CARLOTA FOMINAYA
Doscientas cincuenta pequeñas rutinas que podrían cambiar tu vida
amorosa, laboral, familiar... y, sobre todo, contigo mismo. Esta es la
última propuesta editorial de Elsa Punset con «El libro de las pequeñas revoluciones» que, por cierto, no
es una obra para leer de un tirón. Es más bien, explica con pasión la autora,
para que uno se pregunte, «¿qué rutina exprés necesito hoy? Le haga la página
una foto con el móvil, y se la lleve encima para practicarla en cualquier
momento del día. O para que lo tenga en la mesilla a modo de consulta»,
propone.
El libro es, en sí mismo, un compendio de las personas que han inspirado a
esta filósofa por su sabiduría a lo largo de los años. «Es un libro para vivir
dentro, para pintar, tiene citas... Quería que fuera esa persona sabia, esa
referencia, que te acompaña en el proceso de las emociones, en el que estamos
muy solos normalmente. Normalmente preguntas a una amiga, a tu madre, a la
vecina... Yo quería respuestas con cierta coherencia y consistencia», asegura.
Con el libro lo que Punset intenta es dar pistas muy sencillas de lo que la
gente puede hacer de forma natural. «De hecho, es muy probable que los lectores
conozcan muchas de las propuestas, pero que no las practiquen aunque les hagan
sentirse bien. Me gustaría ayudarles a reincorporarlas», añade.
—Los seres humanos, ¿aprendemos solo de la
experiencia, de la dificultad, de la pérdida?
—Así es como funcionamos. En piloto automático. El cerebro es un
órgano programado para sobrevivir. Esta es su única prioridad. No es
que seas más creativo, que te relaciones mejor, que te sientas mejor… Eso no
importa. Entonces, ¿qué hace el cerebro? Agranda los peligros, recuerda las
cosas malas… para las cosas buenas es como si fuese teflón. En cambio, agarra
todo lo malo. Y desde que nacemos nos deberían enseñar a entrenar el cerebro en
positivo, a reprogramarlo. ¿Qué he hecho en este libro? Poner 250 rutinas
positivas para que todo el mundo encuentre alguna que le sirva, o que se cree
las suyas propias.
—¿Es cierto que para hacer tuya una rutina,
hay que repetirla durante todos los días durante un mes?
—Esto no es una ciencia exacta. Lo que si es cierto es que cada acción
y cada pensamiento dejan una huella física en el cerebro. Y no somos
lo suficientemente conscientes de eso. Se parece más al mecanismo de «me lavo
los dientes por las mañanas», que el cuerpo ha aprendido a activar. Pero se
trata de hacerlo de forma consciente. Simplemente de preguntarte, ¿dónde puedo
mejorar? ¿Qué cosas, qué hábitos, qué repito una y otra vez y no me funcionan?
¿Puedo desaprender? Esto último es otra cosa a tener en cuenta y que no hemos
aprendido a hacer. Funcionamos en piloto automático. Con lo
cual cuando hablamos de aprendizaje. Tienes que repetir muchas veces una cosa
para que el cerebro la aprenda. Que desaprenda una forma de hacer las cosas y
que aprenda otra. Sabemos que tienes que repetirlo bastantes veces, por esta
razón he intentado que las rutinas sean ligeras.
—De las 250 rutinas exprés, ¿cuáles son las
preferidas de Elsa Punset, su «top ten»?
—Cualquiera que me ayude a activar mi luz interior. Pero todo depende del
momento de la vida en la que te encuentras. Mis diez rutinas preferidas de
ahora lo son porque pertenecen al ámbito en el que estoy trabajando, pero no
porque me tengan que durarme toda la vida. Por ejemplo, ahora mismo estoy muy
centrada en todo lo que es lenguaje facial y corporal para gestionar las
emociones. A mí me encanta la de las «poses poderosas». Es
maravillosa. Para entenderla, aconsejo ver el vídeo de la psicóloga social de
Harvard Amy Cuddy, donde se muestra como las «posturas de
poder» —mostrar una actitud de seguridad, aún sintiéndose inseguro—
pueden alterar los niveles cerebrales de testosterona y cortisol, e incluso
mejorar nuestras probabilidades de éxito. Existen dos tipos de «poses poderosas».
La de ganador del maratón, con los brazos abiertos y el mentón levantado, o la
de brazos en jarras. Si tu haces cualquiera de estos dos gestos, en dos minutos
cambia todo el equilibrio químico corporal del cuerpo, porque estás mandando un
mensaje al cerebro muy importante.
Es curioso, pero se ha visto que las niñas, hasta los 11 o 12 años, tienen
las mismas poses que los chicos. Pero a partir de esa edad se repliegan: Se
dejan interrumpir, hablan más bajito, se arriesgan menos… Con el cuerpo reflejan
el mensaje social que les enviamos, y que las niñas van incorporando. Así pues,
el mejor regalo que puedes hacer a tus hijas, hermanas, sobrinas, alumnas, es
enseñarles a reclamar ese espacio. Es una sencilla rutina emocional, muy
poderosa. También funciona solo imaginándolo.
Por último, la rutina que más me gusta en este momento, y que en particular
creo que una de las más útiles, es la de los gestos faciales. Hay una
conexión muy directa entre el cerebro y la cara. Si frunces el ceño,
si pones cara de sorpresa… tu cerebro reacciona inmediatamente.
—¿Quién manda el mensaje a quién?
—Van a la vez. Esto me parece extraordinario. Antes pensábamos que «si yo me
siento bien, sonrío». Ahora resulta que si sonríes ya estás mandando el mensaje
de que no estás tan mal como temes. Pero tu cerebro —por si acaso— está todo el
día en alerta. Se ha comprobado que las mujeres y hombres que se inyectan
botox, al no poder fruncir el ceño, tienen una percepción un
poco menor de las cosas negativas que les vienen de fuera. Una de las
rutinas del libro es practicar lo que llamo «botox natural». Es como abrir el
capó de un coche. ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué puedo cambiar? ¿Qué es sencillo de
cambiar? ¿Qué puedo hacer que, de alguna forma, le mande un mensaje
diferente al cerebro?
—Decía usted que, desde que nacemos, nos
deberían enseñar a entrenar el cerebro en positivo, a reprogramarlo. ¿Cómo
podemos ayudar a nuestros hijos?
—En mi familia practicamos mucho el «thing». Básicamente de
lo que se trata es de abrir los cauces de comunicación. Los humanos tenemos a
veces una verdadera dificultad a la hora de prevenir o de hablar de los
problemas, aunque no sean demasiado grandes. Generalmente reventamos las
situaciones, porque dejamos que la situación se enquiste. Con el «thing»
lo que tratamos de hacer es acostumbrar a los niños desde que son pequeños a
contar las cosas que les preocupan, para buscar soluciones en grupo. No se trata
de que comuniquen solamente las experiencias malas. En casa hablamos de una
cosa buena y de una cosa mala. La cosa buena es una celebración: siempre hay
que celebrar y es algo que a las familias se nos olvida.
Debería haber mucha más alegría en las familias. Nosotros celebramos, y
luego exponemos la cosa que creemos que es mejorable, lo que sea, para tomar
decisiones en familia. Nos preguntamos: ¿qué podemos hacer? Pero no lo hacemos
desde la confrontación o la agresividad. Funciona muy bien, porque entonces lo
que haces es adelantarte a los problemas. Convocamos un «thing» cada cierto
tiempo y cuando alguien dice: «No tengo ningún problema», buscamos algo para
mejorar. Porque todo es mejorable. Con este tipo de acciones al niño le das la
sensación también de que las cosas están en sus manos. Creo que es muy
importante entender que, al final, en cuestiones de gestión emocional, podemos
mejorar las cosas, cambiarlas.
—Usted en su libro propone otra rutina para
entrenar el cerebro de los niños en positivo: el llamado «bote de la
felicidad». ¿Puede explicar a los lectores de qué se trata?
—Cuanto antes acostumbre uno a los niños a pensar en positivo, mejor. En
este sentido, el bote de la felicidad» es una iniciativa muy bonita para
practicar en familia. La idea es tener en casa un gran bote, transparente, en
el que cada noche todos los miembros metan una nota con lo bueno que les ha
pasado a lo largo del día: que el repartidor de pizza ha sido particularmente
amable, un abrazo chulo con un amigo o con tu hijo, un rato en un jardín, un
baño con sales… cada uno tiene sus alegrías. Hay que escribir todos esos
momentitos que habitualmente dejamos pasar, porque lo normal es que cada noche
tu cerebro vaya a recordar lo malo, las decepciones del día, o una mirada desagradable
de alguien, y meterlos en el bote.
El tiempo que se tarda en escribirlo permite al cerebro fijarlo. Tenemos
memoria a corto plazo, a largo plazo, y lo que pasa es que todas estas cosas
pasan tan deprisa… que no se fijan en la memoria. Las malas sí porque el
cerebro las recuerda, les da vueltas. Pero las buenas no, por lo que es
importante ser conscientes de este fallo de nuestro cerebro. Si entrenas a tus
hijos desde pequeños a pensar en positivo, tienen algo muy importante que
agradecerte. Es acostumbrarlos, igual que se lavan los dientes, a hacer de este
gesto una rutina.
—Las 250 rutinas de su libro hablan de la
importancia de cuidarnos, en todos los aspectos. ¿Por qué nos queremos tan
poco?
—Nos queremos poco porque básicamente no nos han enseñado. ¿De qué sirve el
amor a un cerebro que solo quiere sobrevivir? Relativamente de poco. ¿De qué
sirve quererte a tí mismo? De mucho. No sabíamos que sentirte bien, sentir
emociones positivas, te hace ser más inteligente, más creativo, te da mejor salud,
mejores ingresos, mejores relaciones con los demás... Pero en efecto, tendemos
a pensar que cuidar de nosotros es egoísta. No somos conscientes de hasta qué
punto si tú no estás bien, difícilmente puedes hacer sentir bien al resto de
personas que te rodean. Cómo vas a cuidar de los demás desde un lugar vacío,
estresado, cansado o inseguro... No
puedes dar lo que no tienes, básicamente.
—Los cuidadores, por lo general, tienen sexo
femenino. ¿Por qué?
—A las mujeres en concreto nos han enseñado a dar y a cuidar, y eso es una
herencia de siglos. Al decir que «no» tienen la sensación de que están siendo
egoístas, de que se están poniendo por delante. Creo que es fantástico que
podemos aprender que hay cosas que para ti son básicas, y que sin ellas no
puedes funcionar.
—Usted en su libro habla de la importancia
de decir NO, y de lo tarde que se aprende, por lo general. ¿Por qué motivo?
¿Cómo podemos enseñar a los hijos?
—¿Cómo aprenden la gestión emocional los niños? Por imitación. No hace falta
que expliques las cosas tan claro. No les enseñes a decir que no. Que ellos
vean que su madre o su padre saben decir que NO. Y que lo hace con asertividad,
no con agresividad. Que vean que su madre, por ejemplo, cuida de sí misma. Si
tú no te cuidas, ellos no se van a saber cuidar. Da igual lo que les digas, es
lo que hagas. Eres su modelo, y este mensaje sí que es fundamental.
ABC, 15/03/2016
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