JAMES BAXLEY
Escritor, defensor de los animales
Siempre soñé con tener mi propia familia. Me sentaba a pensar sobre
mí, sobre mi mujer, mis hijos y sobre cómo sería nuestra vida juntos. Me
pasé la mayor parte de mi vida deseando tener una familia a la que
pudiera denominar propia.
Cuando salía, me fijaba en las familias y
en cómo interactuaban sus miembros. Me fijaba en cómo jugaban los niños
entre ellos y con sus padres. Siempre se les veía tan felices...
incluso cuando parecía que un niño perdía el control y que uno de sus
padres intentaba imponerse también parecían felices.
Pero cuando
cumplí los cuarenta empecé a pensar que a lo mejor nunca tendría una
familia. Cuando llegué a los cincuenta, tuve que enfrentarme a la
realidad de que lo más probable era que no llegara a tener esa familia.
¿Acaso era un sueño inalcanzable?
Pero un día mi mujer me dijo que
tenía que hablar conmigo. Pensé que había pasado algo o que se había
roto algo de la casa y que teníamos que cambiarlo. Cuando me senté con
ella, me dijo que estaba embarazada.
No podía ser. Yo ya era demasiado viejo. Tenía ya 51 años.
Aguanté
durante nueve meses el malestar, los cambios de humor, las hormonas
locas y los antojos de mi mujer. Sabía que era el precio que había que
pagar para empezar una familia. Aunque ella sufrió y su vida cambió más
que la mía durante el embarazo, después del nacimiento de mi hija, el
cambio llegó a mi vida.
El valor de los pequeños detalles que
daba por hecho, las cosas en las que no me solía parar a pensar y las
elementos básicos de la vida se multiplicaron. Ahora me parecían
aspectos importantes y prioritarios.
La caca y el vómito ya me dan igual.
Siempre
he tenido perros, así que ya había limpiado cacas antes, pero no con
tanta frecuencia, porque mis perros estaban muy bien educados. También
había tenido que limpiar vómito de perro, pero entendía que había una
razón seria para que se produjera el vómito, así que nunca me molestó
demasiado.
Pero cuando llegó mi hija, cambiaba pañales todos los
días y limpié más cacas que cuando tenía perro. Al principio, me parecía
increíble que una criatura tan pequeña como un bebé de meses pudiera
hacer tanta caca, especialmente sabiendo que su dieta consistía
únicamente en leche.
No nos olvidemos de los eructos ni de la ropa manchada... especialmente los hombros. ¿Y qué me decís del vómito-proyectil?
Ahora, lo de limpiar cacas y vómito ya es automático.
Ahora me gusta más el día que la noche.
Había
trabajado por la noche durante muchísimos años. Tenía turno de noche y
salía de trabajar de madrugada. Por eso, inconscientemente, había
renunciado a disfrutar de las mañanas. Solía levantarme pasado el
mediodía y mis momentos de mayor productividad eran las tardes y las
noches.
Pero todo eso cambió cuando nació nuestra hija. Me
levanto pronto por la mañana quiera o no. Es como si tuviera un
despertador roto que no para de sonar y que no tiene ningún botón de
posponer.
Es imposible quedarse en la cama hasta tarde (algo que
me encantaba hacer cuando libraba), ahora hay que levantarse cuando diga
el bebé. Ya tenga el día libre o haya trabajado la noche anterior,
madrugo.
Sobrevivo aun habiendo dormido solo tres horas, quiera o no.
Me
encanta dormir. Es mi pasatiempo favorito y es una de mis
prioridades... por encima de comer, a veces. Lo que más me gustaba hacer
en mis días libres era irme a la cama pronto y dormir hasta tarde.
Acurrucarme bajo las sábanas y el edredón, entre todos los cojines de la
cama, y apagar la alarma del despertador. Hubo un tiempo en el que lo
normal era, un día por semana, dormir unas diez o doce horas, pero eso
se acabó.
Me despierto cada tres horas, ya sea porque me tengo
que levantar a dar de comer a nuestra hija o porque mi mujer se levanta a
darle de comer. Y la niña, como si estuviera programada para eso, llora
cada tres horas.
El bebé quiere atención y la consigue. Ojalá yo
tuviera la misma facilidad para que la gente me escuchara... y eso que
ni siquiera sabe hablar.
Como de pie y por turnos.
Comer se ha convertido en un deporte.
La
mesa cada vez es menos importante. Solo es una superficie en la que ir
acumulando desorden. Me he dado cuenta de que como de pie o apoyado en
la encimera más que antes. Muchas veces incluso como con la niña en
brazos.
La mayoría de las veces, tengo que parar de comer durante
unos minutos o incluso durante una hora. Mi mujer y yo ya nunca comemos
juntos. Yo como mientras ella está con la niña y, cuando yo acabo, ella
empieza a comer.
Me he acostumbrado a comer sobras con más
frecuencia (pero tampoco pasa nada, algunas cosas me gustan más del día
anterior). A veces es más rápido hacer más comida de una sentada para
luego tener sobras. El microondas se ha convertido en el
electrodoméstico más usado de la casa.
Echo de menos la comida caliente.
Salir para cualquier cosa se convierte en una odisea.
Antes,
si se me antojaba, iba al supermercado a hacer una compra rápida. Salía
en camiseta, pantalón de chándal y zapatillas de estar por casa. "¿No
queda leche? Voy rápidamente a comprar más". Lo único que tenía que
coger eran las llaves, el móvil y la tarjeta de crédito. Pero eso se
acabó.
Salir para cualquier cosa implica vestir al bebé, coger el
carrito y la bolsa de los pañales. Y, además, puede que por el camino
surjan imprevistos. Puede que haya que hacer un cambio de pañal de
última hora o que la niña tenga hambre.
Algo que podría hacer yo solo en 15 minutos pasa a durar una hora, y eso con suerte.
A
esos sueños que yo tenía sobre formar una familia les faltaba una buena
dosis de realidad. Comer de pie, limpiar caca y vómito y perder horas
de sueño no estaban entre mis fantasías. Pero la realidad es mucho mejor
que los sueños.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.
Comentarios
Publicar un comentario