NACHO MENESES
Erundina Baamonde es una limpiadora gallega jubilada que vive en el
municipio madrileño de Alcorcón desde 1977. A sus 69 años y con la ayuda
de su marido, cuida cada día de sus dos nietos mientras sus hijos,
Cristina y Javier, están en el trabajo. Elena, de 13 años, come en su
casa antes de volver al colegio por la tarde, y Martín, de dos años, se
queda con ella desde que sale de la guardería a las tres y media o
cuatro hasta las nueve. “Cuando Elena era pequeña también se quedaba a
merendar, pero ahora que ya es mayor se va a casa hasta que llegan sus
padres. A Martín le traen sus padres y yo le doy la merienda, trastea
toda la tarde, le bajamos al parque, le doy la cena…”. Una labor que,
insiste, hace con gusto. “Todavía estoy bien, y si les puedo echar una
mano, ¿por qué no? ¿A quién van a coger por la tarde para el chiquitín?”
La suya es una historia que la crisis económica y la falta de
conciliación laboral y familiar hacen que se repita en miles de hogares
españoles. Según un estudio de la Fundación Pfizer en 2014, el 59% de
los abuelos están involucrados de manera activa en el cuidado de sus
nietos, una labor que va desde cuidarlos unas horas hasta recogerles en
la escuela o la guardería, llevarles al médico o darles de comer. “Nadie
me obliga a que lo haga”, admite Erundina. “Mi marido y yo nos
ofrecimos. Es cierto que a alguna cosilla siempre renuncias: si tienes
un viaje del Imserso, a lo mejor no puedes ir en las fechas que quieres,
pero vas en otras. Y en verano casi siempre nos vamos dos meses a
Galicia, así que no es que tengamos que renunciar a nada importante”.
Los responsables de ABUESPA,
la Asociación de Abuelas y Abuelos de España, ponen el énfasis en la
transmisión de valores tradicionales: “La alegría y el sentido del
humor, la reciedumbre, la lealtad en el trato con amigos y compañeros,
la honradez, el respeto a las personas y a la naturaleza, la
generosidad, la laboriosidad y tantos otros valores (…) nunca van a
pasar de moda, nunca van a desaparecer. Están en vigor y son lo mejor
que podemos transmitir”.
Una encuesta del ministerio de Sanidad en 2010 cifraba el número de
horas en que los abuelos cuidaban de sus nietos en hasta seis o siete
diarias. Y aunque para muchos sea una labor placentera, en algunos casos
se convierte en lo que en la década de los 2000 se definió como el
síndrome de la abuela esclava: una persona que, lejos de disfrutarlo, ve
el cuidado de los nietos como una obligación que le puede llegar a
provocar estrés o depresión y que no se atreve a quejarse a sus hijos
por miedo a dañar o romper la relación que mantienen.
Para Sara Berbel, doctora en Psicología Social y directora de Empowerment Hub,
la crisis ha afectado negativamente la manera en que los españoles (y
sobre todo las españolas) compaginan las dos facetas de su vida, la
laboral y la personal. “La crisis ha agudizado la división sexual del
trabajo ya que, al disminuir las rentas familiares, muchas mujeres han
vuelto al hogar a hacerse cargo de sus hijos o de los ancianos que hasta
entonces estaban en guarderías o residencias”. En el mismo sentido se
expresa Ana Eva Alameda, fundadora de la web Conciliatecuidando.es,
al apuntar que las medidas de conciliación que empezaron a darse en
España desde 2007, como la Ley de Igualdad, se quedaron en nada como
consecuencia de la recesión: “Existe una necesidad de que la mujer siga
ocupándose de los cuidados domésticos, unos cuidados que el Estado no
asume, pero que son necesarios para que la economía pueda mantenerse y
no empeore. Además, la crisis ha fomentado la desigualdad. Los recursos
pasan a estar disponibles para personas que tengan en su mano un mayor
nivel adquisitivo. Esto hace que existan familias de primera y de
segunda, es decir, familias que pueden conciliar mejor, ya que tienen
dinero para poder hacerlo, y familias que tienen que recurrir a sus
propios recursos familiares. Por lo tanto, podemos hablar de la
conciliación como un lujo, un bien al que no todo el mundo tiene
acceso”.
Pocas medidas… y poco relevantes
Aunque ya hay ejemplos que prueban que un mayor grado de conciliación
aumenta la productividad del trabajador, sigue sin existir la
concienciación necesaria a ninguno de los niveles: ni político, ni
social ni empresarial (la conciliación de sus empleados no es vista por
las empresas como algo que les incumba, sino que es ajeno a ellas, dice
Berbel). El 95% de los que usan medidas de conciliación son mujeres,
pero a la vez muchos trabajadores no recurren a ellas si perciben que
pueden dañar su carrera. Los prejuicios siguen siendo importantes: el
estudio de la Fundación Pfizer revela que, mientras el 83% de los
hombres reconoce que la paternidad apenas ha afectado a su trayectoria
laboral, ser madres ha perjudicado notablemente la carrera de un 47% de
las mujeres. Solo un 12% de los hombres entrevistados dijo haber
renunciado a un puesto de trabajo o a un ascenso por tener hijos a su
cargo. Entre las mujeres, ese porcentaje sube hasta el 39%. “En las
empresas españolas está muy extendido el prejuicio de que estar más
horas en el trabajo significa trabajar más; en general se premia al presencialismo
sin tener en cuenta que se trata de trabajar mejor, y no más horas”,
comenta Berbel. “En otros países europeos, cuando una persona se queda
hasta tarde y no acaba su trabajo en el horario previsto ocurre al
revés, se le pregunta si tiene algún problema para no lograr finalizar a
tiempo. Existe además el prejuicio de que las mujeres "desean"
encargarse de las tareas del hogar y por ello se les ofrecen a ellas las
medidas de conciliación y apenas hay políticas para incentivar a los
varones”.
Pero ¿dónde se sitúa España en cuanto a conciliación en el marco europeo?
Los horarios españoles, continúa Berbel, “son menos flexibles y más
largos que los países más avanzados. Se trabaja 300 horas anuales más
que en Alemania y 200 más que en Dinamarca u Holanda y, sin embargo,
nuestra productividad está en la cola. Por otra parte, disponemos de
menos servicios públicos de atención a personas dependientes, lo cual
también revierte en una menor actividad laboral remunerada femenina”.
Países como Islandia, Suecia y Noruega, con permisos de paternidad y
maternidad obligatorios e intransferibles, ponen el acento en la
corresponsabilidad del cuidado familiar. En España, donde no existe ese
marco legal, los padres se han de apoyar en el entramado familiar, casi
siempre representado por los abuelos. “Las consecuencias no son nada
positivas”, afirma a su vez Alameda. “Estamos hablando de una generación
de mayores indispensables para que sus descendientes puedan mantener su
nivel de vida. Son personas que cumplen una función totalmente
necesaria para la economía y el funcionamiento de nuestro país, pero que
no está remunerada, y por lo tanto carece de reconocimiento social. Una
situación muy incoherente”. Un 33% de ellos, además, ayuda
económicamente a la familia. Alameda termina planteando las siguientes
preguntas: “¿Qué ocurrirá en el futuro con estos mayores? Si seguimos
careciendo de recursos y reconocimiento social hacia estos cuidados
necesarios, y sus descendientes tienen que continuar trabajando, ¿cómo
vamos a equilibrar la balanza?”
En Estados Unidos, y de acuerdo con un estudio del Pew Research Center,
7,7 millones de niños (uno de cada 10) vivían en 2011 en la misma
vivienda que al menos uno de sus abuelos, y para tres millones de ellos
ese abuelo (o abuela) era el cuidador principal. En algunos casos esto
se debe a dificultades financieras de los padres, pero también a otros
factores como divorcios, el coste de la atención sanitaria, la pérdida
de la vivienda por no poder pagar la hipoteca o a problemas relacionados
con el consumo de drogas de alguno de los progenitores. Amy Goyer,
experta en asuntos de familia y multigeneracionales de la Asociación
Americana de Jubilados (AARP, por sus siglas en inglés), reconocía en
una entrevista con el diario The Washington Post en 2013 que “los
abuelos siempre han sido una red de seguridad”, a la vez que recordaba
que casi el 20% de los abuelos que viven con nietos se encuentran por
debajo del umbral de pobreza.
En la situación actual española, donde los efectos de la crisis
perduran y se harán notar durante años, una política efectiva de
conciliación se antoja como una de las mejores herramientas para el
bienestar de las familias. Sin embargo, como apunta Sara Berbel, el
cambio social tiene que surgir primero como una exigencia de la propia
sociedad, para luego involucrar a administraciones, empresas y
trabajadores. Solo así se avanzará en el terreno de la igualdad entre
hombres y mujeres, y el papel de los abuelos volverá a ser más lúdico
que necesario para la supervivencia.
EL PAÍS, 25/04/2016
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