ANTONIO VILLARREAL
En su última
intervención en el Parlamento, el presidente Pedro Sánchez señaló
que "hemos parado al virus unidos, debemos ahora culminar con unidad esa victoria", un mensaje
triunfalista en la línea de la campaña que el Gobierno ha lanzado esta semana y
que lleva por lema 'Salimos más fuertes'. Siento destrozar esta épica
narrativa. En realidad, y pese a la mejoría en las cifras, a la guerra contra
el virus aún le quedan muchas batallas por
delante.
Para definir en qué
momento de la pandemia estamos, es más conveniente en este caso utilizar
las palabras de otro dirigente. Concretamente las que
pronunció Winston Churchill en noviembre de 1942 después de doblegar a los nazis en Egipto:
"Esto no es el final. Ni siquiera es el principio del final. Pero es, quizás, el final del principio".
En unas pocas semanas
—esperemos que cuanto antes— empezaremos a registrar días con cero
fallecimientos por covid-19. Pero no nos engañemos, es tan solo el comienzo de
una transición hasta el próximo ciclo de la
enfermedad. De momento, todo el mundo apunta al próximo otoño, aunque nadie
sabe aún lo que va a pasar. Ni siquiera la Organización Mundial de la Salud.
"Hay muchos
modelos que avanzan muchas probabilidades", dijo ayer la asturiana María
Neira, directora de Salud Pública de la OMS, en una entrevista con RAC-1. "Hablan desde
un rebrote puntual hasta una ola importante, pero esta última posibilidad cada vez se va descartando más".
Paralelamente, Hans
Kluge, director de la OMS para Europa, ha llamado a los ciudadanos a prepararse
para una segunda ola aún más mortífera del virus el próximo invierno. No solo
por un retorno del SARS-CoV-2 en una población insuficientemente inmunizada.
"Estoy muy preocupado por una doble ola", ha contado Kluge a 'The
Telegraph'. "En otoño, podríamos tener una segunda ola de
covid y otra de gripe estacional o sarampión".
Tengan en cuenta
que no hablamos de repuntes esporádicos como los que
podemos ver estos días en regiones que han aliviado el confinamiento. Hablamos
de una catarata de contagios y muertes similar —o puede que mayor— a esta de la
que todavía no hemos salido.
Los precedentes de la pandemia
Es muy difícil
pronosticar qué pasará con este virus. Al principio, los epidemiólogos observaban la evolución de otros coronavirus para
tratar de predecir a este primo cercano. El más próximo, el SARS, fue declarado contenido por la OMS el
5 de julio de 2003. Había llegado a 30 países, infectado a 8.439 personas y
acabado con la vida de 812 antes de que pudieran romperse todas las cadenas de
transmisión. El SARS-CoV-2 lleva actualmente 5.453.784 contagios y 345.886
fallecidos en todo el mundo. No tiene visos de ser contenido a
corto plazo y ha destrozado los registros de todos los precedentes de su misma
familia vírica.
Por ello, ni el SARS ni el MERS sirven como bola de cristal. Echando la vista atrás y basándose en el comportamiento de pandemias que han asolado la humanidad durante los últimos 250 años —principalmente de influenza, el virus que provoca la gripe—, cuatro destacados epidemiólogos estadounidenses diseñaron tres posibles escenarios para el rumbo que el SARS-CoV-2 puede tomar durante los próximos dos años. Porque esa es la primera cuestión: ninguno pone en duda que el coronavirus seguirá en nuestras vidas hasta dentro de, al menos, 18 o 24 meses.
El primer escenario implica una serie de subidas y bajadas de la incidencia, de una magnitud similar a la que ya hemos sufrido en España, que se repetirían en primavera y otoño de 2020 y 2021. El segundo escenario es el que todo el mundo teme y representa un patrón idéntico al de la pandemia de gripe española de 1918: un primer aviso (el que estamos padeciendo ahora) seguido seis meses después por un brote catastrófico y muchísimo mayor que, por desgracia, no significaría el final de la enfermedad. El último y más improbable, según los autores, es que tras este golpe la incidencia del covid-19 vaya apagándose poco a poco, consumiéndose como una vela.
Uno de los autores de
este informe, publicado por el Centro de
Investigación y Políticas sobre Enfermedades Infecciosas (Cidrap)
de la Universidad de Minnesota, es Michael Osterholm, un epidemiólogo que lleva
años proclamando a los cuatro vientos que esta pandemia iba a suceder.
"La gente tiene que comprender que estamos al principio de la pandemia,
ese virus va a seguir transmitiéndose a través de la sociedad, cuando pueda,
donde pueda y como pueda", explicaba recientemente.
"Todos esperamos que haya una vacuna en algún momento, pero la esperanza
no es una estrategia".
Los modelos que
proponen son, en definitiva, su 'best guess', las conjeturas más sólidas hacia dónde puede transcurrir una enfermedad habida
cuenta de que la gran mayoría de la población sigue desprovista de inmunidad, y
aquellos que la tienen aún no saben cuánto les durará.
A la hora de predecir
el decurso de la actual pandemia, "no podemos usar la influenza como un
modelo absoluto, probablemente sea un buen modelo pero no lo sabemos
seguro". El modelo número 2 o 'terror en otoño' está principalmente basado en el comportamiento de los grandes brotes globales de
gripe —hay que recordar que, además de la gripe española de
1918, ha habido otras pandemias de influenza en 1957, 1968
y 2009—, por lo que, aunque esta vez se trate de un virus diferente, podría
seguir el mismo patrón de la gripe porcina hace 10 años, modesta incidencia en
primavera, aparente parón en verano y sucesión de brotes importantes en otoño.
O podrían darse
escenarios híbridos, de un tipo en una zona y de otro en otras. "No
podemos decir a ciencia cierta cuál de estos escenarios va a suceder, pero
podemos decir con total seguridad que este virus no va a dejar de
transmitirse y no va a dejar de matar", sentencia
Osterholm.
Para ser justos, ahora
tenemos herramientas que no hemos tenido en ninguna epidemia pasada y que
podrían ayudarnos a evitar ese terrorífico escenario dentro de seis
meses. Esteban Moro,
investigador en dinámicas humanas actualmente en el Instituto de Tecnología de
Massachussets, explica que "uno de los ingredientes principales para
entender el desarrollo de una epidemia y las posibles estrategias de contención
es el comportamiento humano: dónde vamos, qué sitios
visitamos, si nos movemos más o menos...".
Gracias a los datos en tiempo real de movilidad obtenidos a
partir de teléfonos móviles, ahora están trabajando "tanto en un proyecto
en Nueva York como en uno futuro en España, en saber dónde se reúne la gente,
cómo se junta y cómo tiene sus contactos", detalla Moro, "lo bueno es
que, como la enfermedad tiene un desarrollo de varios días, nos podremos
adelantar y saber dónde la han contraído: en ese tiempo, podremos monitorizar también si la gente se está juntando
demasiado o está habiendo algún problema".
Esto, idealmente,
podría cortar de raíz cualquier futuro brote de covid-19 y permitir al mundo
seguir con su normalidad. La cuestión es si llegará a tiempo. Para el
investigador español, tal y como está la situación actualmente, "una segunda ola es inevitable, pero vamos a poder controlar
mejor el tiempo en el que viene y cómo viene, también sabemos mucho más cómo se
propaga el coronavirus".
Qué determina el tamaño de la ola
A menudo, solemos
escuchar que los ciudadanos, manteniendo las medidas higiénicas o usando la
mascarilla, podemos condicionar el futuro de este virus. Por desgracia, esto no
es del todo posible en estos momentos. Como en un rodeo, estamos cabalgando a lomos de un toro desbocado.
Podemos intentar no caernos, pero no podemos decirle al toro dónde queremos que
vaya.
Incluso haciéndolo
todo bien, el SARS-CoV-2 volverá a llamar a nuestra
puerta. ¿Pero cómo de fuerte? Esa parte sí depende de nosotros.
Yamir Moreno, físico e investigador en
sistemas complejos en la Universidad de Zaragoza, es junto a Moro autor de un reciente 'pre-print' en
'medRxiv' que estima el impacto que las medidas de distanciamiento social, test
o 'contact tracing' podrían tener en una eventual
segunda ola de coronavirus. "Nosotros hicimos el estudio
basado en la ciudad de Boston, y vimos que bastaría con identificar al 50% de
casos con síntomas y trazar al 40% de sus contactos estrechos" para que el
impacto de esa ola pasara de ser dramático a tolerable. Añade Moreno que
"los resultados de estas medidas podrían generalizarse a otras
ciudades o países, porque están asociados a la propia dinámica
de la enfermedad, quizá en otra ciudad en vez de un 50% baste con un 45%, pero
en esencia es lo mismo, para tener un impacto basta con hacer 'contact tracing'
a nivel 1, ni siquiera a nivel 3 como hacen en Corea del Sur", donde los
epidemiólogos logran identificar incluso a los vecinos de los vecinos de un
positivo por covid-19.
Moreno cree que
predecir cuándo habrá una segunda oleada "es muy difícil, porque tiene que
ver mucho con cuándo la gente se vuelve a mezclar y con qué intensidad de
contacto, por eso la parte temporal es complicada, ¿pero que esa oleada va a
venir? Eso es una cuestión conceptual. La única manera de evitarlo
es que la población adquiera inmunidad".
"Aún no sabemos
bien cómo se comporta este virus en
términos de temperatura o variaciones estacionales, tampoco
sabemos si tiene un ciclo y caerá en verano para reaparecer en los meses de
octubre y noviembre", explica el epidemiólogo Daniel López-Acuña,
exdirector de Acción Sanitaria en Crisis de la OMS. "Si se comporta como
otros virus respiratorios, incluso como otros coronavirus, es de esperar que
esto se produzca, pero no hay nadie en estos momentos que
tenga una bola de cristal, los modelos hipotéticos no dejan de ser
modelos hipotéticos".
El comportamiento de
su primo hermano, el SARS, fue el de ir apagándose conforme llegaba el
calor en el hemisferio norte, pero si bien la teoría ha resultado cierta para
las regiones templadas, también es evidente que el SARS-CoV-2
está haciendo ahora estragos en Brasil o Europa del Este.
Por ello, para
López-Acuña, es prudente "manejarse con la hipótesis de que el escenario
que podemos tener en octubre o noviembre es de un resurgimiento, el potencial de reaparición y de que se produzca un nuevo ciclo
epidémico es muy alto ahora... ¿Pero dónde se va a dar y
cómo?". Aquí estará otra de las principales claves. Quizá la próxima vez
no sea el norte de Italia sino el sur. O Denver en lugar de Nueva York. Esta es
la gran incógnita y lo que determinará en buen grado que la segunda ola sea una
marejada y no un tsunami.
"Si los casos se
presentan de manera aislada en un país donde se logre tener una contención
rápida y reforzada del virus, podemos tener un brote que no tenga la misma
magnitud", dice el epidemiólogo. "Pueden ser miles de casos, pero si
se logra hacer un cordón sanitario y se rastrea a todos los contactos, podemos
lograr el que tiene que ser nuestro gran objetivo: detener la transmisión comunitaria".
¿Pero qué podría
ocurrir si esos mismos casos se presentan en un país cualquiera que haya descuidado la atención
primaria o no reforzado su estructura
sanitaria, que no haya establecido un sistema sólido de
rastreo de contactos, que no haya implementado durante esa
'transición' soluciones tecnológicas que
alivien o faciliten esa labor de detección o que haya visto proliferar en su sociedad una
división política que se entretiene en lo banal mientras
impide llegar a acuerdos imprescindibles, como planes industriales de fabricación autóctona de 'stock'
esencial como materiales de protección individual o
reactivos para test? ¿Qué creen que podría ocurrir?
EL CONFIDENCIAL, Martes 26 de mayo de 2020
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