JOSÉ PICHEL
Los supercontagiadores
son una figura enigmática del coronavirus. Mientras que muchos pacientes no han
transmitido a nadie la enfermedad, existen casos documentados en los que una sola persona ha sido capaz de contagiar a decenas.
En Corea del Sur, el último brote importante surgió después de que un
hombre visitara varias discotecas de Seúl, y en
este mismo país, el comienzo de la epidemia estuvo marcado por el caso de
la 'paciente 31', que habría diseminado el
virus en un grupo religioso.
Aunque muchas
incógnitas siguen abiertas, las evidencias comienzan a perfilar la explicación
a este tipo de casos. Sin descartar que ciertas personas tengan un gran poder
de propagación de la enfermedad —al menos, en un primer momento
de mayor carga vírica—, el contexto social parece clave. Casi todos
los contagios masivos que se han rastreado llevan a reuniones y eventos en
entornos cerrados, con estrecho contacto interpersonal y, a veces, con
actividades laborales o de ocio que implican la exhalación de muchas
partículas, desde hablar en alto a gritar o cantar.
“No se puede decir
categóricamente cuál es la razón, pero hay personas que, en unas condiciones
concretas, han transmitido la enfermedad a mucha gente”,
declara a Teknautas Ildefonso Hernández, epidemiólogo y catedrático de Salud
Pública de la Universidad Miguel Hernández de Elche. “Aunque se barajan varias
hipótesis, aún no se dan las condiciones para comprobarlas experimentalmente”.
Sin embargo, los
científicos acumulan cada vez más indicios de cómo se produce la transmisión de
SARS-CoV-2, y todo apunta a que gran parte de los contagios se deben a “brotes
explosivos” en los que pocas personas propagan la enfermedad a muchas, mientras
que la mayoría apenas la transmite. Aunque se ha hablado mucho del número reproductivo básico (R0), que mide el promedio de casos
nuevos que genera un solo paciente, los epidemiólogos manejan también el índice
K, que indica si los grupos tienen un papel importante en la
diseminación.
“Mide la homogeneidad
de la transmisión. Algunas enfermedades se diseminan por brotes que contagian a muchos,
mientras que otras se transmiten por el conjunto de la población. Sus valores
están entre 0 y 1. Si está más cerca de 0, es que poca gente transmite casi
toda la enfermedad; mientras que si está cerca de 1, es que muchos individuos
la difunden”, señala el experto.
Así, para la pandemia
de gripe de 1918, se estima que este índice se aproximó mucho al 1 —casi todo
el mundo se la transmitió a alguien—, mientras que en el caso de las epidemias
SARS y MERS, se ha calculado en 0,16 y 0,25, respectivamente. Aún es demasiado pronto para saber cuál es el índice K del
covid-19, porque requiere estudios observacionales y epidemiológicos
muy amplios, pero se han hecho algunas estimaciones. Al principio, un estudio suizo calculó que podría
ser algo superior al de los anteriores coronavirus, pero una estimación británica más reciente lo
deja en un extremadamente bajo 0,1.
“No lo tenemos claro,
pero todos los indicios apuntan a que no tiene un índice K alto, y
eso significaría que los brotes supercontagiadores juegan un papel importante”,
resume Hernández. “Puede que solo un 5 o un 10% de los infectados contagie al
90% de los siguientes nuevos casos. Todo esto son meras hipótesis, pero nos
pueden ayudar a entender cómo se comporta la epidemia. Un índice K bajo es un
problema en sociedades que tienden a reunirse mucho, como la nuestra, mientras
que en sociedades más distantes, la probabilidad de que un supercontagiador
disemine una enfermedad sería más baja y su control es más fácil”, asegura
Hernández.
Carga viral y características personales
Saber qué elementos
propician esos contagios masivos es mucho más complejo, pero los expertos se
inclinan por pensar que se trata de una serie de coincidencias que mezclan los
factores personales de un infectado y las circunstancias que le rodean. “Parece claro que si tienes más virus en tu garganta, siempre
tienes más posibilidades de dispersarlos”, apunta Ignacio
Rosell, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad
de Valladolid. Es lo que se conoce como carga viral, y todo indica que en el
caso de SARS-CoV-2 “es mucho mayor que en la gripe o en otras enfermedades
respiratorias”.
Sin embargo, no
siempre es igual: “Hay una alta transmisibilidad en los
dos primeros días antes de los síntomas, sería un periodo clave de
mucho riesgo; mientras que superada la primera semana con síntomas, bajaría
dicha tasa”. De hecho, este factor es tan importante que ha influido en los
cambios de criterio sobre la mascarilla. “Se pensaba que los asintomáticos no
transmitían, así que no tenía sentido que la llevase todo el mundo, pero cuando
ha cambiado la evidencia, se ha visto su utilidad no como autoprotección, sino
como medida solidaria para proteger a los demás”, apunta.
Por lo tanto, hay una
ventana relativamente corta de días en los que se produce la transmisión con
mayor intensidad. Si coincide que en ese periodo un infectado tiene muchos contactos o acude a un
evento masivo, podría propagar la enfermedad; mientras que si no es así, no lo
hará. Esto puede explicar que diferentes enfermos diseminen mucho, poco o nada
la enfermedad aunque tengan la misma carga viral.
Pero ¿cómo se produce esa transmisión? El virus viaja
en pequeñas gotitas o aerosoles —gotas aún más pequeñas y volátiles que
alcanzan distancias más grandes y se mantienen más tiempo en suspensión— que
exhala una persona infectada por la nariz o por la boca. Por eso, otras
características personales pueden ser decisivas, ya que “algunos tienen mayor
capacidad de diseminación por su forma de hablar”.
Espacios de riesgo
Una vez que el virus
sale de nuestro cuerpo, necesita un entorno favorable para permanecer activo
hasta infectar a otra persona, y varios estudios demuestran que en algunos
entornos cerrados podría mantenerse durante horas. De hecho, uno de
los datos más relevantes es que apenas se han
identificado casos de contagio masivos que hayan tenido lugar
en espacios al aire libre. Una investigación realizada en China (publicada
como ‘preprint’, así que no está revisada por otros expertos) localizó 318
episodios que habían provocado tres o más contagios en 120 ciudades y solo uno
de ellos había ocurrido en un ambiente exterior. Los hogares, el transporte
público, los espacios de entretenimiento o de compras fueron los ámbitos de
contagio más relevantes.
Un grupo de
investigación liderado por la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de
Londres se ha dedicado a documentar “los
tipos de entornos interiores y exteriores donde se ha informado que se produce
la transmisión del SARS-CoV-2” en todo el mundo, encontrando una gran
variedad: iglesias, barcos, hospitales o residencias de
ancianos. Si tienen algo en común, es su carácter de lugares
cerrados. Uno de los más llamativos fue un dormitorio de trabajadores en
Singapur donde se produjeron 797 infecciones.
Y sobre entornos
laborales propensos al contagio, han dado mucho más que hablar las industrias de la carne, desde Alemania a EEUU. Al
parecer, estas fábricas podrían generar un ambiente muy propicio para la
transmisión, no solo porque en el procesado de los productos participan muchos
trabajadores que se sitúan muy cerca entre sí, sino porque lo hacen “en un
ámbito frío que facilita la supervivencia del virus en el ambiente, ya que se
ve comprometida a partir de los 30 grados”, apunta Rosell.
Actividades de riesgo
Y no solo se trata de
que las instalaciones sean propicias, sino de lo que se hace en ellas. Si las
gotitas o aerosoles que transportan el coronavirus se dispersan al estornudar,
al toser o simplemente al hablar, es lógico pensar que
determinadas actividades pueden contribuir aún más a su
difusión. Un ejemplo bien documentado por los
Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EEUU es el del
coro de una iglesia de Mount Vernon, en el estado de Washington. El 10 de
marzo, se reunió para cantar durante dos horas y media. Entre sus miembros —que
también compartieron comida, bebida y charla— había una persona con covid-19,
pero en ese momento pensaba que solo era un resfriado. Sin embargo, durante las
siguientes semanas, enfermaron 53 de los 61 asistentes, tres fueron
hospitalizados y dos murieron.
Probablemente, hablar en voz alta en una reunión de trabajo en la oficina o
gritar en un evento deportivo sean acciones casi equivalentes a cantar y
también contribuyan a exhalar de forma abundante las gotitas transportadoras
del virus. Además, algunos entornos laborales con maquinaria industrial ruidosa
pueden hacer que los empleados diseminen más virus en su intento por
comunicarse: “Cuando tienes que hablar alto, fuerzas más la emisión de
partículas”, afirma Rosell.
En ese sentido,
algunos epidemiólogos no descartan que la costumbre
de italianos y españoles de hablar alto y expresarse con
vehemencia también tenga alguna influencia en la transmisión. En cualquier
caso, sería un dato más dentro de un tipo de sociedad más comunitaria que las
del norte de Europa. “Suecia, a pesar de que en mi opinión ha seguido una
estrategia equivocada, es una sociedad más aislada y con menos interacción
familiar entre generaciones”, señala el experto.
Investigadores de
varios centros de EEUU, Canadá, Australia e Italia han elaborado un trabajo que sintetiza toda esta información y que
identifica cuatro características fundamentales de los
“eventos de superdifusión”. Aunque también es un ‘preprint’ y, por lo tanto,
hay que tomar las conclusiones con cautela, los científicos revisan
decenas de publicaciones sobre este asunto para concluir que
todo depende de: los factores biológicos (la carga viral en un momento dado),
las relaciones sociales (contactos relacionados con el trabajo o el tiempo de
ocio), las instalaciones que se frecuentan (también laborales y recreativas) y
lo que llaman “escenarios oportunistas” (agrupaciones temporales de público en
el transporte público, fiestas o discotecas; que resultan más peligrosas si
incluyen actividades como cantar o hablar en voz alta con frecuencia).
Un artículo publicado en ‘Science’ considera
que este modelo, que explica la expansión de la enfermedad a base de eventos
puntuales que provocan contagios masivos, resuelve muchas de las incógnitas que
hay sobre el covid-19: por qué en muchos países —como Francia— se han localizado casos
tempranos que no tuvieron mayor repercusión en su momento, por
qué la epidemia tardó en salir de China y por qué parece necesario que el virus
entre en un país por varias vías para que se consoliden los contagios locales.
Implicaciones para el rastreo de contactos
No obstante, más que en
explicar el pasado inmediato, los expertos centran sus prioridades en
planificar el futuro. Si el factor de los individuos y eventos concretos que
provocan grandes contagios realmente tiene mucho peso en la propagación de la
enfermedad, cabe esperar que las medidas de distanciamiento social sean muy
efectivas de cara a la desescalada. “Si se confirma, sería más fácil parar la infección, pero habría que
mantener las limitaciones de reunión”, señala el catedrático de la Universidad
Miguel Hernández.
Con todos los indicios
sobre cómo se producen los contagios masivos, es fácil imaginar el prototipo de
evento que tardaremos en volver a ver: un concierto en el que cientos
o miles de asistentes canten y griten sin mascarillas, y que se
celebre en un espacio cerrado. “De las últimas cosas que se abrirán de acuerdo
con nuestro sistema de fases, van a ser los conciertos o el fútbol: es mucha
gente concentrada y gritando”, confirma Rosell.
Según este
especialista, que asesora a la Junta de Castilla y León, en el proceso de
rastreo de contactos “se podrían tener en cuenta” los espacios y actividades en
los que ha estado presente un paciente que ha dado positivo para darles
prioridad o activar ciertas búsquedas. “La primera clave son los
convivientes, pero luego intentas ir más atrás, preguntas por las
circunstancias personales más llamativas”, explica.
Sin embargo, en la
actualidad, con medidas como la obligatoriedad de las mascarillas en los
espacios públicos cerrados e incluso en los abiertos si no se pueden mantener
distancias, y con la prohibición de reuniones masivas, “no sería lógico” que se produzcan actos sociales que
provoquen contagios masivos. “Esperamos tener todo suficientemente
controlado como para que más adelante, cuando haya fases con mayor interacción
social, ya no puedan ocurrir”, señala.
EL CONFIDENCIAL, Lunes 25 de mayo de 2020
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