MAR VEGA
Por una cuestión de confianza o por falta de tiempo, quizá usted no
lee las etiquetas de los alimentos. Puede que no se lo haya planteado o
desconoce cómo hacerlo. Campañas como ¿Sabemos lo que comemos?, liderada por la Organización de Consumidores y Usuarios OCU, exigen un etiquetado claro para interpretar la información correctamente. El consumidor no lo tiene tan fácil.
De ahí la recogida de firmas y la colaboración a través de las redes sociales. Bajo el hashtag #etiquetastrampa,
recogen ejemplos que inducen a error. Los hay sorprendentes, dignos de
una broma y también aberrantes. Y no, no son invenciones, usted puede
encontrarlos en los lineales de su supermercado de confianza.
PRINCIPALES DIFICULTADES
Según
una encuesta realizada por la OCU, "el 55% de los consumidores dice que
siempre o la mayoría de las veces le resulta difícil, siendo las causas
más habituales el tamaño de la letra, el uso de términos difíciles de
entender y que toda la información no esté en el mismo campo visual".
"La legislación no es perfecta y da pie a malas interpretaciones.
Queremos que las etiquetas no sólo cumplan la ley sino que sean
honestas, algo que el espíritu de la ley recoge diciendo que no pueden
llevar a engaño", explican. Y señalan que algo tan elemental como la
denominación del producto -qué es- debe aparecer en el frontal y en un
tamaño de letra igual o superior que el de "las denominaciones de
fantasía y a veces fantasiosas que se usan".
Estíbaliz Azcona y Miren Navaz, de la consultora especializada en Seguridad Alimentaria Atcysa
, indican que "el tamaño de letra de las indicaciones obligatorias está
legislado y se ha determinado un tamaño mínimo de 1,2 mm. En caso de
que la superficie máxima del envase o recipiente sea inferior a 80 cm2,
el tamaño mínimo puede ser de 0,9 mm. Además, la etiqueta debe ser legible e indeleble y toda la información obligatoria no puede estar tapada por pictogramas, dibujos u otros datos".
LA SALUD VENDE
Por su parte, Lucía Martínez Argüelles, dietista, nutricionista e impulsora de www.dimequecomes.com, corrobora: "Lo que se ve en grande en el frontal de la caja no es información sobre el producto, es marketing. La verdad está en la letra pequeña".
Seguro
que le suenan términos como Natural, Ayuda a cuidar la línea, Hecho por
la abuela, Como en casa o Artesano. Ni son claros ni son correctos. Y confundir, según la OCU, es desinformar.
Hace
un tiempo, la polémica atañó a términos como light. Hoy por hoy, para
denominar un producto como tal, debe tener al menos un 30% menos de
valor calórico que el normal. Desde Atcysa, recuerdan que en relación
con los productos artesanos, existen legislaciones en las diferentes
comunidades autónomas que determinan cuáles lo son y, por tanto, pueden
llevar dicha mención.
Sin embargo, Martínez Argüelles pone el acento en la falta de regulación de otros términos como
integral. "Se aplica a productos que llevan hasta menos de un 10% de
harina integral o que, incluso, no llevan y se les ha añadido salvado.
Desde un punto de vista nutricional no es integral y, sin embargo, la
legislación lo permite y los supermercados están llenos de envases con
esa leyenda, porque suena saludable", asegura.
La lista de ejemplos que apelan a la salud es muy extensa. Véase sin colesterol en una bolsa de patatas, cuando sólo los alimentos de origen animal lo tienen; cereales para mantener la línea, con el doble de azúcar que
unos simples copos de maíz; o sin gluten en un bote de tomate triturado
o en una lata de atún, cuando sólo algunos cereales cuentan con él.
Desde la mercadotecnia saben que, en la actualidad, incluso hay quien no ha sido diagnosticado como celíaco,
pero cree que es más saludable prescindir de él. Por ello, destacan no
contenerlo. "Lo obligatorio es que se indique cuando está, en lugar de
cuando no está. Esto lleva a pensar a los celíacos que el resto de
productos donde esta indicación no aparece lo lleva cuando no es
cierto", subrayan desde la OCU.
MAYOR PRECIO
Leer
y saber interpretar las etiquetas tiene implicaciones para el bolsillo.
Cuente con las herramientas y después decida libremente. Precisamente,
desde la organización de consumidores CEACCU indican que los mensajes de salud encarecen el precio entre un 30% y un 60%.
Además, la OCU considera que "los fabricantes se aprovechan de los muchos huecos que ofrece el reglamento y exageran sin pudor la presencia de un ingrediente que
está en cantidades mínimas. O etiquetan de forma correcta, pero con
imágenes o fotos dan a entender una información totalmente distinta a la
realidad".
Por ejemplo, afirmar que las croquetas están hechas
con jamón ibérico cuando la presencia de éste es de un 0,5% frente al
resto, que es curado normal. Con frecuencia, en alimentos infantiles, el contenido en fruta también es resaltado y, en realidad, el porcentaje es mínimo.
Tampoco es lo mismo el queso que la grasa vegetal; el jamón que el
fiambre; el zumo que el néctar o las carnes picadas que son preparados
-espesantes, almidones, proteína de soja, conservantes y colorantes-. Y
sí, dichos ingredientes son más baratos, de modo que el precio debería
ponerse en tela de juicio. ¿Es el marketing, una vez más, el que marca
las reglas? La gran mayoría de las decisiones se toman en un tiempo
mínimo y la publicidad es clave a la hora de elegir.
A LA BÚSQUEDA DE ELLAS
El común de los compradores sólo le da la vuelta al envase cuando busca un dato: las kilocalorías. Martínez Argüelles destaca que es, precisamente, lo menos relevante. "Lo más importante es la lista de ingredientes
y, si ésta nos parece aceptable, podemos fijarnos en la tabla de
valores nutricionales si la sabemos interpretar. También es importante
el origen, desde el punto de vista de la sostenibilidad ambiental. Si
tenemos dos paquetes de garbanzos, unos de origen sudamericano y otros
españoles, la elección responsable es escoger los de más proximidad.
Asimismo, caducidades, fechas de consumo preferente o modo de conservación deben tenerse en cuenta", explica.
Tampoco
es baladí fijarse en si el medio de conservación cambia una vez abierto
el producto. Por ejemplo, si el fabricante aconseja que, después, se
mantenga en el frigorífico y durante cuánto tiempo, o si no puede ser
congelado.
Tras leer este artículo, posiblemente usted visite el
supermercado con otra actitud, incluso, es posible que desconfíe. Lucía
Martínez Argüelles aconseja: "Más mercado y menos supermercado.
Nuestra dieta será saludable si el grueso de la compra son frutas,
verduras, hortalizas, legumbres, frutos secos, carnes, pescados frescos,
huevos y alimentos muy poco procesados, como el aceite de oliva, el
yogur natural, el queso y poco más".
En ellos encontramos, por ejemplo, el Omega 3,
la fibra, las vitaminas y el calcio que necesitamos. Es muy fácil caer
en las redes del marketing. Si lo hace, sea consciente de que pagará más
y que tendrá que beber varios litros de leche con Omega 3 para igualar
la cantidad que obtendría con una ración de salmón. Precisará tomar tres
veces más lácteos con vitamina B6, que ayudan a sus defensas, que si comiera un solo plátano.
Una compra guiada por la sensatez
no debería caer en los productos enriquecidos o funcionales que no se
precisan. Pero, claro, ni el pobre pez ni la sencilla fruta lucen un
bonito vestido con prometedoras etiquetas.
EL MUNDO, Jueves 18 de febrero de 2016
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