ÁNGELES LOPEZ / MADRID
No hacen falta muchos motivos para exigir un aire limpio, sin
embargo, a la lista de enfermedades vinculadas con la contaminación,
como los problemas cardiacos o los respiratorios, ahora se une otro más:
el autismo. Según los datos de un nuevo estudio, la exposición a una
atmósfera contaminada durante el embarazo aumenta el riesgo de que el
bebé sufra autismo. Aunque los expertos señalan que hay que tomar estos datos con cierta cautela, sostienen que no es la primera investigación que muestra un vínculo entre el medioambiente y el autismo.
"Nuestro estudio es el primero a nivel nacional [con datos de los 50
estados de EEUU] que analiza la contaminación ambiental durante el
embarazo y el riesgo de autismo. Ha habido dos estudios previos, que
sugerían un vínculo, pero fueron realizados en áreas locales", explica a
ELMUNDO.es Andrea Lynne Roberts, de la Escuela de Salud Pública de la
Universidad de Harvard (HSPH, según sus siglas en inglés).
No es tampoco la primera vez que se vincula la contaminación
atmosférica con diferentes problemas en la salud. Los tóxicos presentes
en el aire afectan a la función neurológica y al desarrollo del feto, según
han reflejado diferentes organismos sanitarios como la Agencia de
protección Medioambiental de Estados Unidos y la Organización Mundial de
la Salud (OMS). Por ejemplo, estudios previos han mostrado que las
embarazadas más expuestas a un aire más cargado de contaminantes tienen
más riesgo de que su bebé tenga bajo peso.
Ahora Roberts, junto con otros investigadores de la HSPH, ha querido
analizar el impacto de este tipo de contaminación en la función cerebral
del feto y en el desarrollo cognitivo posterior del bebé. Para ello,
analizaron los datos recogidos en el Nurses' Health Study, uno de los
mayores trabajos epidemiológicos de EEUU que involucra a 116.430
enfermeras desde 1989. A todas se les preguntó si tenían algún hijo
afectado con un problema de autismo.
De todo ese grupo, los investigadores identificaron 325 mujeres que
habían tenido un hijo con autismo nacido después de 1987 (fecha a partir
de la cual se contaba con información sobre la contaminación
atmosférica) y 22.000 mujeres cuya descendencia no tenía este problema.
Diésel y metales
Tras analizar los datos atmosféricos del área donde vivió cada mujer
durante su embarazo y parto y ajustar otros factores como los ingresos
económicos, la educación y si habían fumado o no en su gestación, los
investigadores comprobaron que aquellas que residieron en el 20% de las
poblaciones donde estaban los niveles más altos de partículas de diésel o mercurio
tenían el doble de riesgo de tener un hijo con autismo en comparación
con aquellas otras mujeres que vivieron en el 20% de las zonas menos
contaminadas.
Otro tipo de sustancias tóxicas, como plomo, manganeso, cloruro de
metileno y la exposición a una combinación de metales, fueron asociadas
también con un mayor riesgo de autismo. Las ciudadanas que vivieron en
las ciudades con mayor presencia de estos contaminantes tuvieron una
probabilidad un 50% mayor de tener algún hijo con autismo en comparación
con las que residían en las ciudades menos contaminadas.
"Nuestros resultados sugieren que deberían iniciarse nuevos estudios para medir la presencia de metales
y otros contaminantes en la sangre de mujeres embarazadas o en recién
nacidos para ofrecer una evidencia mayor de que tóxicos específicos
aumentan el riesgo de autismo. Una mejor comprensión de esto podría
ayudar a desarrollar intervenciones para reducir la exposición de
embarazadas a estas sustancias", afirma Marc Weisskopf, profesor
asociado de HSPH y uno de los autores de este trabajo.
Jordi Sunyer, coordinador del proyecto INMA (Infancia y Medio
Ambiente) y Codirector del Centro de Investigación en Epidemiología
Ambiental (CREAL), recuerda que este no es el único trabajo que vincula
contaminación con mayor riesgo de autismo. "Además de los trabajos
epidemiológicos, hay estudios controlados, realizados en animales, que
muestran el efecto del medioambiente tanto a nivel de marcadores de la
inflamación como de trastornos anatomopatológicos", señala.
Porque como explica este investigador, durante el embarazo, el
cerebro del feto crece muy rápidamente por lo que es más sensible a
pequeños cambios y, en un medio acuoso, lo que le afectaría sería lo que la madre está respirando.
"Su cerebro resultaría afectado por la respuesta del cuerpo materno a
una exposición ambiental, que le generaría una inflamación generalizada
que en ella no provoca nada, a priori, pero que afecta al cerebro del
feto", explica. No obstante, señala que hay que ser cautos "porque
todavía son pocos los estudios que han mostrado esa relación. Estamos en
una fase inicial de esta teoría y hay que pensar que la contaminación
sería un factor más de los muchos que influyen en el autismo".
Sunyer insiste en que lo que hay que tener claro es que se trata de
un factor modificable. Pero, según parámetros de la OMS, el 94% de los
españoles respira aire dañino para la salud, sobre todo los que viven en
ciudades con tráfico muy denso, como Madrid, Barcelona o Valencia,
aunque "el problema es bastante homogéneo", refiere este experto. Por
este motivo, y por sus vinculaciones con diferentes problemas de salud,
Sunyer insiste en que las autoridades españolas deberían llevar a cabo
ciertos cambios: "Si Londres ha conseguido bajar la contaminación a la
mitad, nosotros podemos hacerlo, pero no hay voluntad política. Y hay
que tener en cuenta que no es un problema secundario, como se puede ver
en éste y otros estudios".
Por su parte Roberts, aunque reconoce que "hay poco que las mujeres
embarazadas puedan hacer para reducir su exposición", sí sugiere algunas
cosas a las gestantes para reducir el riesgo de tener un hijo con
autismo: "tomar ácido fólico antes del embarazo, comer alimentos con
grasas sanas, como frutos secos y pescados bajos en mercurio, evitar
fumar e intentar mantener un peso sano durante el embarazo -la diabetes
gestacional ha sido vinculada con el autismo en niños. También, sería
buena idea no usar pesticidas en casa o en zonas cercanas y usar
productos de limpieza no tóxicos".
EL MUNDO, 18/06/2013
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