GUILLERMO CID
El pasado 21 de mayo, coincidiendo con
la norma ministerial que decretaba
la obligatoriedad de llevar mascarillas en España, un
mensaje empezó a moverse por Telegram y WhatsApp. En un largo texto, se
explicaba cómo participar en un recurso contencioso-administrativo contra esta
ley: se detallaba cada paso, su gratuidad y se enlazaba a la web de la
asociación que iba a llevar a cabo dicho recurso. El mensaje finalizaba con una
frase determinante: "Me niego a no poder respirar con libertad y me niego
a ponerme una mascarilla siendo una persona sana". Podría ser uno de los miles de reenvíos que aparecen estos días en internet,
pero es tan solo la punta del iceberg de una nueva corriente conspiranoica que
ha desembarcado en España: el negacionismo de las mascarillas.
Este movimiento busca desacreditar el
uso de las máscaras protectoras tachándolas de mordazas y "bozales" para amedrentar a la población. En
España, otras teorías del mismo origen como las que ponían en entredicho la
eficacia de la cuarentena o apoyaban el uso de la hidroxicloroquina no habían
tenido gran calado, pero la decisión del Ministerio de
Sanidad de hacer obligatorio su uso —en espacios cerrados y
en los abiertos si no se puede respetar la distancia de seguridad— ha abierto
una puerta perfecta a esta corriente. Pero ¿quiénes lo promocionan y en qué se
basan?
Estas teorías surgen principalmente en
Estados Unidos, donde aparecieron impulsadas por movimientos de diverso pelaje: antivacunas, otros a favor de
muchas pseudociencias o con ideologías extremistas. La idea en
cualquier caso es la misma: el uso de mascarillas no responde a ninguna
utilidad sanitaria y solo tienen como único fin acallar y coartar la libertad
de los que piensan diferente.
Uno de los principales impulsores de
esta idea en España es el abogado Luis de Miguel Ortega.
Su asociación en defensa de los consumidores, ACUS, está detrás del recurso
contra el uso de mascarillas, pero no es el primer recurso que ha puesto Ortega
durante estas semanas. También llevó al Tribunal Supremo el decreto del estado
de alarma o el uso de biocidas por parte del Ejército para desinfectar las
calles. En su web, vemos cómo su asociación está en contra de la vacunación escolar obligatoria y
lleva años colaborando con el conocido pseudocientífico Josep Pàmies, al que
incluso apoya en la idea de que el suplemento mineral milagroso —clorito
de sodio, un derivado más aguado de la lejía— cura el coronavirus, lo que ya ha sido desmentido por decenas de expertos.
En concreto, en el caso de las
mascarillas, Ortega asegura haber recabado ya más de 13.000
firmas para interponer el recurso en el Tribunal Supremo, cosa
que según dice ya ha hecho. En su página web se puede leer la argumentación
pidiendo medidas cautelarísimas. "El fundamento sucinto de la protección
que se pretende es que la imposición del uso de mascarillas en personas sanas como
los demandantes no tiene ninguna utilidad en materia de salud
pública y supone un menoscabo de la dignidad y la salud humana,
así como de la libertad de expresión. Todo ello carece de justificación
jurídica y médica y excede de racionalidad y proporcionalidad", asegura el
texto.
El argumento de que es "un
bozal" (término que utilizan la mayoría de negacionistas de la mascarilla)
para evitar que el pueblo proteste o grite contra las decisiones del Gobierno
es el principal de esta campaña, pero no el único. Junto a Ortega, aparece una médica que apoya las posturas de que
la medida no tiene fondo científico, la gallega Natalia Prego.
Doctora de Medicina General y colegiada
en Pontevedra, Prego ha tenido un gran protagonismo en esta crisis por defender
también las posiciones contra la cuarentena y el confinamiento, llegando a
viralizarse un audio suyo en WhatsApp que fue desmentido en
sitios como Maldita.es. En su
canal de YouTube, defiende de forma constante que, si se usa de forma
generalizada, la mascarilla puede ser contraproducente y alude a la idea de que
con ella nos obligamos a respirar constantemente el mismo CO2 que exhalamos y
que puede generar hipoxia.
Ambas teorías tampoco tienen ningún aval
científico y ya han sido desmentidas por profesionales
sanitarios en medios como AFP.
Por último, la reflexión también ha
llegado al terreno político y, aunque ningún gran partido defiende estas
teorías por el momento, sí que aparecen nombres como El Club de los Viernes, el
‘think tank’ ultraliberal cercano a Vox que pone en entredicho que justo se
anuncie ahora su obligatoriedad. Como decimos, por ahora, ningún
gran partido se ha hecho eco de las mismas, pero basta mirar hacia EEUU para
ver lo lejos que pueden llegar estas teorías.
Inspirado en EEUU
Este movimiento antimascarillas tiene su
origen al otro lado del Atlántico. En pleno confinamiento, muchos estadounidenses han tomado este objeto como
un nuevo símbolo en la sempiterna ‘guerra cultural’ entre izquierda y derecha,
que incluso ha llegado a rozar las más altas
esferas, con Donald Trump y el que será, salvo sorpresa, su
rival en las próximas elecciones: Joe Biden. Mientras al primero es imposible
verle con una puesta, Biden intenta capitalizar su uso.
Para los defensores de la
mascarilla, esta representa el principio de precaución y
la voluntad de evitar contagiar al resto. Para sus detractores,
supone una mordaza que les hace sumisos a una ideología que antepone
irracionalmente la seguridad a la libertad individual, y que han bautizado como ‘safetyism’ o 'segurismo'.
Esta misma idea lleva varios años
rondando los campus norteamericanos. El libro ‘The Coddling of the American
Mind’ (traducido como 'La mimada mente americana'), de los
psicólogos Greg Lukianoff y Jonathan Haidt, intelectualiza que la cultura del
‘segurismo’ está arruinando a toda una generación
de jóvenes norteamericanos, inculcándoles fragilidad e impidiendo que se enfrenten a situaciones peligrosas que
pueden llevarles a la madurez o al descubrimiento. La corriente que empezó
señalando la sobreprotección paranoide por parte de los padres o las pantallas
—televisión, móviles— que reemplazaron a las horas de juego en la calle sin
estructura ni supervisión ve ahora en las mascarillas quirúrgicas su nuevo
objeto de desdicha.
Para algunos conservadores
—habitualmente masculinos—, los confinamientos o la mascarilla son "señal de cobardía y de ser afeminado",
según apunta aquí Bradford Wilcox,
un sociólogo de la Universidad de Virginia, además de interponerse en el
llamado ‘estilo de vida americano’, basado en la libertad individual y el libre
mercado. La mascarilla, como llevaba escrito una mujer conservadora que salió a
protestar recientemente en Massachussets, "sabe a
socialismo".
"Llevar mascarilla al aire libre
es el símbolo más potente del control actual del 'segurismo' sobre la
psique estadounidense", escribe Heather Mac Donald en la revista conservadora ‘The
Spectactor’. "Por eso los medios están tan obsesionados con
la negativa de Trump de cubrirse en público y por eso el resto de nosotros
debemos romper esa disciplina de la mascarilla".
Hay otro factor importante en todo este
movimiento, y es la crítica de la derecha al 'cientificismo'
de la izquierda. Como dice la propia Mac Donald, "en realidad,
llevar una mascarilla en un espacio abierto es tu forma de demostrar tu
analfabetismo científico". Estos negacionistas de la mascarilla llevan razón en parte, al decir que los contagios registrados en
exteriores son muy minoritarios, aunque no inexistentes. Según este
análisis de 188 brotes de covid-19 analizados por Gwen Knight, investigadora del London
School of Hygiene and Tropical Medicine, y recopilado aquí por Maldita,
casi un 97% se produjo en interiores.
Como en España, el cambio de criterios
de las autoridades con respecto a la recomendación de su uso ha añadido
gasolina al fuego, aumentando la desconfianza de mucha
gente hacia 'las recomendaciones científicas'. Como el Gobierno
español al comienzo de la epidemia, el CDC norteamericano (Centro para el
Control de Enfermedades) sostuvo que las mascarillas solo se recomendaban a
trabajadores sanitarios, pacientes de covid-19 y contactos cercanos. En primer
lugar, porque ofrecían poca protección, y en segundo lugar, porque debían
reservarse al personal médico.
Pero el 3 de abril, Donald Trump informó
de que el CDC había cambiado esta guía y
ahora recomendaba llevar mascarillas caseras o pañuelos cuando se accediera a
sitios públicos como un supermercado o una estación de tren. El presidente
insistió en que la medida era voluntaria y él no iba a seguir esta
recomendación. Esta fue la chispa que originó el fuego que ahora,
con la aprobación de la orden ministerial del pasado 20
de mayo, ha llegado a España.
EL CONFIDENCIAL, Viernes 29 de mayo de 2020
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