JOSÉ LUIS BARBERÍA
Combatir las modernas pandemias de las patologías cardiovasculares,
el cáncer y la diabetes exige reconciliarnos con nuestro cuerpo y comer
según nos mandan los genes, sostiene el investigador José María Ordovás (Zaragoza, 1956).
El científico plantea que la Administración sanitaria asuma la
prescripción de dietas personalizadas adaptadas al genoma. Con la
autoridad que le concede su conocimiento de los factores genéticos y
ambientales, que predisponen a las enfermedades contemporáneas, Ordovás
se ha erigido en un gran defensor del aceite de oliva y de la idea del
equilibrio en la alimentación. Enemigo declarado de los regímenes de
adelgazamiento y de los listados de buenos y malos alimentos que
circulan profusamente, detecta histeria ambiental y mala información en
lo relativo a la nutrición. Dice que el viejo refrán “desayunar como un
rey, comer como un príncipe y cenar como un mendigo” tiene fundamento.
Las patologías cardiovasculares, el cáncer y la diabetes han
reemplazado a las enfermedades infecciosas como causa principal de
mortalidad en las sociedades desarrolladas. ¿Es la alimentación
inapropiada lo que explica el avance de estas patologías?
Nuestro estilo de vida ha acabado por despertar a genes que llevaban
miles de años calladitos y que ahora se expresan de forma negativa. Esas
patologías modernas son fruto de la alimentación inadecuada, del estrés
creciente, del sedentarismo y también de la reducción de las horas de
sueño, porque desde que inventamos la electricidad dormimos cada vez
menos. Además, la nutrición y los fármacos están alterando la composición de nuestra flora bacteriana, esos viajeros interiores de nuestro cuerpo con los que tenemos una permanente relación simbiótica.
¿Cómo es eso de que los genes despiertan después de miles de años?
En cada generación se producen nuevas mutaciones de manera espontánea
en el genoma. La mayor parte de ellas son lo que llamamos silenciosas,
es decir, no causan ningún efecto, pero a veces, cuando las condiciones
ambientales cambian, rompen su silencio. Esto es evidente en las
migraciones humanas en el espacio y en el tiempo. Por ejemplo, cuando
los habitantes de países no occidentalizados, digamos de India, migran a
países occidentales con estilos de vida diferentes, desarrollan más
obesidad, más diabetes, porque en su genoma llevan mutaciones que les
predisponen a estas enfermedades pero que en su ambiente ancestral no se
han expresado. Es decir, han permanecido silenciosas hasta que les han pisado con estilos de vida diferentes y entonces han gritado y se han quejado expresando la enfermedad.
¿Estamos ante una pandemia global de nutrición desequilibrada
que ataca particularmente a las capas más bajas de la población en los
países desarrollados?
Así es. Esa misma pandemia empieza a verse también en los países en vías de desarrollo, pero, sí, se han invertido las pautas, y si antes la obesidad se daba más en las clases pudientes,
ahora es al revés. La gente con mayor poder adquisitivo tiene acceso a
más educación e información y dispone de medios para mantenerse en forma
y alimentarse mejor. En paralelo, hay una oferta de alimentación menos
saludable y más barata.
¿Las autoridades deberían intervenir de manera más
determinante en el mercado industrial de la alimentación penalizando
fiscalmente las bebidas y alimentos con exceso de azúcares y grasas? Al
fin y al cabo, son las arcas públicas las que terminan cargando con el
tratamiento de esas patologías.
En algunos países se han hecho
experimentos en esa dirección, pero la cosa no ha funcionado demasiado.
Me parece más efectivo educar a la sociedad en estas materias aunque a
menudo sean sometidas a polémica. De hecho, en EE UU se ha abierto una
gran controversia sobre las guías dietéticas que el Gobierno acaba de
publicar y en las que recomienda un consumo diario de azúcar y grasas
saturadas inferior al 10% y poca carne roja. Particularmente, no creo en
las recomendaciones genéricas. Lo que les va bien a unas personas no
tiene por qué irles bien a otras.
Sus investigaciones discurren en el triángulo de relación que
forman la genética, la dieta alimenticia y las patologías. ¿Hasta qué
punto la nutrición incide en las enfermedades?
La gestación de
casi todas las enfermedades que nos preocupan hoy día se produce con
contribuciones similares de nuestra genética y de los factores
ambientales, entre los que destaca la nutrición. Podemos intervenir en
ese y en otros factores modificables, pero hoy por hoy no podemos ni debemos modificar el genoma de las personas para prevenir las enfermedades porque son muy complejas genéticamente.
¿Cómo se determina la dieta adecuada a cada genoma?
Hoy podemos investigar con facilidad hasta un millón de variantes
genéticas, pero en el futuro será el genoma entero. De esta información
se determina qué mutaciones predisponen o causan el espectro de
enfermedades que nos afligen y qué dieta es la mejor para cada
individuo, si debe ser baja en grasas, alta en proteínas o en hidratos
de carbono…, si habría que reforzarla con suplementos vitamínicos o
minerales… Ahora todo eso se hace probando una dieta u otra y viendo lo
que funciona y lo que no. En un futuro muy próximo eso se hará de una
manera precisa y personalizada gracias al genoma, y la pregunta es si
nosotros y nuestro sistema de salud estamos preparados.
¿El concepto de alimentación como medicina queda limitado al
campo de la prevención o se podrán combatir desde la dieta afecciones
específicas como, por ejemplo, el cáncer de pulmón?
[Larga
pausa reflexiva]. No creo que desde la dieta se pueda combatir el cáncer
de pulmón. En las plantas hay compuestos con esas propiedades, pero no
proporcionan la dosis necesaria para cumplir esa función farmacológica
dentro del consumo humano normal. Eso sí, esos compuestos pueden ser
extraídos, concentrados y convertidos en fármacos convencionales. Por lo
demás, la nutrición es clave en el mantenimiento de la salud, y el
hecho de usar un fármaco terapéutico no nos exime de seguir una dieta
sana y alimentarnos de acuerdo con lo que nos demanda nuestra genética.
Deberíamos hacer el seguimiento nutricional a los enfermos dados de
alta.
¿Pero una alimentación personalizada puede neutralizar nuestra predisposición genética a padecer diabetes, cáncer…?
Puede cancelar el efecto dañino de determinadas variantes genéticas, de
la misma manera que una alimentación disonante con el genoma puede
exacerbar la enfermedad. Eso está probado. El estudio Predimed ha sido
el primero en demostrar que, efectivamente, la dieta mediterránea
previene el riesgo cardiovascular. A un grupo de gente se le dio aceite
de oliva y nueces para que lo consumieran regularmente y a otro se le
recomendó una dieta saludable, baja en grasas. Se les hizo un
seguimiento durante cinco años y al cabo de ese periodo se comprobó que
los que habían consumido esos productos de la dieta mediterránea habían
padecido un número de eventos cardiovasculares significativamente
inferior al del otro grupo. Al analizar las características genéticas de
los participantes comprobamos que la dieta mediterránea había
beneficiado especialmente a aquellos que tenían predisposición genética a
la diabetes y al ictus.
Entonces, ¿se diseñarán dietas personalizadas para la prevención y el tratamiento de las enfermedades más comunes?
Sí, y nos ilusiona saber que vamos a contribuir a que la gente viva
mejor. A partir del conocimiento de nuestro genoma, podremos establecer
las recomendaciones nutricionales más adecuadas para cada individuo,
pero además, y esto es evidentemente muy novedoso, podríamos llegar a
recomendar el tiempo más apropiado para su ingesta. Las investigaciones en cronobiología
han demostrado que en cada momento del día somos personas
metabólicamente diferentes. Eso se evidencia incluso en los momentos en
que se desencadenan las crisis patológicas. Las cardiovasculares, por
ejemplo, se manifiestan sobre todo en las primeras horas de la mañana,
que es cuando tenemos que poner en marcha el motor del cuerpo. Es un
lapso de tiempo delicado porque activamos la presión arterial cuando
nuestras arterias vienen del modo descanso.
¿Cómo se sabe que a primera hora de la mañana, a mediodía, por la tarde o por la noche nos conviene ingerir esto o lo otro?
Genéticamente somos diferentes en nuestra cronobiología, en nuestros
ritmos. Digamos que unos somos alondras y otros búhos, y que conocernos a
nosotros mismos nos ayuda a llevar una vida más de acuerdo con lo que
nos piden nuestros genes. Independientemente de esto, todos los seres
vivos somos metabólicamente diferentes por la mañana, a mediodía, por la
tarde o por la noche. Nuestro cuerpo tiene distintas temperaturas,
nuestra presión arterial es diferente durante el día; también lo que
circula en nuestra sangre, nuestras hormonas… Como la manera en la que
asimilamos los alimentos varía según los momentos del día, lo mejor es
bailar a la música que nos va mejor.
¿Un simple análisis de sangre permite establecer la dieta personal más adecuada?
Basta, incluso, con un poco de saliva. Una compañía norteamericana
empezó a informar a sus clientes sobre los riesgos potenciales de
contraer las patologías, pero la FDA [siglas en inglés de la
Administración de Alimentos y Medicamentos estadounidense] le prohibió
hacerlo. Pensaron, entre otras razones, que la gente no está lo
suficientemente formada para entender y reaccionar adecuadamente ante
esa información.
¿Cada uno de nosotros tendrá un pendrive con su
genoma y su predisposición genética a las enfermedades? Las compañías de
seguros y las empresas querrán disponer de esos datos y podemos
imaginar escenas como esta: una chica les comunica a sus padres que ha
conocido a un muchacho majísimo, de grandes cualidades, pero con una
carta genética que le pronostica alzhéimer a edad temprana.
La parte buena es que, si conoces los riesgos, puedes tratar de evitarlos,
pero es cierto que las reacciones individuales pueden ser muy
diferentes. Una persona con un 30% de riesgo de cáncer de próstata puede
reaccionar diciendo que tampoco es para tanto y otra hundirse en la
depresión porque siente que su vida está arruinada. Antes de comunicar
esos datos a la gente habría que educarla, y el problema es que no
tenemos todavía profesionales de la salud capaces de cumplir esa tarea
en la magnitud que será necesaria.
¿La sanidad pública debería asumir cuanto antes el estudio de
los genomas de los asegurados y establecer las dietas nutricionales
personalizadas?
Todavía necesitamos madurar el asunto unos
años. Podríamos empezar introduciendo el concepto mismo de dieta
personalizada y haciendo algunas recomendaciones. Pero abordar de forma
efectiva, rigurosa y masiva este cambio requerirá más tiempo. Creo que
el terreno médico ideal para la elaboración y seguimiento de las dietas
serían los ambulatorios, aunque habría que actuar desde el momento mismo
del nacimiento. Podremos aprovechar la prueba del talón que ya se les
hace a los bebés para detectar enfermedades raras y predecir con
bastante exactitud los riesgos que corre el recién nacido de padecer
obesidad, diabetes o enfermedades neurológicas y cardiovasculares cuando
cumpla 30, 40 o 50 años. A partir de ahí, se trataría de eliminar o
retrasar la aparición de esas enfermedades. Se supone que la Seguridad
Social debería velar para que la gente envejezca en las mejores
condiciones, entre otras razones, porque aumentaría la productividad y
se ahorraría mucho dinero.
También los animales se automedican.
Sí, y cada vez
nos sorprende más la capacidad que tienen de seleccionar las plantas y
tierras con las que medicarse. Creemos que en las plantas buscan
componentes que puedan actuar en ellos como fármacos y que en las
tierras recogen las bacterias que les permitan reequilibrar el contenido
de su flora bacteriana.
Usted ha escrito que si las especias estaban más cotizadas que el oro en su tiempo era porque tenían un efecto antibiótico.
En la cultura occidental, las especias se han convertido en algo
añadido para el gusto o la decoración, pero originalmente debieron
cumplir una función antibacteriana. Si miramos las recetas clásicas de
diferentes países comprobamos que en las regiones cálidas, más
susceptibles al deterioro de los alimentos y a la mayor exposición a las
enfermedades infecciosas, se utilizaba una media de siete especias por
receta frente a las dos de los países nórdicos.
En realidad, no sabemos a qué atenernos en esto de la
alimentación. Productos que antes eran proclamados beneficiosos acaban
siendo declarados perjudiciales y al revés. ¿No es para sentirse
escéptico?
Lo extraño es que no haya más escepticismo todavía después de la confusión a la que se expone a la gente. El aceite de oliva y el pescado azul fueron declarados nocivos,
se prohibieron los huevos porque decían que producían colesterol y se
llegó a sustituir la mantequilla por la margarina. Ahora sabemos que
fueron decisiones erróneas que afectaron a millones de personas. Lo
sabemos de acuerdo con el estado actual de la ciencia, aunque tampoco
podemos descartar que los avances de la investigación nos lleven a
cambiar de nuevo la dirección de la veleta. Los cimientos de la
investigación nutricional, y más concretamente la epidemiología
nutricional, son todavía débiles porque los estudios se apoyan en lo que
la gente dice que come, no en lo que realmente come. Es difícil
establecer la frecuencia de consumo. ¿Usted sabe cuántas veces comió,
por ejemplo, alcachofas el año pasado? Ese es quizá nuestro talón de
Aquiles.
En paralelo con la proliferación de la obesidad en nuestras
ciudades – ese permanente desfile del “mono obeso”, como lo caracterizan
algunos estudiosos– se ha desatado un interés obsesivo por la
alimentación. Se popularizan términos como: “la hormona del apetito
insaciable” (ghrelina), “el quemador de grasas” (adiponectina), los
polifenoles, los antioxidantes; se habla de micronutrientes, de las
semillas Ghia, los rizomas… Abundan los listados de alimentos declarados
prohibitivos que supuestamente engordan, producen cáncer, colesterol,
obesidad, y se les contrapone a otros que también supuestamente combaten
esas patologías.
Sí, hay una atmósfera algo obsesiva y hasta
histérica, pero sobre todo mal informada, que además impide a la gente
disfrutar de los alimentos. Se asocia la dieta con el sacrificio y se
renuncia al placer de la comida. Hay que comer de todo, aunque, como
decía mi maestro Grande Covián, en pequeñas cantidades. Esos listados de
productos que circulan son muy poco fiables. Algunos fueron inventados
hace ya décadas y periódicamente vuelven a ponerse de moda. De repente,
se descubre que tal cereal, verdura o fruta tiene propiedades fantásticas. Por ejemplo, ahora se elogia el café por su contenido en polifenoles,
pero no se tiene en cuenta que en el mundo se consumen distintos cafés
que se preparan de formas diferentes. No ha habido estudios en
profundidad.
Parece existir un gran negocio detrás de los suplementos
nutricionales a base de vitaminas, omega 3, DHEA, lecitina de soja,
resveratrol… Me pregunto si está probado su valor alimenticio y si no
habría que denunciar a tanto gurú con ínfulas de sanador milagrero que
explota la credibilidad de la gente.
Los que están creando
problemas son, sobre todo, los autodidactas que se autodefinen como
expertos y se apoyan en la fama obtenida en otras áreas. La mayor parte
de los profesionales de verdad se mueven dentro de cauces razonables. Lo
de los suplementos nutricionales es para ponerse en guardia porque se
exageran las dosis y los efectos beneficiosos de estos compuestos. Lo
importante es tener en cuenta que más no tiene por qué ser mejor y puede
resultar perjudicial. Si me atiborro de antioxidantes para frenar el
envejecimiento, puede ocurrir que obtenga el resultado contrario.
Nuestras células necesitan un nivel de oxidación continuado para
funcionar correctamente y si les disminuyes demasiado esa capacidad de
oxidación es como si al motor del coche le reduces la combustión. En
teoría, una dieta equilibrada ya contiene las vitaminas y minerales que
nuestro cuerpo necesita, pero, por supuesto, la nutrición personalizada
debe estar abierta a identificar a quienes requieran particularmente
esos suplementos.
¿Las dietas llamadas detox (de desintoxicación a base de frutas y verduras), que están tan de moda, son saludables?
Un estudio en Reino Unido demostró que ni siquiera los que venden
algunas de estas dietas saben muy bien lo que se traen entre manos. No
se ha probado que aporten beneficio alguno a largo plazo y conllevan el
riesgo de privar al cuerpo de elementos que le son necesarios. Creo que
si tienen algún beneficio a corto plazo es más psicológico que
fisiológico. Además, la mayor parte de los seguidores lo hacen por un deseo de perder peso rápidamente.
Tampoco es que sea algo nuevo. La mayor parte de las religiones ha
intervenido en ese campo. Por ejemplo, para la religión católica, el
viernes fue día de depuración.
¿Tiene fundamento clasificar a las personas como calientes, húmedas, frías, secas, tal y como hace la medicina oriental?
Probablemente, sí. Habría que profundizar y encontrar las huellas
dactilares genéticas de esas identidades. Comparto con la medicina
oriental la crítica de que nuestro sistema está demasiado
compartimentado en especialidades médicas y carece de una visión de
conjunto. Pero las nuevas tecnologías nos permitirán abarcar
conjuntamente todos los sistemas biológicos y sus interacciones. Será
como trabajar en una tela de araña: la menor vibración nos posibilitará
localizar e identificar la procedencia de la alteración.
Tenemos al alcance todo tipo de verduras y frutas, incluidas
las más exóticas, de apariencia espléndida, pero en muchos casos
desprovistas del sabor y olor con que las recordamos. Me pregunto si
también han perdido su valor nutricional y si los cultivos ecológicos
son un verdadero refugio.
Creo que las frutas y verduras que
consumimos tienen poco que ver en su aspecto y valor nutricional con las
originales. Hemos sacrificado su riqueza nutricional para darles esa
pinta estupenda y hacerles más resistentes a las plagas. Los seguimos
llamando tomates y melocotones, pero no se reconocerían ellos mismos. En
realidad, hay muy poca diferencia nutricional entre lo ecológico y lo
no ecológico. El único efecto benéfico de lo ecológico es que trata de
evitar la acumulación de pesticidas, aunque también necesita combatir
las plagas. Considerando la cantidad de gente a la que hay que
alimentar, será difícil que podamos volver al mundo anterior, a los
gustos y sabores que fijamos en nuestra memoria en la infancia.
¿Y qué piensa de los transgénicos?
No hemos dejado de producirlos desde que inventamos la agricultura. Los hemos ido seleccionando genéticamente para mejorar su resistencia
a las plagas y aumentar la productividad. Con las plantas ha ocurrido
lo mismo que con los animales y no solo para la alimentación. El toro de
lidia es el producto de la selección de ciertas cualidades mantenida
generación tras generación. Lo que pasa es que ahora esta selección la
hacemos en el laboratorio, de una manera más rápida, y es lo que
conocemos como transgénicos.
Escribe usted que la tecnología está por delante de la
educación y los conocimientos y que no sabemos manejar esa información.
¿Qué riesgos corremos?
Es la carrera entre la tortuga y la
liebre. Nuestras investigaciones discurren de forma lenta, tratando de
pisar terreno sólido, pero el sector privado de la alimentación es una
liebre que sale disparada en cuando ve la oportunidad. Pueden
distorsionar e incluso desprestigiar nuestro trabajo.
elpaissemanal@elpais.es
José María Ordovás
Sus investigaciones sobre la interacción entre la herencia genética y
la alimentación le han dado gran prestigio en EE UU y la máxima
condecoración del Departamento de Agricultura de ese país. Dirige el
laboratorio de nutrición y genética de ese organismo gubernamental
norteamericano en la Universidad de Tufts, en Boston. Discípulo del
célebre bioquímico Francisco Grande Covián, se licenció en la
Universidad de Zaragoza, la ciudad donde nació hace 60 años, y
posteriormente amplió estudios en algunas de las mejores universidades
de EE UU, como el MIT o Harvard. Ha sido candidato al Premio Príncipe de
Asturias y ha enseñado nutrigenómica a científicos de todo el mundo.
EL PAÍS, 21/03/2016
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