CLARA SIMÓN VÁQUEZ
Alejandra -aunque podría ser Lucía, Daniel, Marcos,
David...- tiene nueve años, está en cuarto de Primaria y tiene
dificultades para leer y comprender lo que lee. Sigue deteniéndose en
cada sílaba. No-pue-de-le-er-co-mo-cual-quier-ni-ño-de-su-cla-se. Empezó
teniendo dificultades para hablar, se le resistía la pronunciación de
la letra "r". Luego, esos problemas se materializaron al empezar a leer,
no seguía el ritmo de sus compañeros de clase,
presentaba dificultades en la lecturoescritura. A este retraso se le
añadía que era tímida de carácter, con lo que sus carencias pasaban aún
más desapercibidas.
Pero al llegar a cuarto y seguir
leyendo como si estuviera en primero o segundo hizo saltar las alarmas
de sus padres y profesores que decidieron ver qué pasaba. Tras una
valoración rigurosa llegó el diagnóstico: Alejandra era disléxica. A pesar de su problema, acabó la educación secundaria con un apoyo constante del colegio y de la familia, con un refuerzo en la lectoescritura para adquirir la conciencia fonológica adecuada para conseguir leer.
Aunque
puede leer, le cuesta acceder a un texto, entenderlo y comprenderlo.
También ha tenido dificultades para expresarse por escrito, tanto en la
riqueza y fluidez de los contenidos, como en la organización del escrito
y en la ortografía. Por eso, para valorar el nivel de conocimiento
adquirido, la mayor parte de los exámenes que realizaba Alejandra eran
orales, porque los entendía más rápidamente y podía expresar mejor sus
conocimientos. Además, podía defenderse mejor y evitar las temidas
faltas de ortografía.
Diagnóstico
"Para poder diagnosticar la dislexia,
el niño debe de tener un retraso de la lectura de al menos dos años o
situarse en 1,5 desviaciones típicas por debajo de la media en las pruebas de lectoescritura.
Su cociente intelectual tiene que encontrarse dentro del rango de la
normalidad, nunca por debajo de 80, y descartar que no haya otros
problemas, como, por ejemplo, un déficit de atención", apunta la
psicóloga Silvia Álava, quien añade que hay unos signos de alarma que
pueden poner en sobre aviso de que algo pasa.
Así, si un
niño invierte los números y las letras, comete rotaciones y confunde las
letras b-d y p-q, tiene muchos problemas en la asociación del fonema
con el grafema, es decir no llega asociar cada letra con su sonido, le
cuesta realizar ejercicios de conciencia fonológica, no es capaz de
separar las sílabas: a-be-ja, se salta de forma habitual renglones
cuando lee en voz alta, inventa un número elevado de palabras y tiene
verdadera aversión a leer y a escribir hay que pedir ayuda porque puede
tener dislexia.
Dificultad, no impedimento
Juan
Narbona, neuropedriatra de la Clínica Universidad de Navarra, se
muestra partidario de desterrar el término dislexia y sustituirlo por el
nombre oficial: trastorno del aprendizaje de la lectura y de la
escritura. "Aunque realmente a mí me gusta más llamarlo dificultad para
adquirir la lectura y escritura".
Es una variación en la
capacidad innata para adquirir este sistema (lectura y escritura) que no
es connatural al humano, como es el lenguaje hablado. Una persona puede tener más o menos capacidad para descubrir y automatizar la lectura y la escritura,
como se puede tener más o menos capacidad para tocar la guitarra o para
la danza, pero esto no quiere decir que no pueda llegar a leer o a
escribir. "Por lo general -continúa el neuropediatra-, se trata de una
dificultad, no de un impedimento. Lo tienen más difícil que otros niños
que leen ya en Infantil, pero acaban aprendiendo a leer".
El
especialista se queja de que cada vez se quiere que los niños lean antes
y explica que en Dinamarca no se inician en la lectura hasta los siete
años. "El descubrimiento de la lectura es algo que se hace de forma súbita y natural.
Por eso, no hay que empeñarse en que lean con cuatro años. En esa etapa
de la vida, deben hacer cosas más importantes en cuanto a
psicomotricidad, convivencia, lenguaje oral, habilidades plásticas y
manuales".
Para empezar a leer se tienen que dar tres requisitos:
dominar bien la lengua oral (que no está madura hasta los seis años),
trabajar la metacognición del lenguaje oral y saber que las palabras se
descomponen en sílabas, las sílabas en sonidos y conocer su relación con
la grafía. Cuando el niño domina su lenguaje oral le resulta más fácil
leer y escribir.
"Lo que les pasa a los niños con dificultades
para adquirir la lectura y la escritura es que cuando leen no lo hacen
automáticamente ni de forma placentera. Aprenden a leer, pero con más
trabajo y lentitud. Adquieren un nivel de lectura útil para
desenvolverse en la vida, pero no se aficionan al placer de la lectura".
Una cosa que deja tranquilos a los especialistas es que en los niños que tienen dificultad para adquirir la lectoescritura no existe ninguna lesión cerebral.
"No se ha determinado ninguna anomalía cerebral que se corresponda a
los problemas del aprendizaje de la lectura. Si ocurriera esto, la
esperanza para poder solventar estos problemas sería nula y sabemos que
con la dirección adecuada, el niño acaba leyendo. Si hubiera un
impedimento anatómico sería mucho más complicado. Hay que entrenar y no
hay que desistir", apunta con optimismo Juan Narbona.
Ejercicios
Una
vez que ya se ha detectado el problema se deben establecer pautas para
mejorar la lectoescritura. Según explica Silvia Álava, acompañar a los
niños que tienen problemas para leer con ejercicios específicos les
ayuda a mejorar su lectura. Así, "es bueno grabarle de vez en cuando
para que se escuche cuando lee y, de esta forma, aumentar su motivación
hacia la lectura. Si omite alguna palabra o vemos que con alguna tiene
más dificultades o se la salta, le pediremos que lea en voz baja, que
detecte esa palabra y posteriormente que la escriba en su cuaderno y la
lea varias veces para que adquiera habilidad articulatoria y le pierda
miedo".
De hecho, hay muchos métodos de apoyo visual y auditivo
para que el niño aprenda y pueda ir poco a poco incorporando la lectura a
sus capacidades. Hay que animar a que los niños lean y para esto no hay mejor ejemplo que el que le puedan dar sus padres.
En este sentido, el neuropediatra afirma que "a un niño no se le puede
decir que lea, tiene que ver a sus padres leer". Y para hacerle
atractiva la lectura, en un primer momento hay que leerle y una vez que
está interesante la historia hay que dejarle que siga por sí mismo.
Otro
aspecto que hay que tener en cuenta para que el niño se habitúe a leer
es la hora que se elige para hacerlo. Si se le propone que coja un libro
a última hora del día, el niño ya está cansado y por muy divertida y
atractiva que sea la historia, no prestará atención porque no puede
hacerlo.
Su día a día
Los niños con
dislexia suelen ser muy conscientes de sus dificultades. Normalmente,
tienen una autoestima baja y necesitan mucha motivación y refuerzo
positivo. Por eso, Rosalía Hita, logopeda de un colegio público, dice
que los adultos del entorno del niño son los responsables de llevar a la
práctica en el aula, las pautas a tener en cuenta. También es
responsabilidad del adulto crear un buen ambiente y una actitud positiva
ante el compañero que presenta dificultades lectoescritoras. "Solemos
explicar al grupo de la clase que igual que unos tienen dificultades con
las matemáticas o con el dibujo, otros compañeros se les da peor la
lectura o la escritura".
Para que sigan mejor las clases, se recomienda que los alumnos con problemas para la lectura y la escritura se sitúen en las primeras filas, cerca del profesor y de la pizarra.
Así, se les puede prestar más atención. "Tenemos que asegurarnos de que
el niño ha comprendido bien el material escrito con el que tiene que
trabajar".
Desde hace unos años, en las aulas se siguen unas
pautas para la evaluación de los alumnos con dislexia, que se aplican en
los exámenes y en otras herramientas para la evaluación de los
conocimientos adquiridos.
Entre estas medidas se contempla la
adaptación de los tiempos para realizar los exámenes, incrementándolos
hasta un máximo de un 35% sobre el tiempo previsto para el resto de los
alumnos. También se puede adaptar el modelo de examen, el tipo y el tamaño de la fuente en el texto del examen.
A
estos alumnos también se les permite utilizar hojas en blanco y hacer
los exámenes de manera oral, situación que les ayuda en gran medida y
les da tranquilidad. Otra medida para facilitarle los exámenes es
realizar una lectura en voz alta de los enunciados de las preguntas al
comienzo de la prueba y que ésta se haga en un aula separada para evitar
distracciones.
Rosalía ahora está trabajando con un niño que
cursa cuarto de Primaria, después de haber repetido su segundo. Según
cuenta, tiene dificultades en la ruta fonológica de acceso al léxico,
"es decir, que para leer una palabra utiliza la ruta global, ve la palabra globalmente y le cuesta convertir los grafemas a su correspondiente fonema".
Con
este alumno tiene que trabajar un programa específico de dislexia para
favorecer la ruta fonológica, puesto que presenta muchos errores a la
hora de leer: omite sílabas, sustituye unas sílabas por otras, se
inventa palabras... En la escritura la situación no es mejor; presenta
los mismos errores. Ante esta situación, deben mejorar la conciencia
fonológica para que sea consciente de que cada letra tiene un sonido,
que ese sonido unido a otro forma una sílaba y que varias sílabas forman
una palabra con significado. Así podrá leer y comprender lo que lee.
EL MUNDO, Lunes 28 de marzo de 2016
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