LUCÍA CENTOIRA
María, de trece años, se levanta a las siete para ir al instituto. A las 8:30 el profesor cierra la puerta del aula. «Casi todos los días algún compañero se duerme en clase».
Lo que describe María no es excepcional. La razón por la que los adolescentes caen rendidos sobre el pupitre es simple: no pueden dormir bien.
Mientras que para un niño no debería ser complicado conciliar el sueño, los adolescentes no sienten cansancio hasta las once de la noche. Como mínimo. El descontrol hormonal que se vive durante éstos años es clave. La melatonina
-una hormona que ajusta nuestro nivel de sueño- aparece de manera
tardía en la adolescencia. ¿Consecuencias? Falta de cansancio durante la
noche y ronquidos durante las clases.
«El 30% de los adolescentes
se levanta con la sensación de no haber descansado», explica el doctor
Víctor Soto, de la Asociación Española de Pediatría. Esto se debe a que necesitan dormir nueve horas para recuperar fuerzas.
Una más que los adultos. No hacerlo repercute en su aprendizaje. «La
memoria y la concentración se ven afectadas. Toleran peor la frustración
y es más fácil que se depriman».
Para favorecer el descanso de los adolescentes, varios institutos de EEUU ya han atrasado el comienzo de las clases
más de media hora. Una iniciativa foco de alabanzas y, por ende, de
críticas. Sobre todo por parte de los padres y del profesorado.
«Tendrían que atrasarse también las actividades extraescolares» explica
Gabriel, profesor de secundaria en un centro escolar madrileño. Y añade
otro de los principales argumentos en contra: «Algunos padres no podrían
adaptarse al nuevo horario por sus trabajos».
En el polo
opuesto, quienes sí abogan por el cambio son los alumnos. María ve con
buenos ojos atrasar el horario lectivo: «Nos costaría menos
concentrarnos. No estaríamos tan cansados».
Un deseo todavía
lejos de cumplirse en nuestro país, y que de momento sólo existe en los
plácidos sueños de aquellos que duermen sobre el pupitre.
EL MUNDO, Martes 24 de mayo de 2016
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