LAURA TARDÓN
Más allá de los efectos sobre el aparato respiratorio y el corazón,
la contaminación generada por el tráfico tiene un impacto directo sobre
el desarrollo del cerebro. Un grupo de científicos del Centro de
Investigación en Epidemiología Ambiental de Barcelona (CREAL) lo ha
constatado a través de exploraciones con resonancia magnética.
Este trabajo, publicado en la revista NeuroImage,
"forma parte de un gran estudio sobre contaminación realizado en unos
3.000 niños entre los siete y los 10 años que estudiaban en 39 escuelas
primarias de Barcelona y Sant Cugat del Vallès con diferentes niveles de
exposición a la contaminación del aire a causa del tráfico", expone Jesús Pujol, uno de los investigadores,
que actualmente trabaja en el Hospital del Mar (Barcelona). Los
primeros resultados se dieron a conocer el año pasado en otra revista
científica: PLOS Medicine'.
Según sus datos, los alumnos de centros cercanos a vías muy transitadas
tenían un desarrollo cognitivo más lento que los que asisten a colegios
expuestos a una menor intensidad del tráfico.
En aquella
ocasión, argumenta Pujol, "nos basamos en distintas pruebas para medir
el desarrollo cognitivo de los participantes". Entre otros parámetros,
medían su capacidad de atención y memoria del trabajo, dos funciones que
crecen de forma constante en las edades analizadas. De forma paralela,
evaluaron frecuentemente los niveles de contaminación ligada al tráfico
que se registraban tanto dentro como fuera de las aulas.
Ahora, subraya el investigador, "constatamos estos resultados a través de pruebas de imagen.
Queríamos ver qué pasa dentro del cerebro cuando hay exposición a este
tipo de contaminación". Con el objetivo de evaluar el alcance de los
efectos potenciales de la contaminación urbana en la maduración cerebral
de los niños, Pujol, junto con Jordi Sunyer, codirector e investigador
del CREAL, centro aliado del Instituto de Salud Global de Barcelona
(ISGlobal), realizaron exploraciones con resonancia magnética del
cerebro a un subgrupo de niños (263), perteneciente a la cohorte
inicial. Así, pudieron cuantificar los volúmenes regionales del cerebro, la composición del tejido,
la mielinización, el frosor cortical, la arquitectura del tracto
neuronal, los metabolitos de membrana, la conectividad funcional en las
principales redes neuronales y la dinámica de activación y desactivación
durante una tarea sensorial.
"Analizamos anatomía, metabolismo y
función. En las dos primeras, no hubo efecto", afirma Pujol a EL MUNDO.
Donde sí se registraron diferencias fue en la función. "Hemos visto que
una mayor concentración de contaminantes está relacionada con una menor
maduración funcional de las redes cerebrales clave para la integración
de la actividad intelectual".
En el trabajo se observó que el efecto de la contaminación sobre el cerebro es el opuesto al efecto de la edad. "Durante
la edad escolar, los grandes sistemas cerebrales se integran unos con
otros y se establecen las bases de lo que será el cerebro adulto",
expone Sunyer. A esa edad (entre 7 y 10 años), remarca Pujol, "los
sistemas cerebrales configuran el primer esquema de lo que será el
cerebro adulto. Es una importante fase de maduración cerebral". Y, según
los resultados de los trabajos de Pujol y Sunyer, la contaminación
urbana puede retardar este proceso madurativo cerebral. "Es un resultado
robusto científica y estadísticamente", apostilla Pujol.
No
obstante, puntualiza este experto, "no sabemos en qué medida afectará.
Hay miles de factores que influyen en el desarrollo cerebral que podrían
compensar el efecto de la contaminación". Ahora, "estamos estudiando
qué tóxicos son los responsables de esta afectación". Podrían ser
sustancias como el diésel, que desprende partículas ultrafinas capaces
de penetrar en el cerebro.
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