Cuando el Gobierno
anunció el confinamiento de la población como medida prioritaria para contener
la expansión del SARS-CoV-2, causante de la pandemia de Covid-19, los
ciudadanos nos lanzamos en tromba a los súper e hipermercados.
En la retina de todos han quedado esos estantes vacíos de papel
higiénico (el producto al que, seguramente, más chistes y memes se
dedicaron durante la primera semana de encierro), una situación que se ha
repetido en todos los países.
Sin embargo, en el largo
camino desde el comienzo del encierro hasta su fin, diferentes artículos han
ido cogiendo el testigo del papel higiénico y hace unos días,
lo que faltaba era la levadura, esencial para hacer bizcochos
y panes. Y es que cocinar, y sobre todo la repostería, se ha convertido en
uno de los pasatiempos favoritos para muchas personas, de
cualquier edad.
Comer, y mejor dulce y
alimentos calóricos, ayuda a calmar la ansiedad. La razón está en que la comida
muy calórica y sabrosa (comida basura) desencadena en el cerebro la producción
de hormonas y neurotransmisores de manera similar a como lo
hacen las drogas, especialmente se incrementan los niveles de dopamina, la conocida como
hormona del bienestar. El azúcar también afecta a las vías opioides cerebrales, el mismo sistema
en el que actúan drogas de abuso, como la heroína o la
morfina. Todo ello explica que al tomarla, se refuerzan esas vías y el cerebro
pide cada vez más hasta el punto de que un estudio encontró que unas conocidas galletas activan en el
cerebro más neuronas que la cocaína.
Vía directa del
intestino al cerebro
Ahora, un equipo del
Instituto Howard Hughes, de la Universidad de Columbia (Nueva
York), ha publicado una investigación en 'Nature', una de las revistas científicas
más prestigiosas, en la que han descubierto un circuito entre el intestino y el
cerebro que hace que tengamos necesidad de tomar azúcar.
Los autores, liderados
por el neurobiólogo Charles Zuker, han demostrado que el cerebro responde no
solo cuando el azúcar toca la lengua, sino también cuando entra al
intestino. El hallazgo de un circuito especializado intestino-cerebro ofrece
una nueva visión de la forma en que el cerebro y el cuerpo evolucionaron para
buscarla. Además, la investigación también revela que los edulcorantes artificiales no
activan ese circuito, lo que explica por qué no son tan satisfactorios como el
azúcar.
El director del estudio
sostiene: "Descubrir este circuito ayuda a explicar cómo el azúcar impacta
directamente en nuestro cerebro para impulsar el consumo.También
expone nuevos objetivos y oportunidades para desarrollar estrategias
encaminadas a reducir nuestro insaciable apetito por la
misma". De hecho, disminuir el consumo de azúcar es una prioridad
de la salud pública. Ante la pandemia de obesidad y enfermedades
metabólicas asociadas (diabetes, hiperlipemia, etc), la OMS ha advertido a los países de que
deben tomar medidas para reducir drásticamente el consumo de azúcar añadido (no
incluye la que contienen de forma natural los alimentos) para que suponga el
10%, como máximo, de las calorías ingeridas en un día.
Receptores de sabores
El trabajo que se acaba
de publicar en 'Nature' se puede considerar un paso más de otros anteriores
desarrollados en el laboratorio de Zuker y que habían comprobado que el azúcar
ejerce un control sobre el cerebro.
Cuando la lengua
encuentra un sabor (dulce, amargo, salado, agrio o umami), los
receptores del gusto envían señales al cerebro. Al eliminar los receptores de
sabor dulce cabe esperar que se rechace el deseo por el dulce, algo que no
sucede según han comprobado los autores en su estudio realizado en ratones. El
objetivo del mismo era explicar por qué persiste el gusto por lo dulce y
encontrar las bases neuronales del insaciable deseo por el azúcar.
El equipo del Instituto
Howard Hughes se centró en una zona del tronco encefálico (concretamente,
en el núcleo caudal del tracto solitario cNST). "Descubrimos que el cNST
registra actividad cuando eliminamos los receptores de sabor dulce en las
lenguas de los animales y les dimos azúcar directamente en el intestino",
describe Alexander Sisti, coautor del artículo. "Algo transmitía una señal
que indicaba la presencia de la misma desde el intestino hasta el
cerebro".
Los científicos
centraron la atención en el nervio vago, que conecta el cerebro con
los órganos internos (intestino, pulmones y estómago), y desarrollaron técnicas
para controlar la actividad en tiempo real de las células en el nervio vago e
identificaron un grupo de células que responden al azúcar.
"Vimos, por primera vez, la detección de azúcar a través de esta vía
directa desde el intestino hasta el cerebro", asegura Sisti..
Además, demostraron que
silenciar este circuito intestino-cerebro elimina por completo el deseo de
los animales y la preferencia por el azúcar, lo que demuestra que controlar su
función puede afectar drásticamente el deseo de azúcar del animal.
Este circuito de
intestino a cerebro responde a la glucosa pero “ignora a los edulcorantes
artificiales, lo que puede explicar por qué estos aditivos no parecen
replicar completamente el atractivo del azúcar”, apuntan los investigadores.
Ese circuito tampoco reacciona ante otros tipos de azúcar, como la fructosa (el
azúcar de la fruta).
Todos estos hallazgos
demuestran la existencia de dos sistemas complementarios, aunque
independientes, para detectar el azúcar rico en energía: uno que recibe información
de la lengua y el otro del intestino. En opinión de los neurocientíficos,
"estos resultados podrían estimular el desarrollo de estrategias más
efectivas para reducir significativamente nuestro impulso insaciable de azúcar,
desde la modulación de varios componentes de este circuito hasta posibles sustitutos
del azúcar que imitan más de cerca la forma en que el azúcar actúa en
el cerebro”.
Aplicación en personas
Sin embargo, muchas
veces la realidad se impone a los resultados obtenidos en los laboratorios y
dejan al descubierto la dificultad para llevarlos a la práctica. Alimente ha
consultado con diferentes especialistas y han confirmado esta idea. El
profesor José Ordovás, director de Nutrición y Genómica de la
Universidad de Tufts (Boston), explica que “el cerebro de los mamíferos, y por
supuesto el cerebro más ‘hambriento’ de todos ellos, el humano, depende de
la glucosa como fuente principal de energía, y la regulación
estricta del metabolismo de la glucosa es crítica para la fisiología del cerebro”
. Por esta razón, “no es de extrañar que el cerebro se asegure de tener
su abastecimiento esencial influyendo de maneras múltiples
sobre nuestro comportamiento nutricional. Al igual que la supervivencia de la
especie humana se asegura mediante el placer, la supervivencia del cerebro se
asegura mediante la recompensa hedónica asociada con alimentos que contienen su
necesitada glucosa”.
Para Ordovás, “la
investigación publicada en 'Nature' demuestra de una manera elegante y
convincente, aunque con la salvedad de que es en un modelo animal,
un mecanismo por el cual el cerebro y el intestino se comunican para contribuir
a que el primero tenga su avituallamiento de glucosa independiente
y adicionalmente de lo que sabíamos tradicionalmente a través del sentido del
gusto”. Y, además, “esta respuesta es específica a la glucosa y no es
“engañada” por los edulcorantes artificiales que son capaces de emular la
sensación en el sentido del gusto”, resalta.
Sobre la posibilidad de
que a partir de estos resultados se pudiera diseñar una estrategia orientada a
controlar la obesidad y la diabetes, el profesor de Tufts no lo descarta: “El
tiempo lo dirá, pero si esto es así, podría contribuir a nuestro conocimiento y
mejor tratamiento de la obesidad y de cómo las enfermedades
intestinales pueden alterar esta conexión intestino-cerebro e, incluso, por qué
algunas de ellas están asociadas con alteraciones psicológicas y de
comportamiento”.
Miguel Aganzo, nutricionista e
investigador de los hospitales Fundación Jiménez Díaz y Rey Juan Carlos, en
Móstoles (Madrid), considera prematuro pensar que esto pueda
tener una aplicación en personas, al menos a corto plazo, porque “no se puede
interrumpir el nervio vago. Habría que hacer intervenciones muy selectivas,
algo que, personalmente, no encuentro viable porque entonces puede ser que se
anule hasta la necesidad de comer”. En cuanto a la posibilidad de
que la apetencia por el azúcar se altere por enfermedades intestinales o
neurodegenerativas, “en mi experiencia clínica no he observado esa relación”.
Todo lo expuesto hasta ahora deja claro que la apetencia por el azúcar y el
dulce está escrita en nuestro cerebro, que junto con el intestino
forman el tándem perfecto para hacernos caer. Por tanto, mientras dure el
confinamiento, no está mal aceptar la necesidad biológica y rendirnos
al encanto de la repostería casera.
EL CONFIDENCIAL, Viernes 17 de abril de 2020
Imágenes: algunos ejemplos de como el confinamiento ha hecho que mi cocina parezca un obrador.
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