JOSÉ R.UBIETO
Es muy común hoy que madres y padres jóvenes, incluso algunos rozando la
madurez, se pregunten, no sin cierta angustia, sobre su paternidad: ¿lo
estaremos haciendo bien? ¿La permisividad no los volverá caprichosos y poco
dados al esfuerzo? ¿Y si nos pasamos de duros y coartamos así su autonomía y su
creatividad? ¿Cómo encontrar la justa medida, ese equilibrio entre la exigencia
y el dejar hacer? ¿Habría un manual o una prueba que nos evalúe y nos dé una
evidencia científica de nuestra capacidad como madres y padres?
Lamento decirles que ese test mágico no existe pero les daré una pista: ¿conocen
a Homer Simpson? Seguro que a la mayoría les suena porque han visto la
serie o al menos han oído a sus hijos hablar de ella. Les propongo que evalúen
al bueno de Homer, entre 0 y 10, y luego se autoevalúen ustedes. Si igualan o
superan en nota al protagonista de la serie pueden estar tranquilos, no lo
están haciendo tan mal.
¿Se trata de una broma? Sí y no. Este ejercicio vengo realizándolo hace
tiempo con muchos grupos de padres y profesionales de la educación o la salud.
Sirve para romper el hielo y para constatar un hecho fundamental: no hay que perseguir
al padre/madre perfecto. No existe y cuando encontramos a alguien parecido
es una catástrofe. La clínica nos ofrece abundantes ejemplos, así como el arte.
Lean la novela de Patricia Highsmith “Gente que llama a la puerta” o vean la
película de Peter Weir “El club de los poetas muertos”.
El riesgo de asfixiar a los hijos
Entenderán porqué decimos que cuando un padre quiere colocarse en el lugar
del padre perfecto, sin fallas ni debilidades, produce una asfixia en los hijos
que suele acabar de la peor manera. No les deja ningún lugar para que ellos encuentren
su propio camino. Es el drama de muchas celebridades que ven cómo sus hijos
quedan anulados ante ese ideal paterno inalcanzable.
Un padre o una madre imperfecta –es el caso de Homer Simpson- ofrecen, en
cambio, muchas virtudes a los hijos al permitirles mejorar algo de esas
fallas y encontrar así una causa para superarse en la vida. Les advierte
además, al elegir pareja o profesión, de los límites reales que existen,
constatados ya en su propia familia.
Cinco letras para cinco consejos
Les propongo, pues, otro ejercicio: deletrear en la palabra PADRE algunas
funciones básicas de lo que podría ser hacer de padre hoy:
P de Prohibir cuando es necesario decir no para proteger a los hijos
de un exceso (abuso de drogas, malas compañías, uso escesivo de las pantallas
como consolas, móviles, tablets...).
A de Acompañar las vidas y preocupaciones de los hijos, estar a su
lado en las dificultades, saber qué les pasa y no sólo esperar que hagan lo que
les pedimos. Decirles lo que pensamos aunque nos respondan “no me rayes”. Lo que
digamos quedará guardado para ser usado cuando convenga.
D de Disimular cuando hay que dejarles tiempo y lugar para explorar y
equivocarse, como nosotros mismos hicimos
R de Renunciar a saberlo todo, a controlarlo todo, a dárselo todo, a
ser los únicos responsables de su vida y de sus decisiones. Ellos también
eligen y deben hacerse cargo de las consecuencias de esas elecciones.
E de Estimular en ellos el gusto por vivir, la alegría de disfrutar,
darles un SI a sus invenciones y a sus propuestas (de pareja, profesionales...).
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