CARLOS PRIETO
¿Sabían que hay 7 millones de menores de
15 años en España?
¿Y que ahora mismo están todos encerrados en sus casas sin poder salir y con un
montón de deberes? No, no es que el Estado les haya castigado a todos por mal
comportamiento. O sí. Son la población invisible del confinamiento
por coronavirus.
César Rendueles -ensayista,
filósofo y profesor de sociología en la UCM- lleva días reflexionando en
Twitter sobre el difícil equilibrio entre crianza, cuidados, tareas escolares,
alimentación y niños encerrados. Rendueles, autor de libros como 'Sociofobia', analiza las claves infantiles del
coronavirus en esta entrevista.
PREGUNTA. Critica que los estamentos oficiales
no han tenido en cuenta las necesidades de los niños en esta crisis. ¿Deberían
poder salir?
RESPUESTA. Me gustaría comenzar
aclarando que en ningún caso deberíamos incumplir las instrucciones que han
dado las autoridades sanitarias. Nadie que no cumpla las excepciones
establecidas por la ley debería salir de casa. Dicho esto, sí creo que podemos
plantear preguntas sobre algunas decisiones, sobre todo cuando afectan al
bienestar de colectivos vulnerables. En concreto
creo que es llamativo el enfoque tan
adultocéntrico que está teniendo esta crisis. En ningún momento
se ha tenido en cuenta las necesidades de la infancia, una población que
normalmente es objeto de una especial protección.
La primera ministra noruega dedicó una
rueda de prensa de media hora exclusivamente a los niños.
En la comparecencia de Pedro Sánchez de la semana pasada mencionó varias veces
a las mascotas y sus necesidades y ninguna a los niños. Desde el primer momento
se autorizó a los dueños de perros a sacar a pasear a sus animales. Lo cual me
parece muy bien, por supuesto. Pero lo cierto es que los dueños de los perros
también contagian y estamos hablando de muchísima gente. En España hay 13
millones de mascotas registradas,
más que niños menores de 15 años. Simplemente se confía en que esas personas
actuarán con responsabilidad y no abusarán de ese privilegio.
En el caso de las madres y padres de
niños no se ha tenido esa confianza. No se ha permitido, por ejemplo, que los
niños salgan a pasear diariamente unos minutos con todas las medidas de
seguridad que sean necesarias: de uno en uno, acompañados de cerca por un
adulto, en cierta franja horaria, respetando la distancia
de seguridad, sin usar parques ni zonas comunes… Tal vez ni siquiera
se ha tomado en consideración esa posibilidad.
P. ¿Por qué?
R. Estamos acostumbrados a esperar que
los niños sean invisibles, que no molesten, no hagan ruido y no alteren el
mundo “normal”, que entendemos que es el de los adultos. La crisis del coronavirus es una especie de paraíso
adultocéntrico. Los niños han desaparecido completamente de la vista pública,
por fin son asunto exclusivamente privado de sus padres.
Y luego está esa especie de rencor social:
como a los niños les afecta menos gravemente el coronavirus, no sólo están
invisibilizados, sino que se les ve como minibombas biológicas. Parece como si
todo el mundo hubiera hecho un curso de epidemiología a distancia para
explicarte que tus hijos son “supercontagiadores asintomáticos”. Cuando, en
realidad, cualquier persona puede ser un contagiador asintomático durante el
periodo de incubación de la enfermedad, también la gente que va a trabajar en
metro por la mañana.
Insisto en que hay que respetar las
decisiones de los médicos. Pero en otros países como Francia, Bélgica, Suiza o
Austria han optado por otras regulaciones más atentas a la
infancia. Tal vez esos países pequen de imprudentes pero echo de
menos al menos una explicación. Hay que tener en cuenta que el confinamiento
tiene un fortísimo sesgo de clase. No es para nada lo mismo vivir el encierro
en una casa amplia, luminosa, con terraza o incluso jardín que en diminutos
pisos interiores sin luz natural.
P. Respecto a las tareas escolares durante
el confinamiento. ¿Hay un problema de 'deberitis' en las casas?
R. El cierre de todos los centros educativos
nos ha pillado con el paso cambiado a todos los profesores. Es una situación
complicadísima y sin precedentes en la que mucha gente está haciendo grandes
esfuerzos por encontrar soluciones razonables. Las situaciones educativas son
muy distintas entre sí. No tiene nada que ver tratar con estudiantes de 16 o 17
años, que son mucho más autónomos que con niños pequeños, de 7 u 8. No tienen
nada que ver tampoco las asignaturas en las que las prácticas tienen mucho peso
con otras más teóricas. En cualquier caso, todos los docentes, pero
especialmente los de primaria y secundaria, tenemos que ser conscientes de
la tensión que supone esta situación para las familias,
tanto para los niños como para los adultos.
Hay colegios y profesores que, como
decía, están haciendo una labor increíble en ese sentido, a menudo con pocos
medios materiales, a base de sacrificio personal. En otros casos… no tanto.
Algunos colegios piden a los padres que teletrabajen mientras supervisan que sus hijos
realizan tareas complejas que requieren un alto grado de conectividad con los
típicos problemas técnicos sobrevenidos y todo ello completamente encerrados en
sus casas. Conozco personalmente varios casos de madres solas con situaciones
laborales y sociales complicadísimas que me han dicho que lo que peor están
llevando de esta crisis no es la incertidumbre económica o el miedo a la
enfermedad sino el estrés de ser incapaces de ayudar a sus hijos con la
avalancha de tareas que les llegan desde el colegio.
P. ¿El bilingüismo ayuda?
El programa bilingüe de la Comunidad de
Madrid lo agrava todo mucho. Si muchas familias tienen
dificultades para ayudar a sus hijos normalmente, cuando las tareas se
multiplican y además están en inglés la cosa se vuelve surrealista. Hay madres
y padres que sencillamente no entienden qué es lo que tienen que hacer sus
hijos en Science.
P. Dice que el confinamiento ha agravado
la desigualdad educativa. ¿Cómo?
R. Un hecho bien conocido en sociología
de la educación es que los deberes aumentan la desigualdad. Los deberes
benefician a los estudiantes con la capacidad para estudiar autónomamente y
deja completamente descolgados a los que más ayuda necesitan. El papel de las
familias es crucial, en ese sentido. Aquellos estudiantes cuyos padres tienen
conocimientos y tiempo para ayudarles tienen una ventaja enorme. El
confinamiento ha hecho que la educación consista sólo en
deberes. Así que creo que no es muy aventurado suponer que en este
periodo las desigualdades se agravarán. Habrá niños que avanzarán más que si
hubieran ido a clase. Y otros se habrán quedado mucho más descolgados de lo que
ya estaban.
P. ¿Por qué no le gusta el plan Telepizza
de Ayuso para los niños con beca de comedor? ¿No es eso mejor que nada?
R. Rebuscar en un basurero también es
mejor que nada, creo que esa no es la cuestión. El hecho es que existía una
alternativa facilísima: dar el dinero que se va a entregar a Telepizza y Rodilla a
las familias que necesitan esa ayuda para que compren la comida que les
parezca.
Es realmente la solución más rápida y
fácil y la que se ha elegido en otras comunidades autónomas. También es la que
les gusta a los liberales cuando les beneficia a ellos. El único motivo para no
optar por esa vía es el puro clasismo. Ayuso y los suyos creen que los pobres gastan mal el
dinero y que es mejor financiar a papá Telepizza para que los alimente.
P. ¿Se ha necesitado una pandemia para
entender la importancia de la sanidad pública?
R. Con la sanidad y otros servicios
públicos, como las residencias para mayores, ha pasado lo mismo que con la
educación. El confinamiento hace que veamos concentrado en un periodo de tiempo
muy rápido procesos que normalmente podemos ignorar porque se dan a cámara
lenta. El 31 de enero de 2019 una plataforma en defensa de la sanidad pública
madrileña presentó un escrito en el que denunciaba la pérdida de más de tres
mil camas en los últimos seis años. Explicaban, por ejemplo, que los operadores
del 061, que atienden llamadas de urgencias sanitaria, esos que ahora están
desbordados, tienen un convenio de telemarketing.
Hasta hace quince días esa degradación
de la sanidad pública o la educación nos preocupaban pero las tolerábamos
porque eran dinámicas que nos afectaban esporádicamente. De repente esas camas
que han desaparecido, las corruptelas en la privatización de servicios
sanitarios, la precarización del personal sanitario… Todo eso se ha
vuelto cuestión de vida o muerte. En realidad, ya lo era. Miles de personas
llevan años padeciendo en su cuerpo las consecuencias de ese desastre.
Simplemente ahora nos afectan a todos a la vez.
EL CONFIDENCIAL, 22/03/2020
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