MARÍA PAREDES
"Como me acabe de acostumbrar bien a esto, no me volvéis a ver el pelo
en la calle nunca más". La sentencia la publicaba un escritor, hace
unos días, en una red social. Y no es el único que proclama, durante
esta crisis, que estar en casa permanentemente es una especie de bendición
(salvando que el Apocalipsis sigue bramando fuera). Luego están, en la
cara B, los memes que se amontonan e inundan pantallas pidiéndoles a los
bares que vayan haciendo acopio de cerveza, porque, en comparación, el
asalto que algunos prometen hacerles deja lo del desabastecimiento
masivo de papel higiénico reducido a categoría de anécdota. ¿Qué va a
pasar con nuestra naturaleza sociable cuanto termine, o se levante
paulatinamente, el confinamiento?
Obviamente, no llenaremos los bares (entre otras cosas, porque no
estará permitido). Pero, ¿cambiará tanto nuestra forma de ser y
relacionarnos?
Desde el punto de vista de la psicología,
el estilo de apego de cada uno determina los mecanismos de
afrontamiento de la realidad. Hay personas más introvertidas, más
ansiosas, más equilibradas o más caóticas e impulsivas. "Ese factor es
el que hace que cada español esté teniendo una respuesta distinta ante
la pandemia y, sobre todo, ante sus consecuencias restrictivas", afirma
Carmen Soria, psicóloga sanitaria y directora del gabinete Integra
Terapia de Madrid. Nuestra respuesta tras el confinamiento
y nuestros mecanismos para sobrellevar cada fase, dependerán también de
estas formas de ser. "Afrontaremos la situación, la entenderemos y, por
fin, se producirá la aceptación. Entenderemos que somos vulnerables,
pero no impotentes. Habrá cambios, indudablemente, pero estos no tienen
por qué ser todos negativos", apunta Soria. La psicóloga pone algunos
ejemplos: habremos aprendido que podemos mantener nuestras relaciones
aun a distancia, habremos sabido descartar a quien no tiene que estar en
nuestra vida, habremos asumido lo vulnerables que podemos ser al cambio
de hábitos y habremos ampliado nuestro ocio casero.
Nacerán nuevas formas de arte
"Somos animales sociales, gregarios y creativos. Y adaptaremos las
formas de comunicarnos a los medios que tenemos", apunta Soria. Además,
el espejo de la Historia da pistas de cómo bullirán las emociones
después del confinamiento. ¿Y qué hay más afín al arte que los propios
sentimientos? Ante la peste negra medieval y sus posteriores ciclos
epidémicos, que llegaron hasta bien entrada la Edad Moderna, la angustia
y ansiedad colectiva de la población sirvieron para alumbrar nuevos
ritos, como procesiones de flagelantes y votos y penitencias. También se
hicieron más conscientes de la fragilidad de la vida humana,
y de la condición de la muerte como igualadora de clases sociales,
desde el Papa hasta el campesino. Prueba de ello es el nacimiento de las
danzas de la muerte, un nuevo género artístico que, a través de la
combinación de texto literario y representación gráfica, retrataba a la
parca como un esqueleto que arrastra con su macabro baile a personas de
todos los estratos sociales. Hoy, el fruto de la creación no ha de ser
tan lúgubre, sino que todo apunta a que tendrá que ver con la
transformación digital, un territorio aún por explorar para muchos
artistas de este país. De hecho, ya ha nacido el primer museo de artistas visuales inspirados en la pandemia. Está en Instagram, claro.
Mientras, en la calle, habrá un tímido miedo a tocarse
¿A quién no le ha pasado sorprenderse viendo estos días en una
película una imagen de un vagón de metro atestado, con sus planos cortos
de manos poblando los asideros y ninguna distancia de seguridad entre
los apelotonados viajeros? Desconcierta observar esa calma perfecta,
patrimonio anterior a la Covid-19. Y la sensación de extrañeza se
potencia para aquellos que viven solos, y atraviesan ahora su quinta
semana sin tener ni un mero roce físico accidental con otro ser
doliente. La imagen cuando bajamos a la compra es real
y homogénea en cualquier punto del país: se suceden las miradas
recelosas a distancia hacia quienes comparten espacio físico con
nosotros en el supermercado. Les tratamos con el remilgo de la
supervivencia, ahora que cada uno de nosotros somos posibles vectores
involuntarios del virus. Y el caso es que, en esta actitud, no hay nada
nuevo bajo el sol.
La huida y el miedo al contagio asociado a la epidemia también lo padecieron nuestros ancestros,
tal y como recoge el cronista Andrés Bernáldez (1450-1513) cuando
señala: "Los vivos huían unos de otros, los que estaban en el campo, de
la villa, para que no se les pegase". Lo mismo nos indica un autor de la
época, el escritor Giovanni Boccaccio, en su libro de cuentos El Decamerón.
En él narra la salida de un grupo de jóvenes de la ciudad de Florencia a
una villa campestre ante la llegada de la peste en 1348. Este tipo de
medidas, de aislamiento voluntario, fueron aplicadas fundamentalmente
por miembros de la aristocracia, tal y como se observó también en
Córdoba ante la epidemia de peste declarada en la ciudad en 1488. Por
contra, y como nota esperanzadora, la profesora de Historia Medieval
Margarita Cabrera recuerda, en un estudio sobre aquella pandemia, que
los recelos sociales generados por el miedo al contagio también
convivieron con fenómenos de solidaridad social; especialmente, la
familiar, donde imperaba el cuidado médico de los contagiados y su
acompañamiento.
El temor irá pasando… y querremos abrazarnos
Sobre la duda de si ese miedo a tocarnos se esfumará con los días, la
psicóloga responde "¿Seguimos yendo de vacaciones a lugares en los que
han ocurrido catástrofes naturales? Yo diría que sí, sin tener datos
estadísticos en la mano. El tema radica en cuánto tiempo pasó desde que
se produjo el desastre hasta que se recuperó la zona como turística. La cuestión está, más que en si vamos a tener desconfianza, en hasta cuándo vamos a tenerla.
Este 'hasta cuándo' va estar muy condicionado por la evolución de la
pandemia y los consejos médicos". Y añade: "Las personas que lleven el
distanciamiento al puro miedo por relacionarse es, probablemente, porque
respondan a patologías previas, psicológicas o psiquiátricas, y no
tanto a la pandemia en sí". Haz la prueba entre tus familiares y amigos.
Adela Iglesias, profesora de 57 años, afirma: "Muero por abrazar a mis
amigas, a mis conocidos y a los desconocidos que se dejen. Ansío el
contacto físico y no me da miedo (a no ser que alguien esté estornudando
o tosiendo, pero eso ya lo viví en el metro y los autobuses antes del
confinamiento y he sobrevivido)". Se suma a sus deseos José Luis, un
trabajador de banca jubilado de 74 años, que lleva sin pisar la calle
desde el anuncio del estado de alarma: "Mi ideal sería seguir con las
mismas costumbres que tenía antes de empezar la cuarentena, y hacer algo
excepcional para celebrar con mi familia el fin de la pesadilla".
Los adolescentes nos llevarán ventaja
Desde el inicio de la pandemia, estamos viendo también cambios
importantes en nuestra economía, que sufre ahora una marcada
polarización: algunos sectores están sufriendo sus terribles
consecuencias, pero otros salen reforzados, como es el caso de algunas
plataformas como Netflix, que han incrementado su valor bursátil. Muchos
son los que aprovechan para "ponerse al día" y ver cantidad de series que decían tener atrasadas.
También en esto hemos encontrado diferencias notables a la hora de
sobrellevar mejor o peor el encierro (y, por tanto, los que pueden estar
por venir). En palabras de la psicóloga, "los adolescentes están muy acostumbrados a este tipo de ocio de pasar horas en casa. Creo que esa pauta, posiblemente, les ha facilitado las primeras semanas de estancia: no es algo tan distinto a sus hábitos conocidos".
Así, saldrán menos afectados. Aunque matiza: "Habrá que ver si se
mantiene, porque no es lo mismo un maratón de Play o de Netflix cuando
tienes la libertad de hacerlo a cuando no. La saturación puede reducir
su efecto positivo, a fuerza de costumbre". Sobre los jóvenes, Fernando
Bayón, filósofo y director del Instituto de Ocio de la Universidad de
Deusto, anota: "Necesitaremos a los adolescentes. Se generará una
educación para el ocio en el interior de las familias muy interesante,
que nos obligará a reflexionar. Es falso que los nativos digitales sean
menos sociales. Hay mucho solitario de bar. Y mucha persona sola en casa
jugando a los videojuegos en compañía".
Y no podremos bajar la guardia
Tiraremos mucho de espíritu crítico. No va a quedar otra. Sucederá, por ejemplo, ante las muchas teorías conspiranoicas
que asocian el inicio del contagio a una posible guerra bacteriológica,
cuya mecha prendió, según quien opine y siempre sin pruebas, en un
lugar u otro del planeta, a merced de supuestos intereses económicos y
estratégicos. O para evitar contagiarnos de bulos y fake news.
La angustia asociada a una situación devastadora ya melló a nuestras
sociedades predecesoras, que también buscaron sus propios chivos
expiatorios. Fue el caso de los judíos, a los que, como recuerda un
texto del médico de papas Guy de Chauliac, se les acusó de emponzoñar el
agua de los pozos durante la epidemia de peste negra. Muchos de los
tristes episodios de su persecución que tuvieron lugar en la segunda
mitad del siglo XIV, se explican a raíz de aquel recelo. Lo que nos
lleva a la importancia de la empatía: es un gran momento para empezar a
cultivarla.
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