SILVIA C. CARPALLO
Si viviéramos en Estados Unidos, cuando naciera nuestro primer hijo,
ya estaríamos pensando en ahorrar para pagar su universidad. De momento,
en España, aunque los gastos han aumentado mucho, no llegamos a ese
extremo, pero sí que es cierto que nos esmeramos en conseguir que
nuestro hijo tenga la mejor educación para que esté preparado para el
futuro. Fomentar su ‘inteligencia’ con clases de inglés, cursos en el
extranjero o profesores particulares. Sin embargo, olvidamos que lo más
importante para que nuestro hijo desarrolle su inteligencia no requiere
de nuestro dinero, sino de nuestro tiempo.
Según el profesor José Carlos Aranda, autor del método Inteligencia Natural: “El
85 % de la precorteza cerebral, la que usamos para pensar y
reflexionar, se desarrolla durante los tres primeros años. Es un periodo
crucial en el crecimiento”. Quizás este dato nos lleve a
pensar que cuando nuestro hijo nazca, más que abrirle una cuenta
corriente, podríamos empezar a hacer un plan con todo lo que podemos
hacer para fomentar su capacidad intelectual. Sin embargo, si hay algo
que matizar en este aspecto, es que no se trata tanto de que nuestro
hijo aprenda todo lo posible en este periodo, sino de adaptarnos a su
propio desarrollo. “Un ejemplo clarificador es el del niño que está
aprendiendo a caminar. Hasta que sus huesos no son lo suficientemente
sólidos y sus músculos lo suficientemente fuertes, el niño no caminará.
Si tratamos de forzarlo lo único que conseguiremos es lesionarlo”,
matiza el profesor Aranda, que insiste en que “lo que sí podemos y
debemos hacer es fomentar su autonomía, dejarlo en el suelo y que él a
su ritmo vaya conquistando día a día pequeñas metas”. Teniendo este
concepto claro, los expertos sí que apuntan a que hay ciertas cosas que
pueden contribuir al desarrollo intelectual de nuestros hijos:
1) Buscar los estímulos adecuados
La siguiente idea que destaca el profesor Aranda es que si queremos
potenciar la inteligencia de nuestro hijo, no hay mejor forma que poner a
su alcance estímulos que puedan lograr ese objetivo. Así, cita algunos
estímulos enriquecedores como lecturas, música, contacto con la
naturaleza, paseos, museos, bailes o deportes “que nos permitan observar
sus tendencias, preferencias y gustos”. Porque también se trata de eso,
de buscar qué es lo que más favorece el desarrollo de nuestro hijo, y
no empeñarnos en fomentar habilidades que no tiene. “Hay que potenciar
sus capacidades, no de tratar que sea alguien distinto de sí mismo”.
Para ello el mejor método, según el experto es “fomentar la autoestima a
partir del cariño, del amor incondicional, de un ambiente tranquilo y
equilibrado. Eso le proporcionará la tranquilidad necesaria para que su
mente se ocupe de explorar y aprender”.
2) Pasar tiempo en familia
Si vamos a fomentar que nuestro hijo esté en contacto con diferentes
estímulos, no podemos dejar que lo haga a solas. La idea, por tanto, es
aprovechar para pasar ratos de ocio, que sean de calidad, en familia.
Más concretamente, José Carlos Aranda hace referencia a “la necesidad
de recuperar la convivencia familiar sin la televisión encendida, ni
móviles, ni tabletas”, por lo que propone sustituir estos estímulos
externos “con la risa y el buen humor como fondo. Es una experiencia
maravillosa e insustituible. Hemos de pensar que el aprovechamiento
académico está muy relacionado con la capacidad de enfocar
intencionadamente la atención y mantenerla en un contexto social. Esas
habilidades son imprescindibles”.
3) Leerle cuentos
Después de pasar el día juntos, y antes de que seamos los padres los
que tengamos nuestro momento de descanso frente a la televisión, otra
cosa que hemos dejado de hacer es la de leerles cuentos a nuestros
hijos. Un gran error, sobre todo si tenemos en cuenta todo lo que les
aportan. Como explica el profesor, “la narración es la forma natural en
que el cerebro procesa la información”. De esta forma, el cuento no es
solo una historia sino “un acto de comunicación en el que existe un
guía -el cuentacuentos-, que interpreta la historia. No solo narra los
hechos, sino que muestra al niño cómo debe reaccionar ante los
acontecimientos que van sucediendo: sorpresa, miedo, seducción,
angustia, curiosidad, alarma… El cuentacuentos es un auténtico
transmisor de claves emocionales a través de la gesticulación y la
modulación de voz”.
4) Cuidar nuestro lenguaje no verbal
Dicen que la cara es el espejo del alma, y por eso muchas veces, por
mucho que nos empeñemos en que nuestro hijo capte un mensaje como “no
estoy enfadado”, si nuestra cara dice otra cosa, nos será difícil
convencerles. Hay que tener en cuenta que “el lenguaje no verbal es el
principal lenguaje que utilizamos para educar. Más del 80 % de la
información la procesamos a partir de lo que observamos
inconscientemente. El mensaje verbal solo influye en un 20 %.”, según
Aranda. Es por ello que tenemos que cuidar no solo lo que les decimos,
sino también lo que les expresamos. “Comunicamos a través del calor del
contacto que abraza, de la sonrisa, de la mirada. El niño observa
permanentemente y elabora categorías a partir de lo observado.”
5) Elegir bien sus juguetes
Miriam Gómez, pedagoga en el centro PIMILE
expone por su parte que los juguetes que compremos a nuestros hijos
tendrán un importante papel en su desarrollo. Más allá del debate sobre
los juguetes sexistas, la pedagoga explica que “muchas veces los niños y
niñas se encaprichan de juguetes que no potencian su imaginación y en
nuestro trabajo nos encontramos con que no saben jugar solos/as, o si
son materiales con múltiples opciones no se entretienen con ellos”. Por
ello recuerda que “existen muchos juguetes que potencian la lógica, el
lenguaje, habilidades cognitivas (como la memoria, la atención o el
razonamiento) que son magníficos para un desarrollo intelectual óptimo
de las personas. Por ejemplo: dados con diferentes elementos que sirven
para contar e inventar historias en equipo, los juegos de varios
jugadores que son más estimulantes, las marionetas y títeres que
fomentan diferentes habilidades sociales, afectivas y comunicativas,
juegos que potencien la psicomotricidad (túneles, colchonetas, pelotas,
aros, combas, etc.)” Incluso a veces salir al parque puede ser más
estimulante que una habitación llena de cosas.
6) Hablar con ellos
Nuestros hijos tienen su propio mundo interior, sus propios
conflictos, necesidades, miedos y si queremos saber de ellos, la mejor
herramienta es la que utilizaríamos con cualquier adulto: Hablar con
ellos. “Puede parecer algo obvio, pero la rutina del día a día, el
estrés, las actividades extraescolares y los ritmos de hoy hacen que, en
ocasiones, las familias nos olvidemos de hablar con los más pequeños.
Hablar entendido como escuchar y contar: cómo ha ido el día, qué hemos
hecho, lo peor y lo mejor que nos ha pasado, cómo nos hemos sentido,
etc.” En este sentido, desde PIMILE aportan que “las cenas son un buen
momento para compartir las vivencias. Los niños y niñas aprenden mejor
por imitación, es fundamental que les demos modelos para que se
comuniquen”, es decir, que no solo basta con preguntarles a ellos, sino
que también, observen que nos preguntamos entre nosotros.
7) Dar responsabilidades en el hogar
Otra de esas cosas que parecen obvias y que no lo son tanto. El
desarrollo del niño no solo se centra en sus capacidades afectivas,
culturales y educativas, sino también en enseñarle a cómo desenvolverse
en el día a día. Eso también incluye el cuidado de la casa, algo que
debe ser compartido por toda la familia. “Ayudar en las tareas de casa,
contribuye a que sepan cuáles son sus obligaciones, a determinar su rol
familiar, favorecen la autoestima ya que se sienten útiles y ayuda a
aprender a clasificar, ordenar y planificar aspectos domésticos que irán
ganando en complejidad a lo largo de su vida”, concluye Miriam
González.
EL PAÍS, Domingo 21 de febrero de 2016
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