DR.MICHAEL LAITMAN
Profesor de Ontología
Los humanos somos una
especie muy flexible. Allá donde nos pongan, vamos a adaptarnos. Si hace
unas décadas alguien nos hubiera dicho que en unos cuantos años habría
policías en cada escuela para proteger a los niños de
xenófobos/extremistas/maníacos racistas movidos por el odio y armados,
así como de sus propios compañeros con armas, hubiéramos pensado que
estaba loco.
No hace mucho tiempo, la gente solía pensar que las cosas irían bien, muy bien, cada vez mejor. Este optimismo prácticamente ha desaparecido.
Las tensiones étnicas, religiosas y raciales, las tensiones políticas,
las tensiones domésticas, la inestabilidad laboral, crecimiento del
nivel del mar y el aumento de las temperaturas... donde quiera que
miremos, el futuro es de aspecto sombrío.
¿Tiene que ser así? No; pero no va a mejorar por sí solo.
Hay
un rasgo inherente a la naturaleza humana: nos estamos volviendo cada
vez más absortos en nosotros mismos, cada vez más narcisistas,
explotadores e insaciables. No podemos evitarlo. Sabemos que es malo
para nosotros, que es malo para el planeta y que está arruinando el
futuro de nuestros hijos. Pero no podemos contenernos. Si pudiéramos, ya
habríamos cambiado nuestro comportamiento hace mucho tiempo.
Y lo
que es peor aún, nuestra propensión al narcisismo y la explotación de
los demás van camino de colisionar: el narcisismo hace que nos
separemos; sin embargo, nuestro deseo de relacionarnos con los demás
para salir beneficiados hace que cada vez estemos más conectados. Y
puesto que no podemos frenar ninguna de estas propensiones, buscamos
arreglos como los mensajes de texto en lugar de las llamadas, o tener
amigos virtuales en lugar de amigos reales.
Lo que es válido para
los individuos es válido también para las sociedades, los países y las
relaciones internacionales. La diplomacia mundial siempre ha sido
compleja. En la actualidad se ha convertido en un enrevesado enredo de
luchas por el poder en las que cada país desea aislarse pero a la vez
depende de otros países para su supervivencia. Parece como si las
grandes potencias ya hubieran aceptado que, como en la película Los inmortales, al final "solo puede quedar uno", y ahora están luchando para convertirse en ese uno.
Pero
hay dos cosas claras: 1) En la era nuclear, al final nadie saldrá
ileso. 2) A pesar de que son claramente perjudiciales, nada va a evitar
que estas tendencias se intensifiquen. En el futuro llegará un momento
en el que previsiblemente se romperá la tensión entre el aislamiento y
la obligada interdependencia, produciéndose un caos a nivel mundial. Y
las naciones simplemente están ganando tiempo, no pueden invertir esta
tendencia.
Yo no me hubiera pronunciado acerca de todo esto si no
supiera que hay una manera de revertir ese recorrido hacia el caos
global. Hemos transitado por un camino durante todo nuestro desarrollo
hasta ahora. A lo largo de la historia, hemos evolucionado a través de
deseos que iban creciendo y que, a su vez, promovían innovaciones
dirigidas a satisfacer esos nuevos deseos. En resumen, hasta ahora la
humanidad ha actuado según la máxima "Querer es poder".
Cuando
quisimos viajar más rápido, inventamos nuevos medios de transporte.
Cuando quisimos una salud mejor, inventamos nuevos medicamentos y medios
de diagnóstico. Cuando quisimos cocinar más rápido, inventamos el
microondas.
Y
lo mismo en nuestras sociedades. Cuando quisimos expresarnos
políticamente, inventamos la democracia, y cuando quisimos libertad de
pensamiento, inventamos el liberalismo. A lo largo de la historia,
nuestros deseos fueron abriendo camino a nuestro avance, y fue
estupendo.
El problema es que ahora nuestros deseos van en dos
direcciones diferentes al mismo tiempo: queremos alejarnos de la gente
y, sin embargo, cada vez nos sentimos más obligados a conectar con
ellos. Este tira y afloja nos hace sentir incómodos.
De no tener
un modelo de conducta que seguir, estaremos perdidos. ¿Cómo se puede
querer dos cosas que van en direcciones opuestas, reconciliarlas, y aun
así ser feliz?
Esto es exactamente lo que hace toda la naturaleza.
La vida se basa en la oposición entre el deseo de aislamiento, de
guardarse a uno mismo, y la dependencia de otros para sobrevivir. Así es
cómo los átomos se agrupan y se convierten en moléculas, cómo las
moléculas se convierten en células y cómo las células se convierten en
órganos que finalmente se convierten en organismos. De no existir la
facultad de mantener cada elemento de la naturaleza por separado, pero a
la vez funcionando voluntariamente en armonía con otros elementos dentro de un sistema sincronizado, la vida sería imposible.
Las
emociones humanas no son como las emociones animales, y menos aún como
las de las plantas o minerales. Para poder mantener el equilibrio entre
el individuo y el colectivo, es preciso hacer a cada instante una
elección consciente. En otras palabras, nuestros yoes individuales deben aceptar participar en el colectivo; tienen que ver el beneficio al hacerlo.
Es
más fácil de lo que parece. Ya recibimos beneficio en todos los
sentidos por nuestra participación en la sociedad. De lo contrario,
tendríamos que salir a cazar, cultivar, hacer acopio de alimentos,
defendernos de enemigos y los animales; en general, la vida sería
bastante más desdichada y corta.
El problema es que nuestros egos
nos presentan la falsa imagen de que contribuir al beneficio colectivo
sucede a expensas del beneficio propio, pero es todo lo contrario.
Cuando aportamos al colectivo, la sociedad desarrolla un interés por
nuestro éxito. Si cada uno de nosotros aportara sus conocimientos en
beneficio de la sociedad -en lugar de usarlos para pasar por encima de
otros luchando por un mejor trabajo, un mejor salario o más estatus
social- nuestros logros personales no solo mejorarían e impulsarían el
beneficio de otros, sino que además nuestro beneficio personal se
multiplicaría porque podríamos invertir toda la energía que gastamos en
autoprotegernos en ampliar nuestros logros.
Por lo tanto, para
establecer una sociedad próspera y duradera, debemos combinar nuestros
crecientes deseos de beneficio personal con una red de deseos que
colaboren y beneficien a nuestras sociedades y, por ende, a nosotros
mismos. Esto es algo que la naturaleza no puede hacer por nosotros: solo
depende de nuestra libre elección utilizar los deseos de una u otra
manera.
El entorno social que construimos determina el modo en que
nos desarrollamos. Si elegimos el camino del ego, la tendencia en
ciernes es hacia el aislacionismo y el fascismo, lo cual desembocará en
un régimen extremista con un tirano como líder; así lo describe Andrew
Sullivan en su obra escrita para New York Magazine: "Nunca ha
habido en América un momento más susceptible para la tiranía como
ahora". Un proceso similar tendrá lugar en Europa, y el resto del mundo
cuasi-democrático irá detrás. Poco después, estallará una tercera guerra
mundial y los pocos que sobrevivan, aún tendrán que conectarse por
encima de su inclinación a la separación o volverán a pasar por lo mismo
de nuevo, hasta que comprendan que no hay otra opción.
Si
elegimos el camino de la razón, construiremos una sociedad que apoye la
colaboración y las recompensas a aquellos que contribuyan a la sociedad.
Esto creará un entorno social donde se elogie la entrega y se reproche
el tomar a expensas de los demás; hasta que las personas sientan que el
egoísmo no merece la pena. De este modo, nos instruiremos para funcionar
como hace el resto de la naturaleza. Entonces, del mismo modo que la
naturaleza prospera cuando el egoísmo humano la deja en paz, también
nosotros prosperaremos.
Al final, solo podremos ser la mejor
versión de nosotros mismos -la más feliz, la más fuerte, la más
completa- cuando vivamos en una sociedad donde las personas cuiden unas
de otras y a sus comunidades. Y que la comunidad haga lo mismo por
ellos.
Seguir a Dr. Michael Laitman en Twitter:
www.twitter.com/laitman
HUFFINGTON POST , Miércoles 18 de mayo de 2016
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