ÁNGELES GÓMEZ LÓPEZ
Coma sano y natural; vivirá más y mejor. "Si lo dicen la saludable y
comprometida Michelle Obama y la guapa Gwyneth Paltrow, será verdad", se
repite usted. Con menos glamur, y sin tener que mirar al otro lado del
Atlántico, seguro que le viene a la cabeza algún nonagenario de pueblo
que todavía es capaz de darle una vuelta al huerto y echar de comer a
las gallinas o, tal vez, ordeñar una vaca. Con estos modelos es casi
imposible resistirse a emular sus costumbres. Desde luego no le van a
reportar ningún perjuicio, pero si se decide por la comida ecológica con
la esperanza de mejorar su salud, no se deje llevar por cantos de
sirena y preste atención a lo que dice la ciencia (y los científicos).
Recientemente (16 de febrero), la revista British Journal of Nutrition publicó los resultados de una revisión de 196 artículos
sobre la composición de la leche ecológica y la de producción
convencional. Los hallazgos fueron claramente favorables para los
productos ecológicos, ya que contienen hasta un 50% más de ácidos grasos omega 3, que están relacionados con la salud cardiovascular (entre otras razones, porque reducen las cifras de colesterol), más vitamina E
(que mejora el sistema inmune) y más CLA (ácido linoleico conjugado,
una grasa saludable). Chris Seal, profesor de la Universidad de
Newcastle y coautor del trabajo, traslada los resultados al consumo
diario aproximado de una persona: “Medio litro de leche entera orgánica
proporciona el 16% de las recomendaciones de omega 3 (39 miligramos)
frente al 11% (25 miligramos) de la leche de producción convencional”.
Sin embargo, no todo han sido laureles. La leche ecológica está en
clara desventaja en el contenido de yodo (un 74% menos que la leche
convencional), algo que en España no supone un problema relevante porque
desde 1983 se promueve (por ley) la sal yodada,
pero en Reino Unido la sal de mesa yodada no es tan asequible, de
manera que la leche y los productos lácteos aportan entre el 31% y 52%
de este elemento, según se desprende la Encuesta Nacional de Nutrición,
de aquí que “medio litro de leche convencional cubra el 88% de la
ingesta diaria recomendada de yodo mientras que la leche ecológica
ofrece solo el 53%”, indica la profesora Gillian Butler, coautora de la
revisión.
Carlo Leifert, profesor en Newcastle y director del estudio, asegura
que “algunas de estas diferencias se deben a la forma de producción de
la ganadería ecológica, con animales criados con pasto y al aire libre”.
El mismo argumento sostiene Fernando Vicente, director del Programa de
Investigación en Producción de Leche del Servicio Regional de
Investigación y Desarrollo Agroalimentario (Serida),
de Asturias, que insiste en que “el resultado es por la gran cantidad
de forraje fresco que comen las vacas (hierba fresca y enfilada)”, y la
menor cantidad de yodo se debe a que la producción convencional utiliza
más alimento concentrado que se suplementa con yodo.
El grupo de Fernando Vicente ha encontrado en diferentes trabajos los mismos resultados que los del estudio del British Journal of Nutrition,
siempre y cuando los animales se alimenten con forrajes frescos verdes,
porque “cuando hay maíz en la comida los resultados no son tan claros
ni la composición grasa es la misma”.
Entonces, si el interés por tomar leche y carne ecológica es solo
para obtener un beneficio extra sobre la salud, la cosa queda difusa
(para alguna cosa lo tiene y para otra no), por lo que tal vez no le
compense la diferencia de precio con los alimentos tradicionales (al
menos, un 30% más baratos que los ecológicos: un litro de leche
convencional tiene un precio medio de 0,70 céntimos pero sube hasta 1,10
si es leche bio).
¿Y qué pasa con los productos vegetales? Las hortalizas de cultivo
ecológico son más ricas en hierro y fósforo, mientras que los
fertilizantes utilizados en la agricultura convencional influyen
negativamente en el contenido de potasio y calcio, según sostiene la
catedrática María Dolores Raigón, presidenta de la Sociedad Española de
Agricultura Ecológica en su libro Alimentos Ecológicos, calidad y salud.
Pero del mismo modo que con los alimentos de origen animal, no existe
una razón definitiva para animar a un consumo u otro. "Que en un
producto aparezca alguno de los numerosos sellos de agricultura
ecológica solo quiere decir que el productor ha cumplido con todos los
trámites burocráticos que exige la entiedad emisora de dicho sello, que
le autoriza a imprimr el logotipo (con espigas, arcoriris, pájaros o
caras sonrientes) en la etiqueta. Ni más ni menos", zanja en su obra
José María Mulet, investogador de la Universidad Politécnica de Valencia
(una de las voces más críticas con los alimentos ecológicos), autor de
libros como Comer sin miedo (Destino) y Productos naturales, ¡vaya timo! (Laetoli)
El ingeniero agrónomo Simón García, socio de Tomate la huerta,
admite que los productos ecológicos y los tradicionales tienen los
mismos nutrientes, razón suficiente como para no decidirse por su
consumo con la idea de conseguir un beneficio directo para la salud
humana, "aunque sí para la salud del medioambiente [garantizan haber
sido producidos sin insumos sintéticos]”. El doctor Giuseppe Russolillo, presidente de la Fundación Española de Dietistas Nutricionistas (FEDN)
confirma que, nutricionalmente, "no se han encontrado diferencias
significativas en la composición entre producción intensiva y ecológica”
y, a pesar de ello, deja clara su opinión: “Yo recomiendo los productos
ecológicos y creo que los nutricionistas deberíamos empezar a
plantearnos un mensaje diferente al respecto. La ausencia de
desemejanzas importantes en nutrientes no quiere decir que sean iguales
en todo; de hecho, las frutas y verduras ecológicas contienen más
fitoquímicos vegetales, compuestos bioactivos con un alto poder
antioxidante. Son sustancias tan maravillosas que hacen que las frutas y
hortalizas sean indispensables para la alimentación humana”.
Mientras continúa la investigación, una conclusión clara: "No está
demostrado que los productos ecológicos resulten más sanos que los
convencionales", en palabras del endocrino Gabriel Olveira, del Hospital
Regional Universitario de Málaga y miembro de la Sociedad Española de
Endocrinología y Nutrición (SEEN). Pero idénticos, en honor a los últimos datos, tampoco lo son.
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