para desconcierto de los lectores, claro. Algo bastante
razonable, ya que el “donde dije digo, digo Diego” lo llevamos muy mal, en
especial cuando se trata de salud y de alimentos.
Pero el trabajo
antes mencionado fue más allá. También analizó la calidad de los estudios
que relacionaban el cáncer con aquel 80% de alimentos, y observó que a pesar de
que los autores de los respectivos estudios terminaban por hacer
interpretaciones concluyentes, la gran mayoría de esas afirmaciones se basaban
en pruebas estadísticas débiles.
Hablando en plata, algunos autores exageran las relaciones cáncer-alimento y
propician un juicio demasiado tajante para la poca contundencia de las pruebas
que tienen entre manos. Al mismo tiempo, el nivel de evidencia
(o potencia probatoria) de los estudios contrastados también fue bastante
heterogéneo y puso de relieve alguna paradoja: los estudios individuales (con
menor nivel de evidencia) solían ser más categóricos en sus conclusiones que
los estudios de revisión y metaanálisis, que en
principio aportan una imagen más clara de la situación.
Lo que de verdad se sabe de la relación cáncer-alimento
No hay grandes titulares, tampoco alimentos milagrosos, ni súperalimentos
curalotodo –tan reales como Superman– ni nada que se parezca a las obras
editoriales de título complaciente escritas por el gurú magufo
de turno. Lo que a día de hoy se da por válido de la relación entre lo que
comemos, nuestro estado nutricional y el riesgo de cáncer está condensado en la
obra de la World Cancer Research Found y el American Institute for Cancer Research
titulada Alimentos,
nutrición, actividad física, y la prevención del cáncer: una perspectiva
mundial (resumen en castellano, puedes acceder a la obra completa en
inglés en este
enlace). Para hacernos una idea del estilo de recomendaciones que nos
vamos a encontrar en este compendio del conocimiento científico al respecto
del cáncer y los alimentos, ahí van algunas recomendaciones concretas basadas
en la evidencia para la prevención del cáncer que, además, son extensibles a
pacientes ya diagnosticados:
Recomendaciones sobre el peso corporal:
- Mantener el peso dentro de los márgenes normales en base al IMC (Índice de Masa Corporal).
- Evitar el aumento de peso y el aumento de la circunferencia de la cintura durante toda la vida adulta.
Recomendaciones sobre la actividad física:
- Realizar una actividad física de intensidad moderada, equivalente a una caminata enérgica durante al menos 30 minutos diarios.
- A medida que el estado físico mejore, procurar realizar 60 minutos diarios o más de actividad física de intensidad moderada, o bien 30 minutos diarios o más de actividad física intensa.
- Limitar los hábitos sedentarios similares a ver la televisión.
Recomendaciones sobre alimentos y bebidas que promueven el aumento
de peso:
- Consumir pocos alimentos de alta densidad energética, como patatas fritas, mantequilla o azúcar.
- Evitar el consumo de bebidas azucaradas.
- Consumir poca comida rápida, o evitarla del todo.
Recomendaciones sobre los alimentos vegetales:
- Consumir por lo menos cinco raciones diarias (como mínimo 400 g) de hortalizas que no sean ricas en almidón y de frutas variadas.
- Consumir alimentos poco procesados que estén elaborados con cereales y legumbres en cada comida.
- Limitar el consumo de alimentos ricos en almidón refinado (escoger las versiones integrales).
- Las personas que consumen raíces y vegetales ricos en almidón como alimentos básicos en su dieta, también deben asegurar una ingesta suficiente de hortalizas que no sean ricas en almidón, frutas y legumbres.
Recomendaciones sobre los alimentos de origen animal:
- Las personas que se alimentan regularmente con carnes rojas deben consumir menos de 500 g por semana, con una mínima proporción (o ninguna) de carnes procesadas.
Recomendaciones sobre bebidas alcohólicas:
- Si se consumen bebidas alcohólicas, que no sean más de dos unidades diarias si es hombre, y una si es mujer. (Nota: en la justificación de esta recomendación se hace constar que: “Las pruebas científicas no demuestran que exista un nivel preciso de consumo de bebidas alcohólicas por debajo del cual no aumente el riesgo de los cánceres que causa. Esto significa que, con base exclusivamente en la evidencia sobre el cáncer, debe evitarse incluso el consumo de pequeñas cantidades de alcohol”).
Recomendaciones sobre la preparación, elaboración y conservación:
- Evitar los alimentos conservados en salazón o salmuera y los que tienen mucha sal; preparar las conservas sin recurrir al procedimiento de salarlos.
- Limitar el consumo de alimentos elaborados con sal añadida para asegurar una ingesta menor a 6 g (2,4 g de sodio) al día.
- No consumir cereales ni legumbres si se sospecha que están contaminados por hongos.
Recomendaciones sobre los suplementos alimentarios:
- Para prevenir el cáncer no se recomiendan los suplementos alimentarios. (Nota: en la justificación de esta recomendación se hace constar que: “Las pruebas científicas demuestran que dosis altas de suplementos y nutrientes pueden proteger contra el cáncer, pero también pueden causarlo. Los estudios que muestran tales efectos no guardan relación con el uso extendido entre la población general, en la que el equilibrio entre los riesgos y los beneficios no puede predecirse en forma confiable. Una recomendación general de consumir suplementos para la prevención del cáncer podría tener efectos adversos inesperados. Es preferible aumentar el consumo de nutrientes importantes incorporando a la dieta habitual alimentos que los contengan").
Cuidado con la literatura magufa
Lo anteriormente expuesto resume de forma inequívoca las recomendaciones
que se pueden hacer al respecto de la prevención y el tratamiento del cáncer a
partir de la dieta, teniendo en cuenta la evidencia científica. A pesar de eso,
la oferta de literatura de-buen-rollo sobre formas de evitar el cáncer en base
a la dieta es especialmente abundante. Las obras que recogen la palabra cáncer
en libros de divulgación general son legión entre las estanterías dedicadas a
la salud y a la dietética.
Entre ellos ha destacado en los último tiempos el best seller “Mis
recetas anticáncer” (Odile Fernández) donde se dan cita una serie de
recomendaciones sin pies ni cabeza y sin contraste científico, algo que se ha
convertido en un denominador común a la mayor parte de este tipo de obras. El
peligro, más allá de trasladar a los lectores unos contenidos falsos sobre el
cáncer y su relación con la dieta, radica en las falsas esperanzas que podrían
albergar aquellos pacientes ya diagnosticados que se vean tentados de leer esta
clase de libros y quién sabe si, creyendo de que ya tienen “su salvación” en
ellos, abandonen
un tratamiento médico.
Resumiendo: aunque comamos cada día varias veces, y por lo tanto nos pueda
parecer que algo tan constante en nuestra vida afectará directamente en la
aparición o el tratamiento de una enfermedad como el cáncer, la verdad es que
–excepto en los casos anteriormente mencionados–, no es así. Al menos, no desde
el punto de vista científico, que es el que de verdad cuenta.
EL PAÍS/EL COMIDISTA, Martes 29 de marzo de 2016
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