RICARDO F.COLMENERO
Una de las mayores preocupaciones antes de tener un bebé es matarlo,
con la misma inocencia que los leones marinos aplastan con su peso a las
crías contra las rocas. La falta de sueño me llevó estos días a hacer
algo parecido con la leche en polvo. Un leve aumento de cucharadas por
mililitro de agua nos llevó a Urgencias y casi pierdo la custodia del
enano. La enfermera y la pediatra me miraron con severidad, y me dijeron
que rezara para que el bebé volviera a hacer caca. A las 24 horas recogimos del pañal restos de algo que parecía grava y lo celebré como el gol de Iniesta. Mi mujer todavía no me habla.
Una
semana después del nacimiento tu máxima preocupación es permanecer con
vida. La privación del sueño, una tortura que sin duda inventó un tipo
que acababa de ser padre, te permite desarrollar otras habilidades como
escribir esta columna en fase REM, cuando los globos oculares se mueven a
gran velocidad bajo los párpados mientras el cerebro permanece activo.
A un estudioso de la universidad de Berkeley, llamado Matthew Walker, le ha dado por enumerar los daños que se están produciendo en mi cerebro por acabar de verme el chiringuito de Pedrerol hasta
el final, anotar el color de excrementos en una libreta a las cuatro de
la mañana, y dar paseos de siete zancadas por la habitación mientras
intento que un burruño de mantas deje de hipar.
Más radical es Paul-Antonie Libourel,
del Centro de Investigación de Neurociencia de Lyon, que sugiere que
dormir es "fundamental para la supervivencia de las especies" ya que por
alguna razón "la selección natural no la eliminó". Es entonces cuando
miras a tu bebé y te das cuenta de que su aspecto cambia por segundos,
como quizá sucede con el nuestro, solo que nos pasa tan desapercibido
como la velocidad descomunal a la que viajamos en el planeta por la
galaxia. Sin embargo ante el crío parece que se vuelve evidente la velocidad descomunal con la que viajamos hacia la muerte.
Dice
Walker que el sueño nos ayuda a mantener nuestras vidas sociales por
buen camino, lo que explicaría que haya dejado de ver porno, o que me
haya visto obligado a suspender mi cita anual con mis amigos para correr
la media maratón de Formentera, porque ayer casi no me hago andando dos
calles para llegar a la oficina de la Seguridad Social.
Al final,
cuando te asomas al balcón y no llegas a estar seguro de si amanece o
anochece, hago algo parecido a soñar despierto, y llevar a la práctica
la principal conclusión del estudio de Walker: "Dormir es tan beneficioso que la pregunta es por qué los animales siquiera se molestan en despertarse".
EL MUNDO, Domingo 15 de mayo de 2016
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