LAURA PERAITA
Patricia Díaz-Caneja
es pedagoga y está acostumbrada a ver a padres que acuden a su consulta
bajo la presión del estrés del trabajo, del cuidado de la casa, de los
hijos... Se sienten tan acelerados que apenas viven el presente porque cuando hacen una cosa están pensando en la siguiente. Tener la sensación de no llegar a todo favorece un sentimiento de agobio y frustración que
suele acabar, sin necesidad, con gritos a los niños para que se den
prisa en hacer las cosas y, al final, toda la familia acaba discutiendo.
Sin embargo, se puede cambiar esta situación. Al menos así lo apunta
Patricia Díaz-Caneja.
«Se pueden mejorar las relaciones con los
hijos y hacer que el día a día se viva de forma más sencilla». Para
ello, es importante que se planteen pequeñas actividades de cambio. Es esencial que los padres puedan disfrutar de sus hijos,
por ejemplo, al leerles un cuento como si fuera la primera vez, y no
elegir el más cortito para acabar cuanto antes mientras se piensa que
hay que poner la lavadora. Hay que tener la cabeza en lo que se está haciendo, no en lo que se ha de hacer después. Cada cosa en su momento.
Para lograrlo esta pedagoga propone que niños y adultos pongan en práctica el mindfulness. Consiste en prestar atención de manera intencionada a lo que ocurre aquí y ahora,
«dentro y fuera de mí, con una actitud amable, compasiva y curiosa para
poder elegir mi conducta o comportamiento». «Es decir, prestar atención
a lo que estamos haciendo en el momento en el que lo hacemos –asegura–.
Es darnos cuenta de lo que estamos pensando, sientiendo o diciendo en
el mismo momento que ocurre».
Explica que, al hacerlo, somos capaces de actuar conscientemente, por lo que respondemos en lugar de reaccionar de manera automática o brusca ante algo que no lo merece.
Y
eso, ¿cómo se logra? La clave del Mindfulness es la respiración.
«Representa el ancla que me hace volver una y otra vez al presente, al
aquí y al ahora. La respiración nos lleva a un estado de calma y
tranquilidad que ayuda a pensar, sentir y actuar con claridad —apunta—.
Si una persona se siente enfadada es posible que comience a gritar,
insultar o, incluso, pegar. Posteriormente se sentirá muy incómoda y
arrepentida. Por ello, –insiste– si practica la atención plena podrá
darse cuenta de que antes de llegar al enfado es capaz de actuar de un modo adecuado y pensar:
tengo emociones, pero las emociones no me tienen a mí. El mindfulness
ayuda responder, no a reaccionar y, para eso, uno debe estar presente en
lo que está y hace».
Dominio de las emociones
Este es uno
de los motivos que ha llevado a Díaz-Caneja a escribir «Un bosque
tranquilo. Mindfulnes para niños» con el propósito de que padres e hijos
puedan leer el cuento juntos y, a la vez, practicar una serie de actividades que favorecerán esa calma y dominio de
las emociones. En sus páginas propone, además, un sencillo programa de
ocho semanas para aprender a tener atención plena a la vida diaria.
Para comenzar invita a la práctica de la respiración pausada.
A sentarse con las piernas cruzadas y la espalda recta, a cerrar los
ojos, tomar aire y soltarlo sintiéndolo. «Tu mente se irá, aparecerán
pensamientos. No trates de no pensar –indica–. Con las manos en la tripa
hay que centrarse en el momento, en la respiración».
Para que al
niño le sea más sencillo, también propone recoger diez piedrecitas,
meterlas en una bolsita y cuando vayan a practicar la respiración deberá
sacarlas y colocarlas a su derecha. Cada vez que tome aire, tendrá que
coger una piedra y al explulsar el aire colocarla a la izquierda. «La respiración fluirá cada vez de forma más consciente.
Y, llegado el caso de un enfado, será más fácil aceptarlo y mitigarlo
con la respiración, antes que dedicar los padres esfuerzos, casi siempre
inútiles, en insistirle en que no se enfade», concluye.
ABC, 17/12/2015
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