PABLO POMBO
Los viejos dichos pueden estar
equivocados. Por ejemplo, “lo que no te mata te hace más fuerte”. Eso está muy
lejos del alma humana. Es algo que se aprende con los años, desgraciadamente.
La vida se encarga de ir enseñándonos que los episodios vitales más dolorosos no
acaban nunca de cicatrizar. El sufrimiento no termina de marcharse del todo,
nos acompaña para siempre como una asignatura pendiente que podemos intentar
ocultarnos pero que no se puede retomar. Traumas.
Afortunadamente, no son muchos.
Los traumas tienden a dejar una huella más
profunda durante la infancia. Es lo que está pasando ahora a escala global.
Hoy, en todo el mundo, la pandemia tiene confinados a 1.500 millones de chavales. Nunca había
ocurrido algo así. Y no sabemos prácticamente nada del impacto que esto va a
suponer para su crecimiento.
Sabemos que son muchos los críos que han
podido salir adelante después de enfrentarse a
situaciones traumáticas: guerras, desastres naturales, hambrunas, crisis
económicas, terrorismo, todo tipo de acontecimientos terribles. Pero disponemos
de pocos números, no hay demasiada investigación.
Un estudio norteamericano —desarrollado
tras unas inundaciones masivas en 1972— llegó a la conclusión de que la gran
mayoría de menores pudo rehacer sus vidas. Dos años más tarde, un tercio
sufría estrés postraumático. Quince años después, la cifra se
reducía hasta el 7%. Otro estudio elaborado tras la devastación del Katrina
señala que los índices de estrés postraumático resultaban comparables a los de
los soldados veteranos.
Quedémonos con la cifra más
tranquilizadora. Centrémonos en los menores de 14 años. En España, la
aplicación de ese 7% nos sitúa ante este número absoluto: 270.000 niños y niñas
seguirán sufriendo estrés postraumático dentro de 15 años.
La cifra anterior no tiene más valor que
el de aproximarse a una referencia. Una referencia que nos debería llevar a la
reflexión, al debate y a la acción en cuanto resulte posible. Nadie habla de la
curva del daño psicológico que está
generando el confinamiento en nuestros hijos, una curva que los poderes
públicos tienen también la obligación de bajar.
Es probable que el número sea todavía
mayor, nos encontramos ante un desastre distinto a los
anteriores. Lo es porque el aislamiento impide que
la familia amplia pueda arropar a los menores como
siempre se ha hecho en los periodos de dificultad —ningún Facetime puede
sustituir al abrazo de una abuela—, porque está clausurado el principal espacio
de socialización de los menores —los colegios—, y porque esto está durando
mucho tiempo.
Nada me preocupa ahora mismo más que
esta cuestión, tengo la suerte de no tener a ningún ser querido con síntomas
graves —al menos por ahora—. Mientras tanto, busco claves, indicios que me
ayuden a proteger a mi hijo y no consigo extraer material suficiente. Se han
hecho estudios con gemelos, algunos hermanos caen en el trauma y otros no, a
pesar de tener los mismos genes y de haber atravesado la misma experiencia en
el mismo entorno.
En términos generales, parece que hay
dos conjuntos de situaciones que contienen mayor riesgo psicológico.
El primero englobaría la exposición directa a la crisis —familiares
gravemente enfermos o fallecidos, así como padres o madres trabajando en
hospitales—. Estar en la zona más dura de la onda expansiva.
El segundo conjunto abarcaría lo que
podríamos denominar 'vulnerabilidades previas'.
Violencia doméstica y hogares con ambientes tóxicos, escasez de ingresos en el
hogar, mala alimentación, así como problemas de atención, ansiedad o depresión…
Por lo que voy leyendo, desde mi
desconocimiento de la psicología, los patrones de los menores no son muy
distintos de los nuestros. Tienen ansiedad y tienen
miedo como los tenemos los adultos, la diferencia está en que
ellos lo ocultan mejor. Por eso lo aconsejable es enseñarles que es lógico estar
irritable o aburrido, asustado
o sin energía, estresado o sentirse al borde del pánico. Es tan conveniente
como no bombardearles con las terribles noticias de estos días sin quitarles
información veraz. Tan necesario como tener siempre presente que cada uno de
nosotros es un modelo para su hija o para su hijo.
Hablar importa, claro. Pero también dibujar, los dibujos de nuestros hijos nos
ofrecen hilos de los que tirar para poner en marcha la conversación que ellos
no pueden iniciar desde las palabras. Los videojuegos son
útiles, no para enchufar al chaval a la videoconsola y estar un rato un poco
tranquilos, sino para que agarremos el mando y juguemos juntos.
Para pasar este trance, resulta
imprescindible nutrir tres zonas. Primero,
su percepción de seguridad, de estabilidad, y eso pasa por
generar, respetar y compartir nuevas rutinas. Segundo, su sentido de pertenencia, con los familiares, con los
profesores, con sus amistades. Cuanto más noten que en su entorno hay personas
que les escuchan, les comprenden y les apoyan, más músculo emocional estarán
ganando frente a esta interrupción de la normalidad.
Ahora bien, hay un tercer punto que es
vital. Los niños y las niñas necesitan tener esperanza.
Saber que saldremos de esto. Disponer de una agarradera para el futuro. Por
este motivo, resulta imprescindible que, tan pronto como sea posible,
puedan salir a la calle acompañados de
un progenitor. Salir aunque sea un poco. Un poco de aire es un
tesoro para su salud mental.
Siempre hay maneras de legislar para que
las cosas funcionen adecuadamente. En este caso, para que no se comprometa el
objetivo nacional de reducir la curva del contagio.
Castíguese severamente a quien lleve a su hijo más allá de 100 metros del
hogar. Fíjense horas por apellidos para que la salida sea ordenada. Manténganse
los parques cerrados, la prohibición de salir a la calle con una pelota en la mano.
Lo que sea. Lo que sea, pero hágase.
Y hágase desde el primer minuto que se
pueda, como han hecho en Italia, donde la demanda que los pediatras y
psicólogos hicieron desde que comenzó la reclusión ha sido
escuchada. No lo formulo como una petición. Lo planteo como una exigencia.
Eviten un daño que se puede frenar.
EL CONFIDENCIAL, Jueves 2 de abril de 2020
Imagen: El Confidencial
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