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Educación emocional, ¿a favor o en contra?


M.SETIÉN /C.FOMINAYA

El término inteligencia emocional cada vez se escucha más en el ámbito educativo. Su objetivo, explican los expertos, es potenciar el crecimiento integral de la persona en cinco ámbitos: identidad, emociones, cuerpo, mente y vida social. Hemos querido preguntar su opinión a dos docentes, que nos plantean dos posturas diferentes sobre el tema.

A favor

El profesor Toni García Arias, autor del libro «Educación Emocional para Todos», afirma que «la educación emocional no es una novedad ni una moda pasajera. Tal vez los términos educación emocional o inteligencia emocional puedan resultarnos novedosos, pero la esencia del concepto es antigua. Lo que ha cambiado actualmente es que le damos mayor importancia porque se está demostrando científicamente lo que ya imaginábamos: que las emociones negativas y positivas no son estériles, sino que nos afectan en distintos ámbitos de nuestra vida. Hoy en día, la neurociencia o la psiconeuroinmunobiología están demostrando, por ejemplo, que una adecuada educación emocional puede ayudarnos a alcanza nuestras metas personales o que una mala educación emocional nos acarrea diversos problemas físicos que pueden desembocar en una enfermedad».
Toni García añade que «los seres humanos tenemos cualidades de diferente orden. Las cualidades emocionales son una de ellas. Sin embargo, gran parte de las demás cualidades dependen -precisamente- de nuestras cualidades emocionales. El miedo a la muerte, los prejuicios, las etiquetas, la escasa resistencia a la frustración, el miedo a las críticas puede perjudicarnos en infinidad de ocasiones a la hora de desarrollarnos completamente».
«Hoy en día, los individuos estamos expuestos a mayores influencias que hace unas décadas: WhatsApp, las redes sociales, las comunicaciones… Hoy todo parece más inestable, más pasajero; todo cambia en cuestión de un clic. De ahí que la gestión de nuestras emociones sea más necesaria que nunca», recuerda este profesor.
«Cualquier decisión que tomamos en nuestra vida tiene un componente emocional determinante. Por eso, no podemos dejar la educación de nuestras emociones a un lado. Las emociones, a fin de cuentas, pueden ser nuestro lastre o nuestro revulsivo», concluye García Arias.

En contra

Alberto Royo, profesor y autor del libro «Contra la Nueva Educación», (Plataforma. 2016), se manifiesta en contra de incluir la educación emocional en las aulas como asignatura por varios motivos.
El primero, porque considera «más necesario el control emocional que el exceso emocional y que precisamente es la razón la que ha de modular lo afectivo, pero, claro, todo lo que se reprimir en la educación está muy mal visto y suena mucha mejor hablar de espontaneidad y derroche emotivo».
La segunda razón es que «la educación de las emociones ya forma parte del aprendizaje. Nadie es capaz de impartir clase o ejercer cualquier actividad sin que intervenga lo emocional (seríamos entonces robots), por lo que no es necesario concederle más importancia de que la tiene de manera intrínseca».
En tercer lugar, «la apelación a lo emocional suele ir acompañado de propuestas de lo más extravagante como el llamado “cariñograma”, utilizado en un programa denominado “Pentacidad” que pretende aumentar la autoestima de los alumnos (más todavía) y generar “un clima agradable” (de clima de trabajo no dice nada)».
Por último, la educación emocional, «como otras propuestas chic», esconden «la intención de sustituir la transmisión de conocimiento, objetivo fundamental de la escuela, por otros propósitos de carácter subjetivo y sentimental que no encajan en mi forma de entender la educación». «Hemos de decidir qué queremos que nuestros alumnos y nuestros hijos encuentren en la escuela: conocimiento o felicidad. Lo primero sabemos cómo conseguirlo (aunque no podemos garantizarlo). Sobre lo segundo, ni siquiera nos pondríamos de acuerdo a la hora de definirlo. Y para los que buscan que sus hijos sean en buenas personas, debo decirles que esta es una responsabilidad más suya que nuestra (de los profesores) pero que sin duda podremos contribuir y ayudarles en esa tarea enseñando a sus hijos. No podemos asegurar que el conocimiento los convertirá en buenas personas, pero sí que les ayudará a ser ciudadanos con capacidad para discernir, opinar con criterio e independencia y ejercer el pensamiento crítico, que no es poco».

ABC, Martes 15 de marzo de 2016

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