ISABEL CERDÁN
Psicoanalista, pedagoga y maestra
Psicoanalista, pedagoga y maestra
Jugar es de vital importancia para la vida del niño, en especial el
juego simbólico, que es el que realiza un niño sin que nadie le dirija
el juego. Cuando juegan a ser médicos, superhéroes o papás y mamás,
están practicando el juego simbólico.
Hoy en día se accede al
juego virtual con demasiada prontitud, cerrando la puerta a espacios y
tiempos donde se acceda al juego con juguetes, donde los objetos tengan
al menos tres dimensiones y puedan sustentar el estatuto de objeto
transicional, como decía Winnicot.
Este objeto "mágico" que hace de puente entre el mundo simbólico del
niño y la realidad, en ese espacio que no está ni adentro ni afuera, o
que está (porque sí es posible) en los dos sitios a la vez.
Cualquier
objeto o juguete, comercializado o no, abre un campo de posibilidades
en el que el niño es el que determina dónde empieza y dónde acaba el
juego, su desarrollo y sus reglas. Es en este tipo de juego, el
simbólico, donde surge su subjetividad. Es decir, donde aparecen sus
intenciones de construir o destruir, entre otras; sus pasiones (ese
amor/odio, que es un neologismo inventado por Lacan), sus deseos. Es en
este tipo de juego en el que niño va a estar presente en lo que hace, y
ahí es donde aparece el sujeto.
Se podría alegar que cuando juega con juegos de la tablet
también está muy presente, pero esa presencia no permite llevar la
iniciativa. Normalmente uno se tiene que sujetar a unas reglas muy
determinadas que él no ha decidido. En general, se práctica un
automatismo, un sometimiento en que se repite y se repite y no producen
cambios en quien los práctica. Más bien, una cierta excitación que le
induce a seguir y seguir, y a no poder cortar.
Y bueno, puede ser
interesante, pero lo problemático, como casi siempre, está en la
cantidad de tiempo que se emplea en un tipo de juego u otro.
El
juego simbólico se puede practicar solo o en compañía. En general, sirve
para representar una escena vivida, una historia, pudiendo crear una
ficción en torno a ella. Le llamamos simbólico porque remite a otra
escena, a otra historia, y le va a permitir al niño reelaborarla,
cambiando lugares (el que antes mandaba, ahora puede obedecer),
palabras. Es decir, cambiando el discurso. Va a ser en esa
transformación donde aparece el sujeto, donde va a aparecer el deseo del
niño. Y por lo tanto, va a producir efectos de cambio en él.
A menudo, los niños que no están acostumbrados a este tipo de juegos
pueden ofrecer cierta resistencia. Por eso es tan importante muchas
veces que sean los adultos quienes sostengan esos espacios, al principio
estando más presentes, acompañándolos, ayudándoles, estando cerca y con
pocos objetos o juguetes, hasta que aprendan a "estar solos en
compañía", en palabras de Winnicott. Abrir espacios y lanzar propuestas
determinadas puede producir grandes cambios. ¿Cómo? Por ejemplo, creando
rincones de juego. Es decir, dedicando un espacio determinado de los
lugares comunes (salón, habitación, clase,...), apagando la televisión.
En definitiva, estando para ellos. A su lado y disponibles, como un
asistente cuando se le reclama ayuda. Solamente dando tiempo y
permitiendo que este jugar se repita y que gracias a esa repetición se
puedan producir cambios cualitativos.
Es en el escenario del
juego simbólico donde se pueden producir cambios sustantivos en los
niños. Pero claro, sabiendo que va a depender de la edad y los procesos
vividos por ellos para que la presencia del Otro -la persona
significativa para el niño-, sea más física o simbólica: a mayor
dependencia, hay más necesidad de la cercanía del Otro, de la certeza de
que el Otro está ahí, de que el niño o la niña está bajo su mirada y de
que el adulto va a poder ser garante, en cierta forma, de sus
incertidumbres, de los equívocos que puedan surgir, de los imprevistos.
El
juego permite que aparezca el conflicto. No es que lo provoque, como
algunos pueden argumentar, sino que deja que emerja, lo cual es muy
importante para poder ensayar diferentes respuestas. Está comprobado,
por ejemplo, que si yo repitiera este artículo, nunca saldría de la
misma manera, pues en algunas ocasiones reprimimos unas cosas y en otros
momentos otras. Igual pasa con el juego, que está signado por la tiché,
por el azar y es el protagonista el que tiene que elegir, nunca se
produce igual. Y si así fuera, si la respuesta ante un escenario fuera
estereotipada, siempre la misma, sin cambios, deberíamos preocuparnos
por saber que le está pasando a ese niño.
Entre las múltiples
funciones que puede cumplir el juego simbólico destaco dos
especialmente: una, que puede ser una vía de escape y de elaboración del
mundo pulsional del niño; y otra, que va permitir al adulto comprender y
conocer a los niños en su verdad, no quedándose con la imagen de niño
que tiene en su cabeza -sin escucharlos verdaderamente-
y sorprendiéndose cuando llega a la adolescencia de sus sufrimientos,
bloqueos, actuaciones y deseos.
Este artículo fue publicado originalmente en El HuffPost UK
Imagen: Diego diciembre 2015
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