SILVIA C. CARPALLO
Haga el esfuerzo de recordar sus años de infancia. Seguramente le
vendrá a la mente una serie de dibujos y un muñeco favoritos. El día en
que sus padres le llevaron al zoo o el día en el que le castigaron por
no recoger la habitación o no comerse las verduras. Pero también
recordará el día que llegó llorando del colegio porque el abusón de
turno le había puesto un mote humillante. ¿Qué diferencia hay entre
aquellos recuerdos y el actual y grave problema de acoso escolar que
sufren o sufrirán muchos de nuestros hijos?
En parte, que la sociedad antes era más ingenua. Ahora, los niños
crecen con programas de televisión donde el insulto y la pura maldad
(porque no tiene otro nombre) parece lo más natural. También que las herramientas del acosador se han sofisticado mucho gracias a las nuevas tecnologías y las redes sociales,
y lo que antes quedaba en el ámbito de la privacidad, ahora es una
humillación pública que además se queda grabada en la nube, y no solo en
la neblina de nuestra memoria. Lo bueno de esta “publicidad” es que
ahora somos más conscientes del daño que puede llegar a causar.
Según el profesor de Sociología de la Universidad Complutense, Luis García Tojar “si
ahora salen tantos casos de bullying no es porque los chicos sean más
violentos, sino porque hay menos tolerancia a actitudes que antes eran
vistas como ‘normales’. Así, la construcción del bullying como
problema social tiene efectos positivos, por supuesto, pues saca a la
luz el sufrimiento privado de algunos niños. Pero también se corre el
riesgo de victimizarlos en exceso”. ¿Entonces cómo debemos actuar en
estos casos?
Tipos de bullying y síntomas
Para entender el fenómeno del bullying el psicólogo Miguel Ángel Rizaldos
lo primero que aclara es que hay distintos tipos de acoso. Estos además
suelen ser diferentes según el género. Así, entre los niños es más
común el acoso directo, que incluye peleas y agresiones físicas,
mientras que en las niñas suele darse más el acoso indirecto, cuyo
objetivo suele ser el aislamiento social mediante estrategias como
difundir rumores, amenazar a los amigos, hacer críticas en público, etc.
Igualmente, otro dato importante es la edad del niño, ya que este tipo
de comportamientos aparece sobre todo en torno a los 12 años de
edad, en la época de la pre-adolescencia, momento especialmente
susceptible para nuestro desarrollo. Teniendo en cuenta todo
esto, el psicólogo afirma que “el acoso escolar puede generar en las
víctimas daños psicológicos graves cuando las conductas de maltrato y
hostigamiento se mantienen durante cierto tiempo. El tiempo necesario
para que se manifiesten estos daños puede variar en función de
variables, como el apoyo afectivo que reciban las víctimas en su entorno
familiar”.
Como en esta edad la comunicación con los padres es más compleja, y
muchas veces el preadolescente no es capaz de pedir ayuda abiertamente,
es importante aprender a detectar una serie de síntomas. Así, Rizaldos
menciona algunos como el miedo o la reticencia a ir al colegio, el hecho
de que evite actividades con sus compañeros, que suela decir que ha
perdido material escolar u objetos personales en clase, que esté más
triste y apático, retraído, o que haya dejado de hacer actividades que
antes le gustaba hacer. En el caso de que varias de estas señales
aparezcan, el psicólogo aconseja “hablar con él e interesarse por sus
inquietudes, miedos y preocupaciones” y si en este proceso verbaliza que
ha sufrido acoso, “no trivializar la situación ni sus vivencias, sino
no ofrecerle todo el apoyo, porque será clave en el proceso”.
Un cambio en su cerebro
Darse cuenta del problema a tiempo puede ser clave incluso para
evitar secuelas en el largo plazo. Tal y como explica el jefe de
Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Gregorio Marañón,
Celso Arango, “hay estudios
que demuestran que el acoso escolar es un factor externo que llega a
duplicar o triplicar la incidencia de patologías como la ansiedad o la
depresión en el corto plazo”, pero además, “puede llegar a aumentar en
gran medida la aparición de patologías psiquiátricas como los trastornos
de personalidad o psicóticos hasta 20 o 30 años después”. De hecho,
según el experto, “hay evidencia de que el bullying entre niños de la
misma edad provoca un mayor riesgo de trastorno mental que un abuso
físico por parte de un adulto,” ya que si bien con un adulto el niño se
sabe indefenso, la confrontación con iguales le genera más vergüenza,
frustración y sentimientos de culpa por no haberse podido defender.
Este dato no solo se evidencia en la personalidad del niño, sino que
otros estudios demuestran que a corto plazo, el abuso en general, y no
solo el acoso escolar en particular, provocaba que el cerebro no se
desarrollase de forma normal, pudiendo incluso observarse en el tamaño
del mismo.
La parte positiva es que “hay ventanas terapéuticas”, es decir, que
como aclara Arango “hay tiempos en los cuales todavía todo esto es
reversible, por ello es tan importante una intervención temprana”.
El papel de los maestros
Como psicóloga y profesora de secundaria, Empar Férnández tiene su
propia opinión sobre el acoso escolar, ya que de hecho “como profesora
he vivido algún episodio de acoso”. Desde su perspectiva, cree que el
papel de los maestros debe pasar por “hablar con los alumnos y las
familias, hacer ver que es una conducta que no se puede tolerar e
imponer sanciones si se considera conveniente, así como intentar
controlar cualquier posible actuación de los alumnos en el futuro”, si
bien reconoce que detectar estos casos “no siempre es fácil”.
En cuanto al perfil del acosador cree que no se trata de una figura
uniforme, aunque sí suele coincidir con adolescentes que presentan
carencias emocionales o trastornos de conducta, que son relativamente
frecuentes durante este periodo madurativo. Desde la otra perspectiva,
aporta que “el alumno acosado en ocasiones suele presentar un
rasgo que lo diferencia del resto y que puede estar relacionado con su
procedencia, con su orientación sexual, con su aspecto físico…”.
Pero además destaca que “generalmente es un alumno con pocos recursos
para hacer frente a la humillación o a la agresividad. Nadie nos enseña a
plantar cara, pero lo cierto es que el entorno escolar nunca debería
resultar hostil para nadie”.
Los últimos casos que han saltado a los medios de comunicación han
mostrado que las consecuencias en el corto plazo pueden ser fatales,
sobre todo cuando hablamos de la posibilidad de un suicidio adolescente.
Se trata de un drama social, que muchas veces cuesta abordar, y por
ello Empar Fernández ha querido profundizar en el mismo en su última novela ‘Maldita Verdad’
de Ediciones Versátil, donde relata cómo unos padres buscan respuestas
sobre el suicidio de su hijo adolescente. “Creo que el suicidio es una
de las formas más dolorosas de perder a un hijo y una de las realidades
silenciadas más trágicas del mundo en el que vivimos. La muerte
voluntaria de un adolescente tiene un componente de tragedia familiar y
colectiva”. Desde su propia experiencia profesional puede relatar que
“el adolescente vive cualquier adversidad con una intensidad que a
menudo no puede controlar”, de esta manera “puede experimentar una
contrariedad como un verdadero drama”, por lo que ante una situación
como el acoso hay que tener estos factores en cuenta.
Así, su recomendación como profesora es de nuevo saber actuar a
tiempo y que cuando una conducta de este tipo se detecte, el niño o el
adolescente reciba todo el apoyo posible de la familia, contando además
“con que en el centro escolar también se puede encontrar ayuda”. La idea
a transmitir al joven en estos casos debe ser clara: “que la vida es
una sucesión de etapas que uno va dejando atrás, y que siempre y para
todos llegarán momentos mejores”.
EL PAÍS, Lunes 22 de febrero de 2016
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