CARLOTA FOMINAYA
«No existe. El TDAH es un diagnóstico que carece de entidad
clínica, y la medicación, lejos de ser propiamente un tratamiento es,
en realidad, un dopaje». Esta es la sentencia de Marino Pérez,
especialista en Psicología Clínica y catedrático de Psicopatología y
Técnicas de Intervención en la Universidad de Oviedo, además de coautor,
junto a Fernando García de Vinuesa y Héctor González Pardo de «Volviendo a la normalidad», un libro donde dedican 363 páginas a desmitificar de forma demoledora y con todo tipo de referencias bibliográficas el Trastorno por Déficit de Atención con y sin hiperactividad
y el Trastorno Bipolar infantil. Lo que sí que existe, y es a su juicio
muy preocupante, es el fenómeno de la «patologización de problemas
normales de la infancia, convertidos en supuestos diagnósticos a
medicar».
—En «Volviendo a la
normalidad», ustedes ponen el dedo en la llaga, al asegurar que el
llamado Trastorno por Déficit de Atención, con o sin Hiperactividad
(TDAH), no existe.
—El TDAH es un diagnóstico, cada vez más popularizado, que
carece de entidad clínica. Para empezar, no se establece sobre criterios
objetivos que permitan diferenciar el comportamiento normal del
supuestamente patológico, sino que se basa en apreciaciones subjetivas,
en estimaciones de los padres del tipo de si «a menudo» el niño se distrae y se mueve mucho. Más que nada, el diagnóstico es tautológico. Si un padre preguntara al clínico por qué su hijo es tan desatento e inquieto, probablemente le respondería porque tiene TDAH, y si le preguntara ahora cómo sabe que tiene TDAH, le diría porque es desatento e inquieto. Por lo demás, insisto, no existe ninguna condición neurobiológica ni genética indenficada, y sí muchas familias donde no se asume que la educación de los niños es más difícil de lo que se pensaba.
—¿Quiere decir que no hay ninguna prueba médica que lo demuestre?
—No. No existen pruebas clínicas ni de neuroimagen (como
TC, RM, PET, etc) ni neurofisiológicas (EEG, ERP) o test psicológicos
que de forma específica sirvan para el diagnóstico. Lo que nosotros
decimos en esta obra, con toda seguridad, es que no hay ningún
biomarcador que distinga a los niños TDAH.
No se niega que tengan problemas, pero son niños, que tienen curiosidad
y quieren atender a lo que sea, moverse... A sentarse es algo que hay
que aprender. No existe ninguna alteración en el cerebro.
—Pero
los expertos en TDAH afirman que este trastorno mental/psiquiátrico del
neurodesarrollo conlleva ciertas particularidades cerebrales, y
niveles anormales de sustancias neurotransmisoras...
—Pudiera haber diferencias en el cerebro, como es distinto
el cerebro de un músico al de otro que no lo es. Incluso el de un
pianista a un violinista. Pero esa diferencia del cerebro no es la
causa. El cerebro es plástico y puede variar su estructura y su
funcionamiento dependiendo de las exigencias y condiciones de vida. Un
ejemplo muy famoso es del hipocampo cerebral de los taxistas de Londres.
Cuantos más años de profesionalidad, más alterada es esa estructura
cerebral. ¿Por qué? Porque está relacionada con el recuerdo y la memoria
espacial, como es requerido para ser taxista en una ciudad de 25.000
calles como Londres. Lo que se pueda observar diferencial en el cerebro
de quien sea, en este caso de niños a los que se diagnostica TDAH, no
explica que esa sea la causa del supuesto trastorno, si no que los niños
sean más activos e inquietos. Pero algunos padres se agarran o podrían
estar interesados en encontrar una diferencia cerebral en los niños que
les justifique o exima de responsabilidad en lo que le pasa al niño.
Insisto, no hay ningún clínico ni ninguna prueba de neuroimagen que
pueda validar un diagnóstico, como no hay evidencia que demuestre que
los niveles cerebrales de dopamina o noradrelina sean anormales en niños
con este diagnóstico.
—Ustedes
también recogen en su obra que muchos clínicos, y hasta laboratorios
farmacéuticos, que reconocen que no hay biomarcadores específicos.
—Cualquiera que esté al tanto de las investigaciones no
puede dejar de reconocer que en realidad no hay biomarcadores
específicos por los que se pueda diagnosticar ese TDAH como una entidad
clínica diferencia. En España hay multitud de expertos en el tema que
después de defender que es un trastorno bioneurológico, reconocen que no
hay bases neurológicas establecidas para el diagnóstico. Y sin embargo
mantienen ese discurso. Casualmente, suelen ser personas con conflictos
de intereses reconocidos y declarados, que han recibido y está
recibiendo ayudas y subvenciones y todo tipo de privilegios de diversos
laboratorios. Es decir, muy a menudo los defensores del TDAH mantienen
esa retórica a pesar de que no hay evidencia, por un conflicto de
intereses que les lleva a sesgar la información por el lado de lo que
desean que hubiera en base a los intereses de hacer pasar el trastorno
como si fuera una enfermedad que hubiera que medicar.
—La realidad es que el TDAH se acaba de reconocer en la flamente Ley orgánica para la mejora educativa (LOMCE).
—Las instancias políticas, empezando por el Parlamento
Europeo, con su «libro blanco» sobre el TDAH, y terminando por su
inclusión en la Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE),
puede que estén dando carta de naturaleza a algo cuya naturaleza, valga
la redundancia, está por determinar y que, de hecho, es controvertida.
Se está reclamando que se hagan las dotaciones adecuadas que contempla
la ley como son ayudas, subvenciones, e incluso rebajas para la
adquisición de los libros de texto, ventajas para acceder a becas, quien
sabe si hasta para acceder a la Universidad. Mientras, los lobbies de
la industria farmacéutica se estarán frotando las manos, viendo como los
políticos «trabajan» a su favor. Los políticos creerán que han hecho lo
políticamente correcto pero, de acuerdo con lo dicho, sería incorrecto
científicamente.
—Usted
augura que, a partir de este reconocimiento, habrá muchos interesados
en que el niño reciba un diagnostico formal de TDAH.
—Si. Esto mismo que ha pasado en España,
de que la Ley otorgue cobertura legal al TDAH, se vio con anterioridad
en 1997 en Quebec (Canadá). Allí hicieron un estudio de seguimiento de
diagnósticos durante los 14 años siguientes y se encontró que en esa
provincia canadiense en concreto, y a diferencia del resto de Canadá,
había aumentado exponencialmente el número de niños medicados. Un
crecimiento que no se observó en otras enfermedades propiamente
infantiles como el asma, donde el porcentaje se mantuvo el resto del
tiempo. Además, los niños que tomaban medicación de forma continuada
tenían un rendimiento más bajo a largo plazo. Y tenían a su vez otros
comportamientos y otras alteraciones como ansiedad y depresión.
—Los
efectos secundarios de la medicación es algo que ustedes también citan
en esta obra, al señalar que los padres no son muy conscientes de los
mismos.
—La utilidad de la medicación, hasta donde lo es, no se
debe a que esté corrigiendo supuestos desequilibrios neuroquímicos
causantes del problema, como se da a entender, sino a que el propio
efecto psicoactivo de la droga estimulante puede aumentar la atención o
concentración, como también lo hacen el café o las bebidas tipo Red
Bull. La medicación para el TDAH no es, en rigor, un tratamiento
específico, sino un dopaje: es la administración de fármacos o
sustancias estimulantes para potenciar artificialmente el rendimiento.
En cuanto a la salud, estas anfetaminas lo que producen es un efecto
inmediato (si es continuado) de aumento de la presión sanguínea y
cardiaca, que les puede llevar a tener a la larga más riesgos
cardiovasculares. Tampoco les debería sorprender su efecto sobre el
retraso del crecimiento. La cuestión es saber que pasa tras años de medicación.
—Si el TDAH no es un cuadro clínico, pero sí un problema de conducta, ¿qué pueden hacer los padres afectados?
—Lo dificil hoy en día es que los padres puedan tener una atención más continuada y sosegada con los niños.
Pero la atención y la actividad se pueden aprender, y mejorar. Hay
estudios hechos y publicados en la versión americana de Mente y Cerebro
con niños pequeños abocados o candidatos a recibir el diagnóstico. Se
les enseñaba a los padres a realizar diversas tareas con esos pequeños,
con el objeto de educar la atención y su impulsividad. Y se ha
comprobado que con estas actividades consistentes en juegos tipo «Simon
dice», donde uno tiene que esperar a responder cuando se le pide algo,
se ha logrado que los niños mejoren y controlen la impulsividad o los
comportamientos que les abocaba al TDAH.
—Mientras
tanto, usted señala que las asociaciones de afectados tienen publicidad
en sus webs de los laboratorios farmacéuticos implicados en la
fabricación de los medicamentos.
—Si usted echa un vistazo a alguna de ellas lo podrá
comprobar por usted misma. En mi opinión, las asociaciones de padres y
afectados por el TDAH, si no quieren hacerle el juego a otros intereses,
debieran tener prohibido en sus estatutos recibir financiación de los
fabricantes de medicación, y utilizar como divulgación sus explicaciones
y panfletos. Es como si ponemos al lobo a cuidar de las ovejas. Aunque
los laboratorios reciban cuantiosas multas por la inapropiada promoción
de sus preparados y afirmaciones engañosas acerca de su eficacia, como
los 56.5 millones de dólares que tendrá que pagar el principal
fabricante de medicamentos para el TDAH, no será nada comparado con los
1.200 millones de dólares que tiene previsto ganar en 2017 con uno de
ellos. De estas cosas también hay que hablar cuando se habla de TDAH.
—¿Recomendaría usted alguna lectura a padres preocupados?
ABC, Lunes 20 de octubre de 2014
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