OLGA R. SANMARTÍN
Existe un viejo debate que cada cierto tiempo cobra
fuerza en el entorno educativo, una guerra soterrada entre dos bandos
que están en desacuerdo y que suponen dos formas muy distintas de entender la escuela
y, por extensión, la sociedad en que vivimos. Está, por un lado, el
grupo de los que reivindican que la principal misión del profesor es
transmitir a sus alumnos conocimientos concretos y está, por otro, el de los que defienden que es mejor que el alumno disponga de habilidades para el aprendizaje; el llamado «aprender a aprender».
Los primeros -que se han autodenominado «los antipedagogos»- defienden a capa y espada el «esfuerzo», el «mérito», la «autoridad», la «disciplina», la «exigencia», la «memoria» y la «evaluación», mientras que los segundos -englobados bajo el término común de «pedagogos», aunque también hay psicólogos, sociólogos y representantes de otras disciplinas- consideran que las clases magistrales
han quedado «obsoletas» y apuestan más por lo que llaman «una educación
del siglo XXI», con «metodologías» en las que se habla de «motivación», «creatividad», «originalidad», «integración», «coaching» y «empatía». Los primeros hablan de «enseñar» y los segundos, de «intentar que los alumnos aprendan».
En estos tiempos en el que la sociedad está en continua transformación, padres, profesores y alumnos andan dándole vueltas a qué tiene sentido aprender y qué no. Los antipedagogos responden que una base cultural sólida es
la que va a permitir al alumno distinguir lo que es importante de lo
que no. Los pedagogos argumentan que los contenidos cuentan, pero que lo
esencial para entender un mundo que cambia a cada minuto es tener «estrategias» para manejar las «herramientas» adecuadas. En otras palabras: mejor que memorizar la lista de los Reyes Godos es saber dónde encontrarla en internet.
Estas
dos posturas son, como todo, matizables, y tienen distintos grados de
intensidad y seguidores, pero la disputa que comenzó allá por los años 90 no se ha resuelto y los antipedagogos siguen llamando «embaucadores» a los pedagogos, que les responden, a su vez, acusándoles de «reaccionarios» y «nostálgicos del método de la letra con sangre entra».
Dos libros de carácter antipedagógico
que saldrán a la venta en los próximos días van a avivar las llamas de
esta polémica precisamente cuando todo el mundo habla de la necesidad de
alcanzar un pacto de Estado en Educación. El primero es del catedrático
de instituto jubilado Ricardo Moreno Castillo y está prologado por el periodista, escritor y colaborador de EL MUNDO Arcadi Espada. Lleva el título de La conjura de los ignorantes.De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza (Pasos Perdidos). El segundo, Contra la nueva educación. Por una enseñanza basada en el conocimiento (Plataforma), es del profesor de Secundaria Alberto Royo y se acompaña de un prólogo del escritor Antonio Muñoz Molina.
"La Secta Pedagógica"
Moreno
Castillo acusa a «la Secta Pedagógica» de «acabar literalmente con la
enseñanza pública en España» al extender por el mundo educativo un «lenguaje vacío», «una jerga pseudocientífica» llena de «desvaríos»,
que ha restado importancia al conocimiento. «El peligro de un lenguaje
tan bien engrasado es que nos puede hacer creer que estamos hablando de
algo cuando no estamos hablando de nada. Esta jerga es particularmente dañina, porque quienes viven de ella tienen mucho poder y a ellos está en gran parte encomendada la formación de los futuros profesores», advierte.
Alberto Royo llama, por su parte, «charlatanes» a los pedagogos -incluye en este grupo al divulgador Eduardo Punset, al novelista Paulo Coelho o al gurú Ken Robinson- y defiende la «tradición» frente a esa «burbuja new age» de la «creatividad» y la «motivación» que dice que aquello de que «todos los niños tienen talento» y que sólo hay que estimularlos. «Está bien mirar siempre el lado bueno de la vida, pero la realidad es tozuda y nos indica que no todos los alumnos tienen talento, ni lo tienen para todo, ni tienen múltiples inteligencias», escribe.
EL MUNDO ha preguntado a una decena de representantes de la pedagogía y de la antipedagogía si creen que sería posible llegar a un entendimiento entre ambos bandos y alcanzar un pacto de mínimos
en aquellas cuestiones en las que discrepan con el objetivo de dar buen
ejemplo a los políticos, pero casi todos los entrevistados dicen que es
«difícil», «prácticamente imposible», ponerse de acuerdo en estos temas. ¿Por qué?
«Es difícil porque, en realidad, hablamos de dos concepciones distintas de entender el ser humano», responde Enrique Javier Díez, profesor titular de la Facultad de Educación en la Universidad de León. «Hay dos modelos de educación: uno roussoniano con una visión más optimista, que confía más en el ser humano y cree que el hombre es bueno, y otro más hobbesiano
que parte de la idea de que el hombre es un lobo para el hombre y de
que el estudiante va a ir a engañar. Esta lucha nació cuando se aprobó
la Logse y cada poco tiempo surge. La Lomce
del PP ha destapado la caja de Pandora y mucha gente se está apuntando a
este bombardeo contra los pedagogos y los psicólogos. Cuando se encargó
a José Antonio Marina el libro blanco del profesorado, la desconfianza ya no fue sólo hacia el alumno, sino también hacia el docente».
¿Qué opina Marina?
El libro blanco
de Marina revolucionó, efectivamente, el mundo educativo, con
adhesiones fervientes y virulentas críticas. El filósofo dice que no se
siente ni pedagogo ni antipedagogo. En todo caso, se incluye «dentro de la pedagogía seria» y constata, eso sí, que «estamos padeciendo una epidemia de malas innovaciones». «Nos están metiendo muchas tonterías
dentro del aula. No hay una buena innovación si no es evaluada su
eficiencia. Yo creo que no hay que hablar tanto de innovación como de
mejoras concretas en la escuela. La pedagogía viene de la psicología y
está muy ideologizada».
«Por todo se culpa a los pedagogos», objeta Carmen Rodríguez,
profesora titular de Didáctica y Organización Escolar en la Universidad
de Málaga y experta en Psicología Clínica. «Todos estamos de acuerdo en
que el esfuerzo es necesario, lo que pasa es que hay una nueva
ideología del esfuerzo movida por la meritocracia. Plantean un sistema individual y competitivo en el que todo es responsabilidad del alumno. Los antipedagogos son elitistas.
Hay personas, como Antonio Muñoz Molina, que estudiaron en un instituto
con pocos alumnos y creen que educar debe ser una cosa selectiva,
como antes, en la que sólo los buenos alumnos tengan derecho a la
educación. Plantean modelos de pura transmisión del conocimiento, de pura memoria, y eso a muchos niños no les interesa. Los alumnos fracasan porque se aburren.
La educación es algo más que empollarse un libro de texto», reflexiona
la que fuera directora general de Innovación Educativa en la Junta de
Andalucía (PSOE) entre 2004 y 2008 y una de las impulsoras del Foro de
Sevilla Por Otra Política Educativa.
En el otro lado está Alicia Delibes, ex viceconsejera de Educación de la Comunidad de Madrid (PP) y autora de un libro, La gran estafa. El secuestro del sentido común en la educación,
que arremete contra la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema
Educativo (Logse), aprobada en 1990 por el Gobierno socialista: «La escuela se creó para transmitir conocimientos y
la Logse puso en cuestión que la misión de la escuela fuera enseñar. En
eso colaboró mucho el pedagogo igualitarista o progresista, que
consideraba que todo el mundo tenía que aprender lo mismo. Los profesores de Secundaria fuimos los primeros que no entendíamos lo que pasaba. Por muy progres
que hubiéramos sido, no comprendíamos que nuestra misión ya no fuera
enseñar. Si se busca un origen de todo esto, está en la Logse», expone
Delibes.
Tanto José Luis Bernal Aguado, profesor de Ciencias de la Educación de la Universidad de Zaragoza, como Rafael Feito, profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, opinan que los antipedagogos son «esa vieja guardia de profesores de BUP que entraron en 1977 en la escuela y que, cuando se encontraron con la Logse, se negaron a entender que se aprendiera mejor en grupo».
¿Qué es la autoridad?
«Ellos enseñan y nosotros intentamos que los alumnos aprendan»,
resume Bernal, a quien Moreno Castillo cita críticamente. Feito, que
también sale (mal parado) en el libro cuando se habla de la autoridad,
quiere puntualizar: «La autoridad es una palabra polisémica. Antes de
convertir al profesor en una autoridad pública, es más importante convertirlo en alguien querido. Hay que conquistar el corazón de los alumnos, eso entiendo yo que es la autoridad».
Le
echa un cable Enrique Javier Díez: «Hay un modelo en el que la
autoridad no te la ponen desde arriba, sino que te la confieren por
abajo los alumnos. No es la autoridad de dar un golpe en la mesa. Este
modelo de autoritarismo es, en realidad, un modelo judicial que acaba judicializando la vida educativa».
«Quienes
somos partidarios de que el maestro sea una autoridad y sostenemos la
absurda idea de que el maestro ha de mandar en la escuela pertenecemos a
la caverna educativa», reflexiona Moreno Castillo, con ironía. De su lado tiene a Javier Orrico,
catedrático de Lengua y Literatura en un instituto de Murcia, que está
convencido de que «la enseñanza ha sido aplastada por un proceso de
lavado ideológico». «Una de las ideas en las que se basan es que la
información cambia y que, como está en internet, para qué vamos a formar
a los alumnos en conocimientos. Precisamente porque la Red es una
selva, sólo aquel que tenga unos fundamentos claros podrá sobrevivir. Ellos nos presentan como unos carcas, pero nosotros somos los profesores que veníamos de luchar contra el franquismo. Venimos todos de la izquierda. Ellos no son profesores y aparecen de pronto, presentándose con la verdad revelada».
La lucha por el poder
«El problema no es tanto de los pedagogos como individuos, sino de que la transmisión de conocimiento se ha quedado subordinada a todo lo pedagógico y psicológico. Los profesores dependemos de los departamentos de Orientación», apunta José Sánchez Tortosa, profesor de Filosofía en un centro de Secundaria la Comunidad de Madrid.
«La batalla que hay detrás de todo esto es por la libertad de cátedra», añade Orrico. «Yo no quiero que me manden comisiones pedagógicas a decirme cómo tengo que enfocar mi trabajo».
Los pedagogos insisten, por contra, en que el aula está anticuada y que tiene que avanzar al mismo ritmo al que se está transformando la sociedad. «Lo que hoy aprendemos en cinco años será diferente», subraya César Coll,
catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad
de Barcelona y uno de los padres de la Logse. «Si un marciano viniera
de Marte, vería que la escuela, en muchas cosas, sigue anclada en el modelo de la era industrial.
En mi facultad hemos cambiado la distribución de la clase y la hemos
convertido en un círculo para que todo el mundo pueda actuar. No podemos seguir con ese modelo de bancos puestos en fila en el que el alumno sólo ve la nuca del de delante. La creatividad y la innovación
son lo que permiten avanzar al ser humano. Y el esfuerzo es necesario,
claro, pero estamos en contra de obligar a los estudiantes a hacer un
esfuerzo inútil. En mi época memorizábamos un montón de cosas, las
vomitábamos en los exámenes y las olvidábamos», señala Enrique Javier Díez.
Los antipedagogos no se creen este argumento y defienden el valor de aprender las cosas de memoria. Aunque cueste. Aunque no sea muy divertido. Aunque los alumnos se aburran. Y aunque acaben olvidándose -o parezca que se olvidan- de lo que han memorizado. «Aprender cualquier cosa exige esfuerzo»,
sintetiza Moreno Castillo. «Si la pasión por aprender fuera innata en
el ser humano, la educación no tendría que ser obligatoria por ley».
EL MUNDO, Viernes 26 de febrero de 2016
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