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¿Hijos? ¡No, gracias!

Olivia Muñoz-Rojas Oscarsson 
Investigadora independiente y madre
Hoy la maternidad y la paternidad son una elección. Pero nos conviene a todos, de eso no hay duda, que sea una elección atractiva. Hace unos meses, la revista El Estado Mental publicaba un interesante intercambio entre jóvenes investigadores, periodistas y escritores en el que se ponía de manifiesto el rechazo hacia la maternidad y la paternidad que sienten muchos jóvenes en España que no se ven, no se imaginan, como madres o padres y, por otra parte, cómo una vez deciden, o decidimos, serlo, nuestra visión al respecto cambia diametralmente. Existen razones coyunturales (la crisis y la precariedad económica), pero, sobre todo, profundas razones estructurales que desincentivan el tener hijos en la actualidad. Derivan del hecho esencial que la reproducción no está en el centro de nuestro sistema económico y se manifiestan en la falta de apoyo institucional y social: desde la escasez de servicios de guardería hasta la imposibilidad, financieramente hablando, de pedir excedencias más prolongadas que las bajas preceptivas, pasando por una desigual distribución de tareas en el hogar entre mujeres y hombres que se acentúa con la llegada del primer hijo. Existe además un problema simbólico, de imagen. Resulta curioso que cuando hablamos de maternidad y paternidad y de todas aquellas cosas que hacen de ellas algo poco atractivo para muchos jóvenes -la ausencia de tiempo para uno mismo, la falta de sueño, las cacas y los vómitos, etc.- nos estamos refiriendo, sobre todo, a los primeros años de vida de una nueva criatura. Lo cierto es que, sí o sí, a partir de los tres años, los niños van a la escuela con un horario más o menos parecido al horario laboral. ¿Qué son tres años?
Con todo, la noción de renunciar a todo y a uno mismo en un acto de sacrificio irreversible sigue presidiendo el universo simbólico que rodea a la decisión de tener hijos.
Es un imaginario que no seduce a los jóvenes en sus veintes y treintas, tanto aquellos que han dedicado largos años a formarse y aspiran a continuar desarrollándose como individuos y profesionales, como aquellos que desean poder disfrutar de su ocio con plena libertad. Es importante no menospreciar esos primeros tres años de dedicación casi absoluta a esa nueva personita que llega al mundo y la revolución existencial y logística que supone para la mayor parte de madres y padres. Esta es en buena medida la imagen que ven los jóvenes en edad de procrear entre aquellos de sus pares que han decidido tener hijos y aquella que rechazan. Para los que están acostumbrados al estímulo constante, el desarrollar tareas monótonas y repetitivas y el vivir en el presente inmediato que supone cuidar de un niño pequeño llega a producir una sensación de anulación del yo, de disolución de la identidad individual. Yo escribía alguna vez durante los primeros meses de vida de mi hijo, "Misma sensación de vacío cerebral... no logro pensar más allá de lo indispensable para ser y estar. Es una sensación que nunca he tenido... de limón seco, al que no se le puede exprimir nada por mucho que uno presione." Sufría además al creer percibir que mi entorno cotidiano, de repente, me veía exclusivamente como una madre y me urgía recordarles a todas esas personas que yo también era una profesional de la investigación. (Al mismo tiempo, esto no me hizo dudar en ningún momento de mi decisión ser madre ni me impedía sentir una enorme ilusión y satisfacción por serlo.)
El sistema capitalista siempre ha relegado la reproducción a un segundo plano, confiriendo un menor estatus social a las tareas y habilidades asociadas a la procreación y al cuidado, haciéndolas incompatibles, en particular, con la idea de emancipación femenina.
Es fundamental entender y convencerse de que ser madre, ser padre, es una labor en sí, un trabajo que requiere de excepcionales capacidades y competencias (ahora que está tan de moda hablar de ellas). Entre otras, la de cambiar de registros y operar de manera fragmentada (la famosa multitarea). Un trabajo, en suma, a la altura de cualquier otra actividad considerada profesional y que debería formar parte de nuestro currículum e imagen pública.
Necesitamos un medio visual y simbólico (literatura, cine, publicidad, etc.) en el que circulen imágenes de madres y padres que alternan y combinan sus actividades profesionales y de cuidado, también de ocio, con naturalidad.
Necesitamos, asimismo, que tanto las madres como los padres podamos hablar abiertamente de nuestras responsabilidades en el ámbito público y profesional sin el reproche de terceros y sin victimizarnos nosotros ni dar lecciones a nadie. No se trata de hacer presión a favor de la procreación ni de convencer a nadie de las bondades de ella. Se trata, eso sí, de visibilizar y normalizar formas de maternidad y paternidad alternativas a los modelos más tradicionales en los que se da una rígida separación entre las responsabilidades familiares, sociales y profesionales y lograr poco a poco que los servicios y las infraestructuras públicas y privadas se adapten a estas formas más flexibles. Es posible que en este proceso se consiga hacer más atractiva la imagen de la maternidad y la paternidad entre aquellos jóvenes que hoy no quieren tener hijos, despojándola del estigma del sacrificio y la renuncia individual absoluta y mostrando, por el contrario, que teniendo hijos es posible, no sólo conservar las mismas inquietudes y las mismas ganas de hacer cosas, sino ampliarlas y enriquecerlas. El gesto de Carolina Bescansa llevando su bebé al Congreso no va a revolucionar la legislación en materia de conciliación laboral-familiar, pero la imagen permanecerá en el inconsciente colectivo. Contribuye a situar simbólicamente la reproducción y el cuidado en la esfera pública y, por un instante al menos, a la par que la actividad política.
Este artículo fue publicado anteriormente en el blog de la autora
HUFFINGTON POST, Martes 17 de febrero de 2016

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