ELENA MENGUAL
El suicidio de Diego, como antes sucediera con los casos de Jokin, Carla o Aránzazu ha vuelto a colocar el acoso escolar
en los titulares y a disparar la preocupación de padres, educadores y
administraciones ante un problema que, según diversos estudios, podría
afectar a uno de cada cuatro escolares, muchos de los cuales quedan marcados de por vida. Por eso, con cada caso que sale a luz, se repite la misma pregunta, como una constante, en cada hogar: ¿será mi hijo víctima de acoso escolar?
La
cuestión a la inversa, sin embargo, no sólo tiene mucha menos
presencia, sino que a menudo el simple planteamiento provoca un rechazo
de plano entre los padres. ¿Cómo va a ser mi niño un acosador? El pequeño verdugo no se identifica como tal,
y las familias no conciben que su vástago pueda ser el martirio de sus
compañeros. Es más, cuando reciben la noticia, generalmente lo niegan y
culpan a la víctima. E incluso se felicitan de que su hijo sea "de los
duros". Esa negación paterna es, precisamente, uno de los problemas
principales a la hora de atajar un comportamiento que, si no se corrige a
tiempo, puede dar lugar a otras formas de violencia, como el mobbing o el maltrato en la pareja.
El perfil del acosador escolar
Los expertos coinciden en que es difícil trazar un perfil 'tipo' del acosador escolar, si bien apuntan una serie de rasgos que se repiten. Chavales con falta de empatía, baja tolerancia a la frustración, escasa capacidad de autocrítica y ausencia de culpabilidad
por los actos que cometen. Ejercer acoso les hace sentir poderosos y,
cuando se les acusa, no solo no se sienten culpables ni piden perdón,
sino que se hacen las víctimas.
"El perfil es el de una persona que aparenta ser segura,
sincera ('yo digo las cosas como son'), muestra un relativo éxito (es
'el gracioso', 'el ocurrente') y tiene alguna habilidad especial en
alguna área. Pero a la vez presenta dificultades de empatía muy importantes", explica José Luis Pedreira, psiquiatra y psicoterapeuta de niños y adolescentes. "Va de sobrado,
y eso le lleva a tener una relación de dominación con sus iguales".
Perfectamente consciente de lo que hace, de ser "descubierto" no solo lo
negará todo, sino que "se pondrá en plano victimista, hasta el punto de
que llega a conseguir que el que se vaya del colegio sea el acosado, que se declare culpable a la víctima. Es una inversión de la carga de la prueba".
"Son niños que no respetan las normas, que presentan ausencia de límites y carecen de empatía. Y sobre todo, ven que el acoso les genera un rédito:
se sienten impunes ejerciéndolo y les dota de poder y reconocimiento
entre sus iguales, por lo que es un acicate para que esa actuación se
convierta en un hábito", explica Enrique Pérez, presidente de la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar.
Una posición de poder que,
con el paso del tiempo, se viene abajo. "Entre 3º y 4º de la ESO los
chavales empiezan a captar el verdadero valor de las cosas, por ejemplo
de estudiar y de comprometerse, y dejan de valorar el postureo, es más, lo evalúan", explica Pedreira. Un postureo que también tiene sus riesgos en el acosador; "el postureo es una impostura, lo que implica un cierto nivel de estar mal consigo mismo y con los demás".
"No
hay un perfil concreto de acosador. Está desde el que le gusta reírse
de la gente sin ser consciente de que hace daño, hasta el chico que
tiene rasgos psicopáticos, que disfruta haciendo daño. A
veces es una persona que está sufriendo violencia o maltrato en su
casa, que está en un estado de rabia y se dedica a ensañarse con otros,
humillarlos o violentarlos", afirma Carmen Cavestany, profesora y secretaria de la asociación No al acoso.
Qué signos deberían alertarnos
Niños que se burlan a menudo de sus iguales,
que parecen no saber relacionarse sin hacer de menos a otro y que
además tratan de que otros niños les secunden en esas burlas. "Los
padres no deben infravalorar ni minimizar estos comportamientos porque
los vean relacionados con cosas menores, 'cosas de chavales
que han pasado siempre' . Para el chico o chica al que va dirigido es
muy doloroso y para su hijo es un predictor del mal funcionamiento
futuro de sus relaciones personales", explica la psicóloga infantil Margarita Montes. "Haga ver a su hijo que eso no se va a admitir y ponga consecuencias directas -un día sin salir, sin consola...- si persiste".
Para María José Díaz-Aguado, catedrática de Psicología de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid y directora del Estudio Estatal de Convivencia Escolar en la Educación Secundaria,
los alumnos que acosan suelen reunir ocho características, si bien la
más importante sería la primera, un rasgo -explica- que también subyace
en la violencia de género.
"Los niños aprenden que tienen que ser duros y valientes, y además
demostrarlo, que quien pide ayuda es un chivato... Esta cultura que
identificamos como mafiosa es la que queremos cambiar". Una tarea, sin
embargo, ardua, dados los continuos mensajes que reciben en este
sentido, "en películas, o cuando los padres les dicen: 'Si te pegan, pégales más fuerte'".
Cómo son los alumnos que acosan
- Acentuada tendencia a abusar de su fuerza y una mayor identificación con el modelo social basado en el dominio y la sumisión
- Dificultades para ponerse en el lugar de los demás y falta de empatía. Su razonamiento moral es en ocasiones menos desarrollado
- Se identifican con una serie de conceptos estrechamente relacionados con el acoso escolar, como los de chivato y cobarde
- Impulsividad, baja tolerancia a la frustración e insuficientes habilidades alternativas a la violencia
- Dificultades para cumplir normas y malas relaciones con el profesorado y otras figuras de autoridad
- Escasa capacidad de autocrítica y ausencia de sentimiento de culpabilidad por el acoso
- Parecen usar el acoso como una forma destructiva de obtener protagonismo y compensar exclusiones o fracasos anteriores
- Dificultades familiares con los límites, para enseñarles alternativas a la violencia
Iñaki Piñuel, psicólogo, profesor universidad y experto en acoso, va más allá: habla de "pequeños psicópatas".
"No todos los acosadores son psicópatas, pero los que instigan
recurrentemente el proceso sí presentan personalidades psicopáticas, o
bien consolidadas, o bien en vías de hacerlo". Un perfil "al alza" que además vincula con los "actuales estilos parentales".
El papel de los padres
Los acosadores suelen ser chavales acostumbrados a tenerlo todo y rápido, poco tolerantes a la frustración. Por eso, "cuando alguien que no les cuadra se cruza en su camino, lo eliminan. Es un tipo de narcisismo muy
extendido en los niños actuales", explica Piñuel, que señala a los
padres como principales responsables. "Los padres deben ocuparse de que
ese niño interiorice las normas, explicándole su razón de ser y las
consecuencias de transgredirlas. Un niño que se hace adolescente está
buscando psicológicamente límites. Los padres que no están ahí, que no
se ocupan en educar y van a lo cómodo, que es tenerlo con todos los
deseos cubiertos, le están dejando huérfano de esa necesidad de interiorizar la norma social".
Sin
embargo, es habitual que la reacción de los padres cuando se les
informa de que su hijo está acosando a otro sea ponerlo en duda, e
incluso acusar a la víctima. "Cuando llamas a las familias de los acosadores, no se lo creen, los protegen, los disculpan,
no dan crédito. A veces incluso cobra mayor dimensión porque las
familias intervienen, se posicionan, de modo que no sólo no lo corrigen,
sino que manipulan a otras familias en contra del propio acosado",
cuenta Cavestany, en línea con la experiencia de Enrique Pérez: "Lo
normal es que el padre lo niegue e incluso llegue a enfrentarse con la
familia que denuncia el acoso. En vez de sancionar o
intentar corregir la actitud de su hijo, lo niegan, e incluso amenazan a
los padres de la víctima para que no acusen a su hijo, lo que deja
claro de quién ha aprendido la conducta el niño".
Una reacción, a juicio de Pedreira, comprensible, ya que aceptar que su hijo es un acosador supone de algún modo poner en cuestión su labor como padres.
"Los padres habitualmente niegan la mayor, se colocan del lado de la
negación. Dicen: 'Pero si mi hijo es muy rico, juega muy bien al
balonmano, al baloncesto o al fútbol, es muy popular. ¿Cómo es posible
que digan eso de mi hijo, si todos le quieren?'".
Montes también llama la atención sobre el propio lenguaje y formas que se emplean en el hogar. Un lenguaje con insultos y
descalificaciones, aunque sea para hablar del jefe o del vecino, debe
ser cortado de raíz de forma visible para los hijos. "En caso de que los
padres no sean capaces de reconducirlo en casa sólo con estas pautas,
es conveniente que se evalúe a su hijo, porque quizá esté resolviendo y ventilando de esta forma problemas personales, inseguridades o dificultades que le generan rabia".
Reconocer la situación y actuar
En el Estudio Estatal sobre la Convivencia Escolar en Educación Secundaria
(2010), solo un 2,4% de la población escolar se autoidentificó como
acosadora, frente al 3,8% que lo hizo como víctima. Una diferencia que
Díaz-Aguado atribuye a que hay acosadores que no se ven como tal.
"A los acosadores y sus familias les cuesta mucho más reconocer la
situación que a las víctimas, algo que sucede también con la violencia de género.
Hay una condena social fuerte y a quien lo ejerce le cuesta
reconocerse, igual que les sucedía antes a las víctimas de maltrato y a
sus familias, cuando no existía tal conciencia del problema".
Para
la catedrática es fundamental reconocer la realidad, sustituir la
negación o el sentimiento de culpa por la responsabilidad y ponerse
manos a la obra, en colaboración con la escuela. "Los acosadores de algún modo están pidiendo ayuda,
llamando la atención. No puede haber impunidad, pero requieren toda la
colaboración para salir de esa situación y emprender otro camino. Tienen que dejar de sentirse héroes,
de minimizar lo que hacen, de culpar a la víctima. Tienen que reparar
el daño causado». Díaz-Aguado ve imprescindible una medida correctiva,
pero también una reeducación. «Sólo el castigo no basta
para que cambien, hay que tratarlos para que entiendan que lo que han
hecho está mal, se arrepientan y aprendan a hacer algo que repare el
daño. Hay que enseñarles a ser protagonistas en positivo en lugar de en
negativo».
Las consecuencias de no atajar estas conductas en la
infancia pueden ser graves. Un niño que se burla de otros, chantajea,
roba la merienda, manipula o amenaza, irá a mayores si no se toman
medidas. "Es un problema social que los padres de los acosadores no
calibran, y esto es un muy mal pronóstico para ellos. Luego esas
familias no pueden con ellos después de la adolescencia porque se les ha
pasado la edad para que interioricen la norma moral y social".
Piñuel
alude a estudios longitudinales que señalan que un 60% de los niños que
participan recurrentemente en comportamientos de acoso cometen al menos
un delito antes de los 21 años, y un 24% cometen al menos tres. "Estos
estudios demuestran que ser acosador es una mala noticia para la familia.
El padre que se felicita de que su hijo está encima y no debajo, de que
es acosador y no acosado, está posponiendo un problema que le va a caer
después a la sociedad".
Para el profesor, "toda una generación de pequeños psicópatas
se está socializando así en la escuela y repetirá patrones en la vida
adulta. Luego nos sorprenden las cosas que suceden en la política o en
el ámbito de la empresa, pero es que si la internalización de la norma moral fracasa en la adolescencia, tendremos un psicópata adulto, y hay ya no hay nada que hacer".
El psicólogo alerta además de que, lejos del estereotipo dominante, los acosadores no proceden de entornos socialmente desfavorecidos. "Todo lo contrario. Los acosadores seriales más crueles que hemos visto vienen de familias impecables, estructuradas, con recursos...".
La
primera llamada del colegio alertando de que su hijo es irrespetuoso o
se burla de otro de manera persistente debería ser suficientes para
movilizarnos, porque "la noticia es mucho peor que si le hubieran dicho
que académicamente no será capaz de terminar el curso", afirma Margarita
Montes. En su opinión, si al menor acosador no se le reconduce a
tiempo, las probabilidades de que en el futuro generalice y repita estas
pautas en otros entornos, como el laboral o el familiar, son elevadas.
Relación con otras formas de acoso
"Con
los datos que tenemos, con el paso del tiempo el acoso escolar decrece,
de forma que es más escaso en los últimos años de la Secundaria; sin
embargo, el número de niños que se convierten en acosadores seriales
aumenta. De forma que llega a la vida adulta con un perfil de
depredador, que repetirá en situaciones de acoso laboral o maltrato en la pareja", afirma Piñuel.
La relación entre el acoso escolar y otras formas de violencia se
ha estudiado profusamente. La Unidad de Psicología Preventiva de la
Complutense cuenta con un programa que trata de forma conjunta la violencia de género y el bullying. También se relaciona el acoso escolar con el laboral. "Se sabe que la gente que está involucrada en bullying suele estarlo también en mobbing. El
acoso es una manera de ser y de relacionarse, y sobre todo de
despreciar al otro, y el que no tiene empatía no la tiene en ningún
ámbito", apunta Pedreira.
"Por eso es tan importante la
prevención: no solo para defender a víctima, sino para que el sistema
escolar emita un mensaje contundente de que esas conductas son
inaceptables. Cuando los directores se quitan a la víctima de encima
-cambiando de colegio-, no resuelven el problema, simplemente lo
aplazan", alerta Piñuel. "Los acosadores seriales repiten una y otra vez
la conducta, y es cada vez más frecuente que sean acosadores en la vida
adulta, dentro de la pareja o cuando son jefes. El mobbing hay que prevenirlo desde la escuela".
EL MUNDO, Viernes 05 de febrero de 2016
Ilustración: GABRIEL SANZ
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