JOSÉ PICHEL
A la hora de predecir lo que va a
suceder con el covid-19 en los próximos meses tenemos un gran problema: nunca
nos hemos enfrentado a una pandemia semejante. Seguimos sin
conocer bien al virus y, por mucho que intentemos compararlo con los de otras
infecciones respiratorias, los factores sociales son esenciales e
imprevisibles. La experiencia más cercana fue la gripe A de 2009,
pero la secuencia de los acontecimientos fue muy diferente, la alarma inicial
se acabó desinflando y probablemente por eso tenemos poca memoria de una
pandemia relativamente reciente.
¿Y qué sucedió con el virus H1N1? El problema surgió en México con un salto entre especies, de cerdos a humanos, por lo que también fue conocida como gripe porcina. En abril, aparecen los primeros casos en España, también los primeros en Europa, y el 11 de junio la Organización Mundial de la Salud (OMS) declara la pandemia, que duraría más de un año. En cualquier caso, quizá lo que más nos interesa ahora mismo es cómo se comportó la gripe A aquel verano de 2009. Aunque el pico de la ola epidémica en España llegó en otoño, los casos comenzaron a aumentar en plena temporada estival. ¿Un aviso de que el calor no acabará con SARS-CoV-2?
Según explicaba el Boletín
Epidemiológico del Instituto de Salud Carlos III, el porcentaje
de muestras positivas con respecto a los análisis realizados es un indicador de
la intensidad de la circulación viral, y a finales de junio se situó en cifras
superiores al 25%. Este y otros datos recogidos por el Sistema
de Vigilancia de la Gripe en España (SVGE) llevan a los autores del artículo
—entre ellos figura Fernando Simón— a hablar de una “circulación sostenida del
virus pandémico en España durante todo el periodo estival”.
De hecho,
tras detectarse por primera vez en estudiantes que regresaron de México en
avión, las primeras semanas circuló junto con los otros virus de la gripe
estacional, pero ya a mitad de junio era el predominante en
España. “La tasa global de incidencia de gripe aumentó
progresivamente durante el verano de 2009”, explica el informe, hasta que se
dispara por completo entre finales de septiembre y principios de octubre, mucho
antes que la gripe común.
De acuerdo con las cifras que
recogió un estudio
publicado el año siguiente en la ‘Revista española de salud
pública’, entre el 24 de abril de 2009 y el 31 de enero de 2010, el Centro de
Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES) recibió la
notificación de 4.307 casos hospitalizados en toda España por infección por virus
pandémico (H1N1) confirmada por laboratorio. De ellos, 1.231 (28,6%) ingresaron
en la UCI. Los fallecimientos oficiales por esta causa
fueron 342, a los que habría que añadir 35 casos hospitalizados
con este virus pero cuya muerte se atribuye a otras causas.
En el conjunto del mundo, hasta que en
septiembre de 2010 se dio por finalizada la pandemia, se
confirmaron casi tres millones de casos, pero la estimación real se
mueve entre los 700 y los 1.400 millones de afectados. A pesar
de su baja letalidad, la gripe A pudo acabar con la vida de unas 284.000
personas. El paso del verano de 2009 no solo no pudo frenar la infección sino
que la multiplicó con fuerza, pasando de unos 50.000 casos a finales de junio a
más de 300.000 a finales de septiembre.
¿Qué
sucedió aquel verano?
Los datos
de la pandemia de 2009 en España muestran que “el verano solo la contuvo un
poco”, explica a Teknautas Ildefonso Hernández, catedrático de Salud
Publica de la Universidad Miguel Hernández, que en aquel momento era director
general de Salud Pública del Ministerio de Sanidad y Política Social. Mientras
que la curva de una epidemia de gripe estacional es más o menos simétrica, sube
y baja, en este caso “fue subiendo lentamente hasta rebasar el umbral epidémico
en las primeras semanas del verano”, después se moderó y acabó disparándose en
otoño. Así que el virus “no se desvaneció” con el calor,
“pero tampoco se aceleró” hasta que llegó septiembre.
Según Margarita del Val, viróloga e inmunóloga del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CSIC), el lento crecimiento de los primeros meses pudo deberse a que aún habían llegado pocos casos importados a España. Aun así, el factor diferencial en una pandemia es la existencia de “mucha gente que se puede contagiar”, ya que se trata de nuevos virus en circulación, con lo cual toda la población es susceptible de infectarse y transmitir la enfermedad.
En ese escenario,
aunque asumamos que el verano puede atenuar la expansión, lo hará en menor
medida. “En la gripe común, la pequeña bajada en la transmisión que puede
suponer el verano hace que el efecto de la inmunidad
colectiva la pare casi completamente, pero el año que surge una
pandemia de una enfermedad respiratoria es distinto”, comenta.
Precisamente, con
respecto a la inmunidad, tanto las vacunas como haber pasado varias gripes
provocan que gran parte de la población esté protegida y
contribuya a cortar las vías de transmisión. Aunque la vacuna cambia
todos los años porque el virus muta, conservamos parte de la protección. Y esa
fue una peculiaridad de la gripe pandémica de 2009: a pesar de que era un virus
nuevo, existía cierta inmunidad, puesto que no era el primer H1N1 de la
historia: la OMS optó por llamarlo oficialmente 'H1N1/09 pandémico' para
distinguirlo.
Eso explica que los más afectados fueran los menores de 15 años. “Los
mayores teníamos memoria inmunitaria, sobre todo quienes estaban por encima de
los 50 años, porque habían conocido un virus parecido”, apunta la experta del
CSIC, “por eso no ocurrió la debacle que sí ha sucedido con el coronavirus en
esas edades”.
Parecidos y diferencias
Ahí está la gran
diferencia con respecto a la pandemia actual. Aunque es posible que alguno de
los cuatro coronavirus humanos que provocan los resfriados comunes también otorgue
algo de inmunidad, no parece que haya sido un factor de
protección decisivo para las personas mayores. Por el contrario, en el caso de
la gripe, “las vacunas anteriores siempre dejan algo de protección y,
además, ha habido muchas cepas en circulación”, apunta Ildefonso Hernández.
Para Margarita del
Val, los otros coronavirus son más bien “primos lejanos” del SARS-CoV-2. Así
que la situación es más peligrosa este verano de pandemia que en 2009:
no contamos con inmunidad y los primeros casos en España se registraron mucho
antes (en febrero en lugar de abril), así que sin lugar a dudas este
coronavirus está circulando mucho más que aquella gripe.
Por lo tanto, si ni
siquiera el verano de 2009 pudo contener la infección en mejores condiciones
que ahora, es probable que esta vez se produzca un rebrote de dimensiones importantes en otoño y no se puede descartar que se adelante ya a los meses de verano.
Al igual que entonces, se espera que el estío “tenga un cierto impacto”,
reconoce, “pero lo que predomina sobre todo es la cantidad de gente que somos
susceptibles”.
La verdadera influencia del verano
¿Por qué esa esperanza
puesta en el verano? ¿El calor puede con el virus? Un informe del
Instituto de Salud Carlos III, que trata de recoger la evidencia
científica sobre la influencia del clima y la temperatura en la propagación de
covid-19, concluye sin dar una respuesta clara. Los científicos siguen sin
saber cómo afecta al virus SARS-CoV-2, aunque una web de la Universidad de Harvard
trata de predecirlo para casi 4.000 localizaciones en el
mundo. La única pista es lo que sucede con otros virus respiratorios, que
sobreviven menos en entornos más húmedos y con temperaturas altas.
No se trata de que los
patógenos prefieran el frío, sino de otros factores indirectos. Por ejemplo,
las gotas que contienen los virus y se quedan suspendidas en el aire permanecen
más tiempo en el ambiente en invierno. Aun así, todo apunta a que el factor más decisivo es humano: cuando hace
frío, pasamos más tiempo en ambientes interiores poco ventilados, y, en el caso
del coronavirus, casi todos los contagios que se han podido rastrear han
ocurrido en espacios cerrados.
“No tenemos evidencias, pero vemos que hay brotes en todos los sitios del mundo, con todas las temperaturas posibles. Si el calor
influye está por ver, faltan más datos, pero al haber tanta gente susceptible,
es difícil que se detenga la transmisión simplemente por una cuestión de temperatura”,
opina Ildefonso Hernández. “Otra cosa es que haya menos transmisión comunitaria
en los próximos meses porque hagamos más actividades al aire libre”, añade.
Además, otra posible explicación para las diferencias estacionales es que, en general, los sistemas inmunitarios de las personas son más fuertes en verano: por ejemplo, la vitamina D, cuyos niveles dependen sobre todo de la exposición a la luz del sol, tiene un papel importante en su regulación. Margarita del Val añade que “comer bien, dormir bien, hacer ejercicio moderado, evitar el estrés y las relaciones sociales” también son factores que ayudan a nuestras defensas. En ese sentido, probablemente, “el estado general de salud de la población sea mejor en verano”.
EL CONFIDENCIAL, Lunes 29 de junio de 2020
Comentarios
Publicar un comentario