JAIME RUBIO HANCOCK
La periodista Carolyn Gregoire publicó en marzo de 2014 un artículo titulado "18 cosas que la gente muy creativa hace de forma diferente".
El artículo sumó cinco millones de páginas vistas y medio millón de “me
gusta” en Facebook en apenas unos días. Ahora ese artículo se ha
convertido en un libro, Wired to Create, escrito junto a Scott Barry Kaufman, psicólogo cuyo trabajo se recogía en el artículo.
Según explica Gregoire a Verne por correo electrónico, la creatividad no es “algo exclusivo de un grupo selecto de genios, sino una habilidad de todos los seres humanos. Todos tenemos la capacidad de expresarnos de forma única, de pensar de forma diferente y de ‘conectar los puntos’, por decirlo así, de forma diferente a cómo lo ha hecho todo el mundo antes”.
Añade que “mucha gente se sintió atraída por el artículo original porque mostraba que las personas creativas son complejas y paradójicas. Mucha gente se sintió identificada con esta descripción. En los comentarios abundaban frases como 'este soy yo. Ahora me entiendo mejor a mí mismo'". En el libro amplía esta exposición y la divide en 10 capítulos, dedicados a cada uno de estos hábitos propios de las personas creativas.
Otra forma es pasear, una actividad avalada por Kant, Darwin y Nietzsche, entre otros. Según los estudios que cita Gregoire, caminar, en especial en la naturaleza, provoca “cambios psicológicos en el cerebro que reducen la frustración y el estrés, incrementan el entusiasmo y aumentan los niveles de meditación y buen humor… Todo esto nos ayuda a hacer más conexiones creativas”.
También la risa: según escribe Shelley Carson en Tu cerebro creativo, “se obtienen mejores resultado en tareas de pensamiento divergente después de reír o de escuchar un buen chiste”.
Hay que recordar que estos procesos mentales creativos, pero más espontáneos, solo son “un primer paso”, como nos subraya Gregoire. Además de tener buenas ideas, “hemos de llevar a cabo el trabajo duro necesario para ejecutar nuestra visión. Los sueños son importantes, pero no nos llevarán muy lejos si no nos planificamos y trabajamos duro para convertirnos en una realidad”.
Fiarnos de la intuición no consiste en esperar un momento de eureka que venga de la nada. El proceso se parece más a lo que Steven Johnson llama Where Good Ideas Come From una “corazonada lenta”, que se ha de cultivar poco a poco.
Todo esto no significa que las 10.000 horas de práctica sean cosa del pasado. Según esta teoría del psicólogo K. Anders Ericsson, practicar de forma deliberada durante mucho tiempo puede convertirte en un experto en cualquier ámbito. Gregoire nos recuerda que este aprendizaje es necesario, pero las personas creativas no son solo expertas en un ámbito, sino que “experimentan y encuentran nuevas formas de innovar en su campo”.
Y añade: “Demasiado conocimiento puede causar que la gente se quede atascada en sus formas de pensar, lo que puede entorpecer el pensamiento original y la innovación. De hecho, hay estudios que muestran que las contribuciones más creativas de una persona suelen venir antes de que alcance su pico de conocimiento en su ámbito”.
En este sentido, Johnson recuerda en que los recién llegados a un terreno tienen menos ideas preconcebidas, por lo que son más flexibles a la hora de interpretar los datos y de ofrecer soluciones.
Como añade en el libro, “necesitamos experiencias nuevas e inusuales para pensar de forma diferente”. Pero no hay que confundir la apertura a la experiencia con la búsqueda de la adrenalina y de la novedad por sistema: “Las personas creativas se sienten impulsadas por la adquisición de nueva información y por aprender cosas nuevas, no solo por tener experiencias emocionantes”.
Coincide Carson, que en su libro recuerda la importancia de tener intereses variados. Albert Einstein tocaba el violín, Benjamin Franklin era escritor e inventor, Michael Crichton era escritor y había estudiado medicina… “La diversidad de intereses en una mente a nivel individual tiene el mismo efecto que la diversidad en el seno de una comunidad o nación”.
El mindfulness (la conciencia plena) consiste en “prestar atención al momento presente” y “darse cuenta de forma activa de nuevas cosas”, sin emitir juicios de valor al respecto. Nos ayuda a pasar de la multitarea a la monotarea: centrarnos en una única actividad y dedicarle toda nuestra atención. No fácil: según Gregoire, los estadounidenses pasan unas 11 horas diarias interactuando con dispositivos digitales.
Esta actividad incrementa nuestra capacidad de concentración y atención, además de nuestra “empatía y compasión, introspección, autocontrol, memoria y aprendizaje”. También alivia el estrés, la ansiedad, la depresión y los problemas para dormir.
Esto, sin duda, puede tener sus inconvenientes, incluida una mayor tendencia a la ansiedad y al insomnio, pero también una imaginación más rica, una mayor introspección y asociaciones más sorprendentes. Eso sí, “una imaginación exacerbada también puede dar lugar a un miedo a lo desconocido”, incluyendo a la muerte.
En todo caso, sí “hay un punto de verdad en el estereotipo: el sufrimiento puede llevar al crecimiento creativo”. Muchas personas que pasan por una experiencia negativa, incluso trágica, “son capaces de transformar los retos de la vida en una oportunidad para ver el mundo de otra forma y expresar este nuevo significado a través del arte”.
Carson añade que en el colegio nos suelen enseñar a pensar de forma convergente. Es decir, cada problema tiene una única solución. Esto no es necesariamente malo: hay muchas preguntas que tienen una sola respuesta. En cambio, el pensamiento divergente consiste en buscar “múltiples soluciones a un único problema o dilema”. Esta forma de pensar “considera el problema desde todos los puntos de vista y establece conexiones entre la pregunta y todas sus potenciales respuestas. Ayuda a enfrentarse tanto a los problemas abiertos como a los mal estructurados, “precisamente el tipo de problemas que hay que identificar y abordar para sobrevivir y prosperar en nuestro mundo cambiante”.
Hay que abandonar las perspectivas habituales y probar con nuevas formas de pensar. Es decir, no suele ser buena idea limitarse al “la última vez que lo hicimos de esta manera funcionó muy bien” o al “siempre se ha hecho así”.
Según explica Gregoire a Verne por correo electrónico, la creatividad no es “algo exclusivo de un grupo selecto de genios, sino una habilidad de todos los seres humanos. Todos tenemos la capacidad de expresarnos de forma única, de pensar de forma diferente y de ‘conectar los puntos’, por decirlo así, de forma diferente a cómo lo ha hecho todo el mundo antes”.
Añade que “mucha gente se sintió atraída por el artículo original porque mostraba que las personas creativas son complejas y paradójicas. Mucha gente se sintió identificada con esta descripción. En los comentarios abundaban frases como 'este soy yo. Ahora me entiendo mejor a mí mismo'". En el libro amplía esta exposición y la divide en 10 capítulos, dedicados a cada uno de estos hábitos propios de las personas creativas.
1. El juego
“Todos somos creativos al nacer y ejercitamos esta
creatividad a través del juego imaginativo”, nos explica Gregoire. No
todos somos Picasso, pero “todos tenemos la capacidad para vivir de
forma creativa”.
En su libro recuerda que los niños cada vez tienen menos tiempo libre
en favor de otras actividades. Jugar no solo es divertido -razón más
que suficiente-, sino que también permite el desarrollo de habilidades
como “la organización, la resolución de problemas, el desarrollo del
lenguaje, la comprensión de conceptos científicos y matemáticos, y la
curiosidad”, entre otras habilidades que sigue enumerando durante varias
líneas, incluida la empatía, el respeto y la tolerancia.
De hecho, enseñar al niño, por ejemplo, a leer o hablar
inglés demasiado pronto puede ser contraproducente, ya que hace que sea
“menos curioso y que tenga menos tendencia a descubrir nueva información
y a hacer nuevas e inesperadas conexiones”.
Esta actitud de juego y descubrimiento se puede mantener en
la edad adulta. “Para estas mentes creativas, la creación es por sí
misma un juego” que a menudo está basado en los recuerdos de nuestras
distracciones de la infancia y en los universos que entonces creamos.
2. La pasión
La pasión por una actividad hace que resulte más fácil
trabajar duro para lograr nuestros objetivos. Gregoire y Kaufman
distinguen entre una pasión motivada por factores externos, como el
éxito, el dinero y la adulación, y la que está motivada por la propia
actividad. A estas personas no les interesa tanto el resultado como el
proceso. Y les suele ir mejor.
3. Soñar despiertos
El 47% del tiempo que estamos despiertos lo pasamos soñando,
imaginando, divagando, según apuntan Gregoire y Kaufman en su libro.
Esta actividad no tiene buena prensa, “especialmente en los niños”, a
quienes se acusa de distraerse y de no centrarse.
Sin embargo, “soñar despierto de forma sana (es decir, sin
dar vueltas a los problemas) es increíblemente beneficioso para nuestro
bienestar, nuestra compasión y empatía, y nuestra creatividad”. Ayuda a
incubar y a procesar ideas, a planificar el futuro y a reflexionar,
además de a conocernos mejor.
Una forma de ayudar a este proceso es ducharnos, que además de
relajarnos, nos aísla del mundo durante unos minutos. “El 72% de las
personas de todo el mundo asegura haber tenido nuevas ideas en la
ducha”. El porcentaje es más alto que el número de gente que ha tenido
una idea nueva en el trabajo.Otra forma es pasear, una actividad avalada por Kant, Darwin y Nietzsche, entre otros. Según los estudios que cita Gregoire, caminar, en especial en la naturaleza, provoca “cambios psicológicos en el cerebro que reducen la frustración y el estrés, incrementan el entusiasmo y aumentan los niveles de meditación y buen humor… Todo esto nos ayuda a hacer más conexiones creativas”.
También la risa: según escribe Shelley Carson en Tu cerebro creativo, “se obtienen mejores resultado en tareas de pensamiento divergente después de reír o de escuchar un buen chiste”.
Hay que recordar que estos procesos mentales creativos, pero más espontáneos, solo son “un primer paso”, como nos subraya Gregoire. Además de tener buenas ideas, “hemos de llevar a cabo el trabajo duro necesario para ejecutar nuestra visión. Los sueños son importantes, pero no nos llevarán muy lejos si no nos planificamos y trabajamos duro para convertirnos en una realidad”.
4. La soledad
Aunque pueda sonar extraño, hay un sesgo contra la
creatividad, según escribe Gregoire en su libro. “No nos gustan las
cosas que suponen un reto para nuestra forma habitual de pensar”.
Este sesgo “es particularmente notorio en lo que se refiere
a dos de los rasgos de los que hablamos en el libro: la soledad y soñar
despiertos -nos explica la autora-. Vivimos en una cultura extrovertida
que devalúa y no entiende la soledad. Tendemos a ver el tiempo que
pasamos a solas como tiempo perdido, pero en realidad, la tranquilidad
de la soledad intencionada ayuda a que surjan nuestras ideas más
creativas”. Tenemos que darnos tiempo para estar a solas y disfrutar de
un espacio de intimidad con nosotros mismos.
5. La intuición
Gregoire y Kaufman se refieren a las investigaciones de Daniel
Kahneman y Amos Tversky, que explican que tenemos un modo de pensamiento
rápido y automático, y otro controlado y deliberado. El primero
consiste en una serie de estructuras y estados mentales que nos pueden
llevar a sesgos y estereotipos,
pero también a una menor inhibición, a una mayor emotividad, a
asociaciones automáticas y a la percepción tanto de nuevos problemas
como de sus soluciones.Fiarnos de la intuición no consiste en esperar un momento de eureka que venga de la nada. El proceso se parece más a lo que Steven Johnson llama Where Good Ideas Come From una “corazonada lenta”, que se ha de cultivar poco a poco.
Todo esto no significa que las 10.000 horas de práctica sean cosa del pasado. Según esta teoría del psicólogo K. Anders Ericsson, practicar de forma deliberada durante mucho tiempo puede convertirte en un experto en cualquier ámbito. Gregoire nos recuerda que este aprendizaje es necesario, pero las personas creativas no son solo expertas en un ámbito, sino que “experimentan y encuentran nuevas formas de innovar en su campo”.
Y añade: “Demasiado conocimiento puede causar que la gente se quede atascada en sus formas de pensar, lo que puede entorpecer el pensamiento original y la innovación. De hecho, hay estudios que muestran que las contribuciones más creativas de una persona suelen venir antes de que alcance su pico de conocimiento en su ámbito”.
En este sentido, Johnson recuerda en que los recién llegados a un terreno tienen menos ideas preconcebidas, por lo que son más flexibles a la hora de interpretar los datos y de ofrecer soluciones.
6. La apertura a la experiencia
Gregoire y Kaufman aclaran que no todas las personas creativas
practican estos 10 hábitos. Pero la apertura a la experiencia sí es
común a todas ellas. Las personas abiertas a la experiencia, nos explica
Gregoire, tienden a ser “imaginativas, curiosas, perceptivas,
creativas, artísticas, reflexivas e intelectuales. El rasgo incluye la
curiosidad intelectual, la resolución de problemas, el disfrute
artístico, amor por el arte y la belleza, la fantasía y la imaginación”.Como añade en el libro, “necesitamos experiencias nuevas e inusuales para pensar de forma diferente”. Pero no hay que confundir la apertura a la experiencia con la búsqueda de la adrenalina y de la novedad por sistema: “Las personas creativas se sienten impulsadas por la adquisición de nueva información y por aprender cosas nuevas, no solo por tener experiencias emocionantes”.
Coincide Carson, que en su libro recuerda la importancia de tener intereses variados. Albert Einstein tocaba el violín, Benjamin Franklin era escritor e inventor, Michael Crichton era escritor y había estudiado medicina… “La diversidad de intereses en una mente a nivel individual tiene el mismo efecto que la diversidad en el seno de una comunidad o nación”.
Y al hilo de esta comparación, en el libro de Gregoire y
Kaufman se recuerda que un estudio de 1977 demostró que “los periodos de
inmigración han precedido periodos de logros creativos extraordinarios
en varios contextos culturales”. Los inmigrantes traen ideas nuevas y
crean experiencias diferentes para todo el mundo, no solo para ellos.
7. El mindfulness
“Cualquiera puede practicar los hábitos del libro”, nos asegura
Gregoire, que explica que podemos reservarnos tiempo para estar a solas,
para pasear o, también, para practicar el mindfulness, “ya sea mediante la meditación o simplemente prestando atención a nuestro día a día”.El mindfulness (la conciencia plena) consiste en “prestar atención al momento presente” y “darse cuenta de forma activa de nuevas cosas”, sin emitir juicios de valor al respecto. Nos ayuda a pasar de la multitarea a la monotarea: centrarnos en una única actividad y dedicarle toda nuestra atención. No fácil: según Gregoire, los estadounidenses pasan unas 11 horas diarias interactuando con dispositivos digitales.
Esta actividad incrementa nuestra capacidad de concentración y atención, además de nuestra “empatía y compasión, introspección, autocontrol, memoria y aprendizaje”. También alivia el estrés, la ansiedad, la depresión y los problemas para dormir.
Y si esto parece entrar en contradicción con soñar
despiertos y dejar que la mente divague, Gregoire está de acuerdo. La
clave está en “la habilidad de cambiar fácilmente entre un modo de
actividad y el otro según sea necesario”. Tal y como recoge el libro, la
creatividad no es una característica, sino "un sistema de
características intelectuales, emocionales, motivacionales y éticas”,
muchas veces contradictorias.
8. La sensibilidad
Para las personas sensibles, escribe Gregoire, el mundo parece “más
colorido, dramático, trágico y hermoso”. Estas personas "a menudo se dan
cuenta de las pequeñas cosas que otros omiten, ven patrones donde otros
ven azar y encuentran significado y metáforas en lo cotidiano”.Esto, sin duda, puede tener sus inconvenientes, incluida una mayor tendencia a la ansiedad y al insomnio, pero también una imaginación más rica, una mayor introspección y asociaciones más sorprendentes. Eso sí, “una imaginación exacerbada también puede dar lugar a un miedo a lo desconocido”, incluyendo a la muerte.
9. Transformar la adversidad en una ventaja
Gregoire aclara que “hay muchas ideas equivocadas acerca de la
relación entre la creatividad y las enfermedades mentales, que vemos a
menudo en el estereotipo del artista torturado”. La relación, que la
hay, “no es una ecuación sencilla”. Por ejemplo, hay más personas
creativas con enfermedades mentales que en otros grupos, pero la mayoría
de personas creativas están sanas.En todo caso, sí “hay un punto de verdad en el estereotipo: el sufrimiento puede llevar al crecimiento creativo”. Muchas personas que pasan por una experiencia negativa, incluso trágica, “son capaces de transformar los retos de la vida en una oportunidad para ver el mundo de otra forma y expresar este nuevo significado a través del arte”.
10. Pensar de forma diferente
Ken Robinson explica
que desde niños nos educan para que no cometamos errores. "El problema
es que esto provoca miedo a jugar con posibles soluciones y formas de
pensar, y nos deja poco preparados ·para la incertidumbre y para los
nuevos retos de un mundo en proceso de cambio", como escribe Carson en Tu cerebro creativo.Carson añade que en el colegio nos suelen enseñar a pensar de forma convergente. Es decir, cada problema tiene una única solución. Esto no es necesariamente malo: hay muchas preguntas que tienen una sola respuesta. En cambio, el pensamiento divergente consiste en buscar “múltiples soluciones a un único problema o dilema”. Esta forma de pensar “considera el problema desde todos los puntos de vista y establece conexiones entre la pregunta y todas sus potenciales respuestas. Ayuda a enfrentarse tanto a los problemas abiertos como a los mal estructurados, “precisamente el tipo de problemas que hay que identificar y abordar para sobrevivir y prosperar en nuestro mundo cambiante”.
Hay que abandonar las perspectivas habituales y probar con nuevas formas de pensar. Es decir, no suele ser buena idea limitarse al “la última vez que lo hicimos de esta manera funcionó muy bien” o al “siempre se ha hecho así”.
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EL PAÍS/ICON, Miércoles 17 de febrero de 2016
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