REBECA ALCÁNTARA GARRIDO
¿Mamá cómo estás?. Todos los días. ¿Papá como vais?. Por la
mañana y por la noche. No habíamos marcado nunca los hijos tantas veces el
número de teléfono de nuestros padres. No habíamos sido nunca tan hijos con
ellos, tan hijos o tan padres. Construimos, entre hermanos, burbujas dónde
meterlos para que no les roce el aire y comprendemos que les preocupara tanto
que nos abrigáramos cuando hacía frio en la calle. Tenemos miedo, el mismo
miedo que siempre tenían ellos cuando llegábamos tarde. El mismo pánico que
pasaban cada vez que nos íbamos de viaje. La misma inquietud constante que no
les dejaba dormir cuando se nos olvidaba avisarles de que se había alargado el
café y se nos había vuelto día la tarde. Hasta los que no tenemos hijos nos
hemos transformado en padres. En padres de nuestros padres.
El umbral de sus puertas se ha convertido en un abismo y
jamás, por muy lejos que estuviésemos, los habíamos echado tanto de menos. Nos
resuenan sus gritos en la cabeza y nos revuela y nos revuelve la posibilidad de
no volver a escucharlos. Y lloramos, para dentro, asustados.
Somos ahora los hijos los que les reñimos a los padres para
que no salgan a la calle, como cuando ellos nos gritaban que nos quedáramos ese
día en casa. Les hacemos la compra. Les hablamos a través de la puerta. Les
hemos enseñado a hacer videollamadas. Les metemos miedo porque los preferimos
asustados antes que inconscientes. Con miedo pero en el sofá. Con pánico pero
sin salir a la calle.
Y hasta los que no tenemos hijos, entendemos mejor que nunca
ahora lo que significa ser padre. Comprendemos lo que es querer que nada malo
te pase. Y a nuestros amigos, ya no les preguntamos por sus niños, les
preguntamos por sus padres. Que son viejos, pero no tanto. Que queremos que les
quede mucha vida por delante. Que todavía nos hacen tanta falta sus abrazos.
Que no queremos sentirnos culpables.
Nos bebemos un vino. O dos. Ya han caído unos cuantos esta
tarde. Nos reímos y planeamos un viaje a la playa, cuando todo pase. Suena cómico,
pero hemos pensado alquilar una casa. Una con piscina y muy grande. Donde dé
mucho el sol. Mis amigas y yo. De repente colgamos. Segunda llamada a mis
padres. Trago saliva. Una amiga le acaba de poner nombre a los fallecidos, el
nombre de una madre. No es la mía. Respiro. ¿Mamá como vas?. “Pues aquí, como
todos los días. Esto no cambia”. Se ríe. Y yo pienso, que no cambie. Que sigan
ahí, en el mismo sofá, cuando todo esto pase. Cruzo los dedos, muy fuerte. Los
cruzamos todos. Ahora somos padres de nuestros padres.
EL IDEAL, Lunes 6 de abril de 2020
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