FABIOLA BARRANCO
A partir de las nueve de la mañana comienza a sonar el timbre en un acogedor piso en el madrileño barrio de La Latina. Todo está preparado; los juguetes y materiales están estratégicamente colocados en el suelo
para que quienes están a punto de llegar dar rienda suelta a su
imaginación, experimentar y jugar libremente. No hay abundancia de
muñecos o cacharros, y los que hay están fabricados con madera, lana, u
otros materiales naturales. Tampoco se aprecia una decoración recargada,
más bien al contrario. El ambiente que se respira en la casa recuerda
en todo momento lo que es. Un hogar. Aunque tenga sus particularidades
como una mesita pequeña con cuatro sillas del mismo tamaño, un banquito en
la entrada donde justo encima hay una estantería con unas cajoneras
repletas de pañales, o un cuarto con pequeñas colchonetas en el suelo
para descansar.
La primera en llegar aún tiene sueño y se toma su
tiempo para entrar, sabe que allí puede actuar con el ritmo que necesite
para cada cosa. Después llegan otros dos compañeros en brazos de sus
padres. Ninguno de los cuatro supera los tres años de edad
y van a casa de María y Eduardo para pasar unas horas con ellos y con
su hijo, de tan sólo once meses. No es un evento puntual, sino diario.
María y Eduardo son madre y padre de día, una figura de crianza y educación que consiste en
abrir las puertas de su hogar para ofrecer una atención alternativa al
cuidado de los niños menores de tres años, en grupos que no superen los
cuatro. Aunque en el caso de María y Eduardo suman cinco, ya que el benjamín del grupo es hijo de la pareja y ambos son madre y padre de día.
Pero
en este caso, trabajar en familia y en tu propia casa, supone un cúmulo
de ventajas. Una de ellas es que, como explica María, "el hecho de ser
dos, da mucha tranquilidad a las familias y a nosotros también nos da
más recursos para poder observar determinados aspectos de los niños,
porque nos fijamos mucho en cómo evolucionan y luego podemos comentar y compartir entre nosotros las valoraciones".
Además,
la participación de Eduardo rompe los esquemas, no sólo entre madres y
padres de día, sino en el ámbito general del cuidado y la educación,
donde la presencia masculina es infrecuente. "Así los niños pueden ver que la figura de cuidado no sólo es su papá, y eso es bonito", señala su compañera.
Estos
padres de día parecen haber conseguido un clima idóneo en el hogar en
el que además de criar a su hijo, cuidan de los otros pequeños desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde.
Durante este tiempo la dedicación y entrega a cada uno de ellos copa
las horas. Cuidan cada detalle para conseguir que los menores «se
sientan seguros y a la vez libres para poder experimentar todas sus
capacidades. Y un grupo reducido ayuda a eso», como así relata Eduardo.
También intentan que el juego sea libre, que cada uno elija por sí mismo el material con el que quiere jugar y procuran no poner palabras a lo que hacen para no interferir en la imaginación de estas pequeñas personas.
Pero
cada jornada en esta casa da para mucho. Dos de los pequeños se
entretienen de arriba abajo interactuando entre ellos, en una habitación
con un ambiente muy cálido donde hay un cambiador para bebés y juguetitos de
madera. Disfrutan como niños, como lo que son. En la cocina, el menor
del grupo se sienta en la mesita. Aún no sabe hablar, pero busca la
manera de transmitir que tiene hambre, por eso sale de él un llanto
delicado. Eduardo, con mucho tacto, le pregunta si lo que quiere es
comer y con la misma delicadeza del principio le explica que antes van a
recoger los juguetitos y hacer en grupo el saludo de la
mañana. Y así fue. Con una canción dulce que entonan los mayores y
acompañan los pequeños, recogen el entorno entre todos. A continuación,
se unen en un círculo de la manita y con una dulce melodía se dan los buenos días,
pero también a la Tierra y al sol. Después llega el momento de comer
fruta para reponer energía. En la mesa, cada niño come con total
autosuficiencia sus trocitos de pera, plátano y mandarinas que tienen en
el plato y si ocurre algún problema María o Eduardo les ofrecen
herramientas adaptadas a ellos para que sepan solucionarlo.
Además todos los días hacen una visita al parque,
para que puedan corretear al aire libre y conectarse con la naturaleza.
Algo que en grandes ciudades, como en Madrid, es de agradecer. Además
María y Eduardo cuentan con un carrito, que se ve mucho por las
calles alemanas y muy poco por las españolas, que es de gran utilidad
ya que pueden ir los cuatro pequeños cómodamente y de manera muy segura.
En
esta casa, el tiempo, el cariño y el reposo son pilares fundamentales
para que cada uno siga el ritmo que necesite. No es un problema invertir
10 minutos en bajar las escaleras del portal. Al revés, cada niño se toma su tiempo para hacerlo de forma autónoma y sin peligro, María y Eduardo les acompañan en cada paso, aunque lo den solos o incluso ayudándose entre ellos.
Además
de la buena relación que existe entre los pequeños, los padres tienen
un importante papel en el proyecto en el que son parte implicada.
"Trabajamos de manera conjunta con ellos, más allá de la información
diaria que se transmite sobre sus hijos, algo que se puede dar en casi
todos los centros educativos, aquí hacemos una labor de participación,
por ejemplo un día de la semana hay una familia que trae el desayuno,
que previamente han elegido con el niño o lo preparan con los padres".
Asimismo, la pareja organiza reuniones trimestrales pedagógicas.
Irene
es una de las personas que aprecia estas virtudes, por eso eligió hace
un año a María y Eduardo como los responsables del cuidado de su hijo
durante las horas de la mañana en las que ella no está. "Lo que ellos
están aportando se nota en todo, en todo", dice esta madre con total
convicción. Al mismo tiempo defiende que, aunque en ocasiones reciba
críticas de familiares o amigos que consideran que en un espacio como
éste, con un grupo reducido de compañeros, el pequeño "no se va a
acostumbrar a estar con más niños", no están en lo cierto. Y argumenta
que por muy pequeño que sea el grupo, "los virus se pegan igual y los
conflictos surgen de la misma manera que siendo más, la diferencia es
que tienen a una persona que les explica qué es lo que les está pasando.
Algo que ni yo no sé hacerlo tan bien. Y en ese sentido están más
tranquilos y van haciendo los peldaños de evolución a su ritmo".
Para Irene la figura de madre de día no es algo desconocido, ya que vivió durante años en Francia, uno de los países donde está más arraigada y reconocida esta alternativa de
atención para los niños más pequeños: "Miramos guarderías y no me gustó
ninguna. Y descubrimos que aquí también estaban las madres de día,
aunque a diferencia de Francia aquí tienen titulación y allí no, allí
reciben ayudas y aquí no".
Eduardo y María tienen una formación que avala su trayectoria. Ella es psicóloga y él estudió Educación Infantil y
un postgrado sobre metodología Waldorf -la corriente en la que está
basado el trato que ofrecen a los niños-- y ahora está haciendo la
formación en pedagogía Pikler. Ambos consideran importante contar con
estudios pedagógicos, como ocurre en las guarderías. Con respecto a las
diferencias que puedan existir con estos centros, dejan clara su
postura: "No somos competencias sino que somos proyectos distintos y atendemos a demandas distintas de la gente,
porque inevitablemente no es que seamos ni mejor ni peor, sino que
nosotros al tener a cuatro niños vamos a trabajar distinto de una
escuela infantil que tiene a 8 o 16 niños a su cargo", reflexiona
Eduardo sin quitar ojo al grupo que tiene a su cargo y que en ese
momento se entretienen con una tela que parecen estar explorando.
Como novedad entre las madres y padres de día, en octubre se regularizó su trabajo en la Comunidad de Madrid a través de la Consejería de Familia y Políticas Sociales. Sólo en esta comunidad, más de 900 familias hacen uso de estos servicios. Ya estaba regulado en Navarra.
La entrada en vigor de la normativa, que entre otras cosas delimita una ratio de cuatro niños por hogar,
supone un paso importante ya que, como describe María, "da más
visibilidad y fuerza" a la labor que desempeñan. Aunque señala que no
han tocado techo en cuestión de objetivos, ya que "lo ideal sería que
hubiera subvenciones para las familias, que existieran más madres y padres de día
y que pudiéramos llegar a ámbitos más desfavorecidos". Y es que, esta
alternativa de cuidado infantil no está al alcance de cualquiera ya que
los precios rondan los 400 o 500 euros mensuales -según las zonas-, a
diferencia de las guarderías públicas cuyas cuotas, por ejemplo en
Madrid, son de unos 280 euros al mes, aunque es difícil conseguir una
plaza.
A pesar de ello, la demanda de hogares de madres y padres de día está aumentando,
quizás porque cada vez son más los padres que buscan proyectos de
pedagogía alternativa para sus hijos. Unos planes que a día de hoy no
están contemplados en centros públicos, como sí ocurre en otros países
europeos. Un punto que lamentan María y Eduardo, ya que a ellos les
gustaría "apostar por la educación pública" y, sin despreciar algunos
proyectos educativos estatales, creen que ésta "debería ofrecer mejores
enseñanzas".
EL MUNDO, 01/02/2016
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