Ir al contenido principal

Rafael Santandreu: “La infelicidad es la enfermedad de las personas con necesidades absurdas”

JOSEP FITA
Por norma general, un periodista siempre está motivado ante la expectativa de hacer una entrevista. No hay nada, o casi nada, más maravilloso para un profesional del ramo que situarse delante de alguien para que le cuente sus peripecias, miedos, temores, ilusiones. Pero si, además, el personaje que le dedicará parte de su tiempo es un individuo que huye de lo mundano, que intenta nadar a contracorriente, que es un provocador nato -sin miedo a tirarse a la piscina ni de lo que dirán- e incluso que se ríe de los convencionalismos sin ningún tipo de rubor, entonces la motivación es aún mayor. Eso es lo que le pasó a quien les habla con motivo de la entrevista al psicólogo Rafael Santandreu. Leyendo su último libro, Ser feliz en Alaska , uno se puede llevar la sensación de que este prestigioso psicólogo persigue, con sus planteamientos rupturistas, llamar la atención de las personas que sufren algún tipo de contratiempo mental para que reaccionen y puedan deshacerse de una losa que en muchas ocasiones oprime hasta niveles inimaginables. Escuchándolo, esa percepción inicial, equivocada o no, parece acrecentarse. Juzguen ustedes mismos.

La ansiedad, la depresión, se pueden revertir con el método adecuado de forma rápida”, asegura usted en el libro. Entiendo que alguien se podría sentir ofendido con esta afirmación.
Sí, más que los pacientes, algunos psicólogos, que creen que el método correcto tiene que ser muy largo. Pero la verdad es que todos hemos conocido a alguna persona que ha tenido un accidente, o una enfermedad muy grave, y tras superarlo te ha dicho: ‘Oye, después de la que he pasado, he cambiado. Me tomo la vida de otra manera, disfruto de las pequeñas cosas’. ¿Cuánto tiempo tardó esa persona en cambiar? El cambio fue fulminante, y es que la mayor parte de las veces o es rápido o no es. Esa es la verdad.

Estamos hablando de un caso extremo.
Pero nos demuestra que la depresión o la ansiedad son una manera de mirar la vida, y que si tú cambias ese parámetro, modificas también tus emociones inmediatamente. Nosotros, con nuestro método, explicamos en la consulta que tardamos unos cuantos meses en resolver estos problemas, y ya es mucho, porque cuesta que la persona haga el clic. Pero, en realidad, la revelación que te ayuda a ver que las cosas son de otra manera es instantánea. 

Entiendo, por lo que explica, que usted no considera la depresión como una patología.
No lo es. En todo caso habría que definir qué entendemos por patología. En un 95% de los casos, las depresiones o los cuadros de ansiedad son producto de una manera de pensar, no tienen nada de físico. Te puedo aportar más ejemplos…

Adelante…
Yo dejé de fumar gracias a un maravilloso libro titulado ‘Dejar de fumar es fácil si sabes cómo’. De repente, ya no tuve ganas de fumar, incluso lo veía como una cosa asquerosa que no producía placer. Y de esto han pasado ya 18 años. Y tú me dirás: ‘¿El mono del tabaco era real?’. Pues no, era mental en un 98%. ¿Pruebas? Yo, y millones de personas más. Ahora, ¿que hay alguien que prefiere pensar que el mono del tabaco es algo durísimo de pasar?, ¿y lo mismo con la depresión o la ansiedad? Pues nada, pero esas no son las evidencias que tenemos.



 También defiende que se puede estar alegre incluso en la enfermedad.

Es de cajón. Aferrarse a la salud física es una estupidez, porque seguro que vamos a estar enfermos en algún momento de nuestras vidas.

Pero uno guarda la esperanza de que le toque muy tarde…
Eso me lo dices porque no has conocido a nadie con 90 años a quien le hayan detectado una grave enfermedad. Sienta exactamente igual, de bien o de mal, si te coge de joven o de mayor. Pero yo no le tengo ningún temor a la enfermedad, porque entiendo que estando enfermo se puede ser muy feliz. Primero, porque tienes un trabajo apasionante por delante, que es curarte. Y después, porque te quedan una serie de cosas maravillosas para hacer hasta que te cures o no. Y por último, hay que saber que no te está pasando nada raro, sino que lo que te sucede es algo natural que nos va a pasar a todos. Si lo piensas así, llevas la enfermedad mucho mejor. Tenemos pruebas de que mucha gente se lo toma de esta manera, por tanto se puede.

¿Qué papel juega la renuncia en nuestro bienestar?
Es fundamental. Sólo podemos disfrutar del mundo si estamos dispuestos a renunciar a él. Porque de lo que no estamos dispuestos a renunciar, nos volvemos esclavos. Además, no contemplamos que pueda desaparecer, por tanto lo hacemos rutinario. La manera correcta de disfrutar de las cosas es sabiendo que no las necesitas, que las puedes perder y que no pasaría nada. Al mismo tiempo, sabiendo que pueden desaparecer, las vas a valorar más. 

Entiendo…
La vida, está calculado, nos pone delante unas 20.000 adversidades, pequeñas y grandes: desde que te deje tu mujer a que te encuentren una enfermedad terminal. Y la clave para ser feliz es renunciar a tener una pareja determinada con la que te iba muy bien o a vivir cuando te toque morir. Pero hacerlo desde el razonamiento teniendo claro, por ejemplo, que nunca has necesitado una mujer determinada para tener una vida espléndida.

Y usted, ¿a qué ha renunciado?
Yo renuncio mentalmente todos los días a mi trabajo como psicólogo. Imagino a diario que si no pudiese hacer de psicólogo haría cualquier otra cosa y sería muy feliz. He renunciado a ser guapo [risas], y soy maravillosamente feliz siendo feo. He renunciado a tener pelo. Pero tú dirás, ‘te ha obligado la vida’, sí, pero a parte yo lo he tomado con los brazos abiertos. 

No tenía otra.
Muchas veces la vida te quita cosas pero tú no renuncias a ellas. También he renunciado a ganar mucho más dinero. Podría ganar mucho más pero hago lo que me gusta y trabajo poco. La renuncia a ser más guapo es muy buena, porque hay gente que no renuncia a ser más guapa aunque sea fea. He renunciado también a ser listo. La renuncia siempre es mental. 

Pero eso tiene que ver también con la humildad, un concepto del que también habla mucho en su libro.
Así es. Hay un axioma muy importante en psicología que dice que sólo seremos fuertes y extraordinarios de verdad si estamos dispuestos a ser los últimos del pelotón. Es en ese fango donde surgen las grandes maravillas. Las cosas excepcionales no surgen del poder, sino del fango donde están las personas que no aspiran a ser nada.
 
Alguien podría pensar que usted renuncia porque puede hacerlo, al estar en una posición privilegiada.
Es mucho más difícil renunciar cuando estás arriba que cuando estás abajo. Porque en una posición privilegiada la oportunidad de tenerlo todo es muy grande. El que está abajo no tiene que renunciar a nada, porque no tiene oportunidades. Piensa que la neurosis, incluso la infelicidad, es una enfermedad de la abundancia, de los que tienen necesidades absurdas, no es una enfermedad de la pobreza. Los pobres no tienen neurosis. Tienen otros problemas, pero no ese. 

“Si nuestra vida está orientada a la producción de belleza, el estrés desaparece”, escribe usted. Parece un planteamiento algo edulcorado.
A mí me parece que es lo único razonable. Si todas las personas se ponen a trabajar (a hacer esa cosa tan alocada llamada trabajo, que yo no recomiendo), al menos que lo hagan para producir belleza. Porque el mundo no necesita ningún producto más. Y en cambio la belleza, es un bien fantástico. 

Curiosa su visión sobre el trabajo…
Intenta en la medida de lo posible hacer cosas hermosas. A lo que me refiero es que los profesionales que puedan (arquitectos, periodistas…) deberían intentar hacer cosas bellas. Porque no tiene sentido ganar dinero y producir fealdad, te estás perjudicando a ti y a los demás. Por ejemplo, a Jorge Javier Vázquez le diría que dejara de hacer esa cosa descabezada que hace y que hiciera algo hermoso con su vida.
Usted asegura que el trabajo es algo innecesario, pero yo le veo trabajar.
Escojo trabajar, pero podría no hacerlo.

Pero lo hace.
Porque me sale a cuenta trabajar en algo que me gusta, que me hace disfrutar. Pero sé que también podría no trabajar y ser igualmente feliz, o más. Es una elección. Los seres humanos somos como niños, de manera natural exploramos el mundo. Jugamos y escogemos la manera de jugar. Mi trabajo me lo tomo como un juego. ¿Podría no jugar a nada y pasármelo bien también? Totalmente. Que nadie me diga que el trabajo de psicólogo tiene alguna importancia, porque no la tiene, es un juego. Cualquier día cae un meteorito y lo revienta todo. En consecuencia, ¿qué es importante?

Visto así… pero la ciencia asegura que hay pocas posibilidades de que un meteorito impacte contra la Tierra hasta el punto de destruirla.
Entonces, podemos escoger otro ejemplo.

Tengo la sensación de que usted propone planteamientos extremistas para que sus pacientes al menos se queden con el término medio.
Eso me lo dices porque tienes un pensamiento muy supersticioso, nada científico. Si Charles Darwin, Isaac Newton o Albert Einstein levantaran la cabeza dirían: ‘¡Sacad a este ignorante de aquí!’ [risas por ambas partes]. Dices que apelo a los extremos, y yo digo que me muevo en el terreno de lo normal. ¡Somos un grano de arena en el Universo! ¡Y eso no es un extremo, es la pura verdad! Entonces, ¿qué importancia tiene mi trabajo? Es sólo un juego. 

Supongo que sus pacientes no lo verán igual…
Yo juego a curar de la mejor manera posible. Y como me gusta jugar, me sale muy bien. Es así como lo hago. Pero no sufro por ellos. 

¿En serio?
En absoluto. Porque entiendo que ni ellos ni yo valemos nada. Y tú me dirás: ‘Pero a esa persona sí le importa su enfermedad y su sufrimiento’. Pues no debería. Y si yo consigo convencerla de que no se preocupe por ello, ya estará prácticamente curada. 

Pero un mínimo de preocupación tendrá en que esa persona no llegue a hacer el cambio de chip mental que necesita.
Ninguna. Cero. ¿Por qué tendría que estar preocupado? Si no mejora, no me sentiré mal, porque es solo un grano de arena en el Universo. ¡Cómo quieres que me sienta mal por un grano de arena del Universo! ¡Es de locos!

Me vuelve a parecer un planteamiento extremista.
Tú piensas que vivimos un mundo donde todo es muy importante, crucial, porque dices que hago planteamientos extremos. Pero lo que yo digo está enunciado en la ciencia; en cambio lo que tú dices es lo que aparece en las películas de Walt Disney. Vivir en una fantasía es la peor manera de vivir, porque damos importancia a cosas que no la tienen. 

En otro orden de cosas, usted asegura que fallar o acertar tiene poca importancia en la vida. Incluso anima a las personas a celebrar sus fallos en el trabajo. Pero en el libro explica que uno de sus colaboradores no era muy diligente y que usted intentó que no fallara tanto. Ahí se atisba una contradicción…
Muchos fenómenos de la naturaleza son paradójicos, no contradictorios. Porque paradójico significa que en un momento dado ‘A’ es cierto, pero en otro instante deja de serlo. Depende del momento y del contexto. Y esto sucede mucho en psicología. 

Pues no hablemos de contradicción y sí de paradoja.
Yo amo a mi colaborador cuando está orgulloso de sus fallos, aunque me repercutan, porque eso me indica que como persona es increíble, que tiene un sistema de valores fantástico en el que la eficacia no es importante. Por eso esa persona para mí es muy valiosa a nivel personal.

Sin embargo…
Al mismo tiempo, intento que haga las cosas muy bien. Y si sigue teniendo fallos que se los siga tomando así. 

Pero quiere que no se produzcan, cuando al mismo tiempo pregona que no son importantes.
Intento que los disminuya, porque que los deje de hacer es imposible. Pero cuando los comete, si se lo toma bien, lo alabo.

Sigue siendo un planteamiento paradójico.
¿Sabes qué pasa?, que millones de fenómenos son paradójicos. El fallo en sí mismo no es maravilloso ni deja de serlo. Lo que es maravilloso es que no le des ninguna importancia. Prefiero que mi colaborador cometa pocos fallos, pero que los que cometa, se los tome de una manera maravillosa. Fallar y darte cuenta de que el fallo no tiene ninguna importancia, ajusta tu sistema de valores, y eso te hace mejor persona. 
LA VANGUARDIA,   Lunes 16 de abril de 2016

Comentarios

Entradas populares de este blog

«Los buenos modales no están de moda, pero es imprescindible recuperarlos»

FERNANDO CONDE Hoy en día es frecuente enterarte por los medios de noticias relacionadas con la falta de respeto, el maltrato, el acoso, etc. Podemos observar muchas veces la ausencia de un trato adecuado a los ancianos, la agresividad incontrolable de algunos hinchas de fútbol; la poca estima a la diversidad de opiniones; la destrucción del medio ambiente; el destrozo del mobiliario urbano y un largo etcétera que conviene no seguir enumerando para no caer en el pesimismo que no conduce a nada y el problema seguirá ahí. Un problema que podríamos resumir en que se ha ido perdiendo el valor de la dignidad humana en general. Los modos para alcanzar la felicidad, siempre deseada, se apartan de las reglas y normas de conducta más elementales de convivencia colectiva que han acumulado las culturas y los pueblos a través de los siglos. La idea de que «la dignidad empieza por las formas» que resume este artículo es una afirmación bastante cierta, porque la forma, no pocas veces arrastr

Qué le pasa a tu bebé cuando dejas que llore sin parar

  GINA LOUISA METZLER Muchos padres creen que es útil dejar llorar a su bebé. La sabiduría popular dice que unos minutos de llanto no le hacen daño, sino que le ayudan a calmarse y a coger sueño. Se trata de la técnica de la espera progresiva , que fue desarrollada por el doctor Richard Ferber, neurólogo y pediatra de la Universidad de Harvard en el hospital infantil de Boston (Estados Unidos) , y que sigue utilizándose en la actualidad en todo el mundo. Casi nadie sabe en realidad lo que ocurre a los bebés cuando siguen llorando, pero las consecuencias físicas y psíquicas podrían afectarles toda su vida. Cuando un bebé llora sin que sus padres lo consuelen, aumenta su nivel de estrés , ya que, a través de su llanto, quiere expresar algo, ya sea hambre, dolor o incluso necesidad de com

¿Qué hay detrás de las mentiras de un niño?

ISABEL SERRANO ROSA Los niños no son mentirosos, pero mienten . Lo hacen cuando tienen algo que decir o que aprender. Hasta los cuatro años, con sus historietas sorprendentes, quieren narrarnos su mundo de fantasía. Somos la pantalla en la que proyectar su película. Entre los cuatro y los siete años construyen su mini manual de moralidad con ideas muy sencillas sobre lo que está bien y mal, basado en sus experiencias "permitido o no permitido " en casa y en el colegio. Con su gran imaginación, las mentiras son globos sonda para saber hasta dónde pueden llegar. Entre los ocho y los 12 años la realidad se abre camino y la fantasía se vuelve más interesada.  El pequeño pillo de nueve años desea ser bueno, pero se le escapan las trolas por el deseo de gustar a los demás, ocultar alguna debilidad o evitar castigos. En general, mienten a sus crédulos coetáneos o, por el contrario, les escupen a la cara alguno de sus descubrimientos del trabajo de campo que significa crecer.