CRISTINA GALINDO
“Durante mis años fértiles, he tenido todo el tiempo del mundo para
tener hijos. Tuve dos relaciones estables, una de ellas desembocó en un
matrimonio que aún continúa. Mi salud era perfecta. Podría habérmelo
permitido desde el punto de vista económico. Simplemente, nunca los he
querido. Son desordenados; me habrían puesto la casa patas arriba. Son
desagradecidos. Me habrían robado buena parte del tiempo que necesito
para escribir libros”, explica la estadounidense Lionel Shriver. Esta
confesión de la autora de Tenemos que hablar de Kevin (2003) —la exitosa y perturbadora novela sobre una madre cuyo hijo adolescente perpetra una matanza en un instituto, que fue adaptada al cine— es uno los 16 ensayos (13 escritos por mujeres y 3 por hombres) recopilados el año pasado por Meghan Daum en Selfish, Shallow and Self-absorbed
(Egoísta, superficial y ensimismado). Este libro, de amplia resonancia
en el mundo anglosajón, es una elocuente muestra de cómo se están
empezando a romper, poco a poco, los tabúes en torno a la libre elección
de no procrear, una tendencia en auge en Occidente y que suele suscitar
grandes controversias. Quienes no tienen hijos empiezan a explicarse y
reclaman un mismo estatus de normalidad.
Es obvio que aún existe una inercia social y cultural que suele
traducirse en presiones para tener descendencia, sobre todo alcanzada
una determinada edad. Pero al menos se plantea más abiertamente la
opción de no tenerla, no solo en la prensa —el debate ocupó incluso una
portada de Time en 2013—, el cine y la literatura, sino también en conversaciones cotidianas, en las que opinan mujeres y hombres.
En Selfish..., los 16 escritores exponen las muchas
circunstancias que les han llevado a no desear descendencia, desde
eludir la dedicación que conlleva la crianza, hasta motivaciones
políticas (como combatir la sobrepoblación mundial) o traumas personales
heredados de infancias difíciles. “Quería que explicaran sus razones de
forma reflexiva. Lo que defendemos es que la paternidad, cuando se hace
bien, es un trabajo difícil e importante; y debería ser solo para la
gente que lo desea”, explica Daum desde Los Ángeles.
Pero muchos deciden no tener hijos. En España, se calcula que entre
las mujeres nacidas en los setenta, no tendrá hijos un 25%, en Francia
el 20%, en Finlandia el 29%, y en Alemania el 33,6%. En EE UU un 18% de
mujeres de 40 a 44 años, no han sido madres, frente al 10% en 1976,
según el Pew Research Center. ¿Qué porcentaje evita el embarazo por
decisión propia? Las estimaciones de Hakim, basadas en abundantes
trabajos de campo, apuntan a “una pequeña y visible minoría de cerca del
5%-10% del total”. Estas mujeres están convencidas de que no quieren
hijos. “En el caso de los hombres los porcentajes son un poco más altos.
Pero son menos los que se escandalizan si ellos no quieren ser padres”,
opina Hakim.
Cuando un adulto tiene descendencia (caso, por cierto, de la autora
de este artículo), es raro que le pregunten por qué. Cuando no la tiene,
se arriesga a someterse a todo tipo de interrogatorios. “Decidir no
procrear genera ansiedades para las personas en solitario y en pareja,
para las familias y las sociedades, y sin duda genera preguntitas
insolentes”, dice la escritora chilena Lina Meruane, autora de Contra los hijos (Tumbona; México, 2015). Y a esa clase de insolencias tuvo que enfrentarse con disgusto la actriz española Maribel Verdú durante la promoción de su película Sin hijos (2015), en la que encarnó el papel de una mujer que no quiere ser madre.
Aunque la chilena Meruane sentía que no tenía por qué dar
explicaciones de su nulo interés por ser madre, escribió un ensayo en el
que critica, además, que los hijos se han convertido en “la figura
dominante del hogar”. Afirmaciones como esta alimentan otro debate,
sobre nuevos y viejos tipos de crianza, tanto o más controvertido que el
de no querer hijos. “Muchas mujeres me han agradecido que escribiera
sobre este asunto. Una amiga incluso me dijo que la había ayudado a
decidirse a ser madre”, cuenta.
¿Qué lleva a hombres y mujeres a no querer procrearse? El estudio Childlessness in Europe
(2015) concluye que las razones más habituales son motivos
profesionales, la transmisión de una enfermedad hereditaria, una mala
relación con sus progenitores, y causas económicas. Tradicionalmente en
Europa, como explica una de las participantes en este proyecto, Anna
Rotkirch, de la Federación de la Familia de Finlandia, no tener hijos ha
estado relacionado, en el caso de los hombres, con un nivel
socioeconómico bajo y la falta de pareja; en el de las mujeres era más
común entre aquellas con estudios superiores que temían que la
maternidad frenase su carrera. “Ahora en muchos países europeos la
precariedad laboral empieza a ser un motivo de peso tanto en hombres
como mujeres”.
El debate puede que no termine jamás. Sigue pesando un fuerte
prejuicio de anormalidad sobre quienes optan por no tener hijos. En
Reino Unido, la sinceridad de Holly Brockwell generó una tormenta de
indignación cuando, el pasado noviembre, explicó en la BBC por qué a los
29 años quería ser esterilizada. Hubo algunos mensajes de apoyo, pero
en general sufrió un auténtico linchamiento en Internet. Y aunque
aquello fue una reacción extrema, es una muestra de los enfrentamientos
que a veces se dan entre padres y no padres, disputas en las que se
presenta a los primeros como seres que se creen con más derechos por
tener hijos —y son incapaces de controlar los gritos de sus vástagos en
un restaurante—; y a los segundos como frívolos que piensan en sus
vacaciones, en salir por la noche y progresar en su carrera.
No todos lo ven tan claro. Un estudio realizado en 86 países por un
equipo del Instituto Max Planck de Rostock (Alemania) y la Universidad
Western Ontario (Canadá) sugiere que la maternidad es una inversión a medio-largo plazo:
el bienestar asociado a los hijos es mayor a más poder adquisitivo,
mayor apoyo social y más edad. Los menores de 30 años asociaron tener
hijos con una menor felicidad, mientras que entre los 30 y los 39 años
ese incremento fue neutral y a partir de los 40 fue positivo.
En conclusión, sigan su instinto.
EL PAÍS, 28/02/2016
Comentarios
Publicar un comentario