ISABEL CERDÁN
Psicoanalista, pedagoga y maestra
Recuerdo una actividad con niños de unos cuatro o cinco años,
en un contexto de juego en el que ellos se cerraban y se abrían como
una cajita mágica, transformándose en distintos personajes: animales
varios, objetos, personas en distintas situaciones, bebés, distintas
profesiones y, entre otros, pobres y ricos.
Cuando eran pobres
gimoteaban, daban pena; sin embargo, cuando representaban a los ricos
daban saltos de alegría. Estas manifestaciones se pueden leer como
emergentes de un imaginario colectivo para el que ser rico es el lugar
de acceso a la felicidad, a ese lugar donde lo puedes tener todo.
Los
chicos y chicas crecen siendo su principal motivación sacar el máximo
usufructo de todas sus actividades, y les resulta muy difícil posponer
la obtención de resultados, sean esperados o no. La espera parece
resultarles insoportable.
Su vida transcurre en un constante
"goteo": existe alguien que lo puede tener todo y además sin esfuerzo
(sólo por un golpe de suerte, a través de una lotería). Esto significa
vivir en la ilusión de que, aunque hoy no lo tengas todo, hay una
probabilidad, una esperanza de que así sea, pues existe "al menos uno",
es decir, los ricos, que sí lo tienen.
Cuando se está creciendo
envuelto en el paradigma de que es posible tenerlo todo si eres rico,
¿cómo aceptar las frustraciones? ¿Cómo aceptar que nadie lo puede tener
todo? Tenerlo todo es un imposible y, desde esa imposibilidad, desde ese
no-todo, es desde donde se puede empezar a desear, a ir en pos de un
deseo y trabajar para conseguirlo.
Muchos de los graves problemas
que surgen en la edad adulta se están incubando desde la más tierna
infancia por los vínculos y los discursos en que se crece. Sin embargo,
dichos problemas quieren borrarse a través de medidas educativas
cargadas de consignas y buenas intenciones, desde la sugestión y la
seducción. ¡Como si fuera tan fácil cambiar!
Nos enfrentamos a cuestiones de gran calado que han necesitado,
seguramente, algunos años para instalarse en cada sujeto. Y con medidas
de carácter declarativo y aplicadas de forma aislada, es muy difícil que
tengan verdaderos efectos. Es muy complicado que la inercia que nos
empuja sea cambiada.
Es importante que los adultos e instituciones
ofrezcamos la posibilidad de pasar por experiencias continuadas en las
que los chicos sean tratados en una posición de sujeto, en las que la
experiencia les permita dar la vuelta a vivencias anteriores, si las
hubiera habido, que les hubieran llevado a sufrir semejantes síntomas.
Cuando los psicoanalistas trabajamos sobre un caso, y dedicamos bastante tiempo a cada uno, puede parecer un tanto caduco y demodé,
porque no respondemos al modelo que quiere implementarse desde otros
paradigmas, llamados "científicos". Pero a las verdaderas
transformaciones hay que dedicarles tiempo, si no queremos que queden en
meros maquillajes que, en cualquier momento, pueden caer y retornar a
las posiciones y conductas anteriores.
Para ser una persona
inhibida, que no es capaz de hacer un lazo social, para ser un
"fracasado", incluso para ser un perverso, o sea, ser de los que
utilizan a los otros según su interés, sólo y exclusivamente, y, por qué
no, para ser un maltratador o una víctima, han tenido que pasar muchas
cosas, en cierta medida traumáticas, que les han llevado a la posición
que ocupan, y seguramente les han pasado de forma repetida a lo largo de
su vida. ¿No serán estos los niños que crecieron con la idea de tenerlo
o serlo "todo" y, ante la impotencia, se quedaron en "nada"?
No
está de moda reinventarse, no está de moda no seguir los patrones de los
paradigmas dominantes, pero pienso que sólo apartándose del
mercantilismo, de que esa idea deje de ser la bandera de hombres y
mujeres, podrán emerger niños y niñas que puedan pensar en que existe un
mundo más allá de pobres y ricos, donde hay personas que, desde la
privación de las condiciones mínimas para vivir, luchan por mantenerse
en una posición digna.
HUFFINGTON POST, Viernes 18 de marzo de 2016
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