SERGIO C. FANJUL
Háganos caso: deje su asiento a las embarazadas, ceda
el paso a los mayores, no hable con la boca llena, sea educado, sea
amable. Antes de entrar, deje salir. No solo por seguir ciegamente las
tradiciones sociales fuertemente arraigadas (ahora que estamos en
tiempos de cambio), sino porque muchas veces (no siempre) las normas de
convivencia establecidas son beneficiosas para la sociedad y para uno
mismo.
"Todo son beneficios", dice Carlos J. Redondo, editor de la web protocolo.org,
"la buena educación es un valor que suma y que nunca resta. Una buena
preparación profesional se ve potenciada si además quien la tiene es una
persona bien educada y con buenos modales. Estos facilitan las
relaciones sociales, personales, laborales y familiares. Mejoran la
imagen de una persona, abren muchas puertas y generan actitudes
positivas en los demás". Aunque, claro, también se espera que seamos
educados sin esperar nada a cambio.
La ciencia tiene algo que decir. Y va en la misma línea. Por ejemplo, varios estudios de universidades como British Columbia o Yale
han demostrado que ser agradecido, además de ser de buen nacido, tiene
efectos positivos, aumentando nuestro bienestar y reduciendo la ansiedad
y la depresión. No tenga miedo a decir 'gracias'. Mediante un estudio a
través de imágenes cerebrales, investigadores de la Universidad de
Indiana liderados por el investigador Prathik Kini
encontraron que cuanto más agradecidos seamos hoy, más fácil nos será
serlo mañana, como si ejercitásemos una especie de "músculo de la
gratitud" y cayésemos en un círculo virtuoso que hace que también los
demás sean más sociables con nosotros. Por si fuera poco,
investigaciones de la Universidad de Huazhong, en China, arrojaron que
ser amables nos hace también más atractivos a los demás.
Los pequeños actos de cortesía que recibimos, como una
taza de café o un favor en el trabajo, liberan dopamina en nuestro
cerebro, uno de los neurotransmisores implicados en el bienestar.
"Desgraciadamente, cuando alguien está cuidando de nosotros a diario
nuestro cerebro no lo reconoce tanto como debería", escribe, en el
diario británico The Guardian, Daniel Glaser, director de la Science Gallery del King's College de Londres.
Así que conviene estar atento a aquellos que día a día hacen cosas por
nosotros sin demasiados aspavientos, que suelen ser los más cercanos.
Porque, como observaba Francis Scott Fitzgerald, muchas veces las
personas elegantes son tan amables con los extraños como bruscos con los
más queridos.
¿Se están perdiendo los buenos modales?
Las buenas maneras son cosa longeva. Desde el
Renacimiento se han ido recogiendo en textos de Erasmo de Rotterdam,
Baltasar Castiglione o Giovanni della Casa. Pero, imbuidos de
pensamiento apocalíptico, siempre parecen estar a punto de desaparecer
(los punks llegaron en el año 77 escupiendo a las señoras y
levantando el dedo corazón: aquello era el fin del mundo). En 2010, la
escritora Esther Tusquets denunciaba en Pequeños delitos abominables (Ediciones B) la erosión de la cortesía (por ejemplo, la pérdida del uso del usted). Y si es tan beneficiosa y se abandona, algo estamos haciendo mal.
Pero, ¿se está perdiendo realmente, como muchas veces
dicen los más viejos del lugar? Para Redondo es más una percepción
personal que una realidad: "Nuestros abuelos, nuestros padres, nosotros
mismos en alguna ocasión hemos tenido esa percepción, hemos pensado que
se estaban olvidando las buenas maneras. Es una cuestión generacional,
casi un tópico. Y como buen tópico, puede que tenga una pequeña parte de
verdad, pero tiene mucho más de leyenda, mito o falsedad".
Los tiempos están cambiando. Explica el experto que
hasta hace poco se confundía el miedo con el respeto. Muchos de los
gestos "educados" se hacían por temor al castigo y no por un acto de
consideración admitido como tal. Así, muchas personas "perciben" que se
están perdiendo costumbres o usos que para ellos eran fundamentales en
su educación pero que, actualmente, no lo son para los jóvenes y para el
nuevo entorno en el que se mueven. "Claro que hay gente maleducada",
dice Redondo, "como la ha habido siempre pero, seguramente, no hay más
gente maleducada que en otras épocas".
No tan optimista se muestra Carmen Cuadrado, autora del libro Las buenas maneras contadas con sencillez
(Maeva): "Los buenos modales no se están enseñando ni transmitiendo,
los niños se están educando en las redes sociales, sin referentes. No se
enseña a respetar en el colegio ni en la familia, y no hay
consideración con los más vulnerables". Para la autora, las reglas de
educación son las que hacen que la convivencia en sociedad sea posible,
pero, además, mayormente están ahí para proteger a los más vulnerables:
los mayores, los niños y los discapacitados.
Rastas en los escaños
Con la formación del nuevo parlamento, las rastas, la
ausencia de corbatas y, en general, el aspecto un poco más casual de
algunos nuevos diputados fueron la comidilla de esas jornadas.
Los tiempos cambian, y en la Era Google también estamos acostumbrados a
ver a ejecutivos o trabajadores de modernas empresas tecnológicas
huyendo del traje y enfundando camisetas raídas. ¿Significa esto cierta
degeneración en las costumbres? ¿Se están perdiendo las formas?
"Depende del código de cada empresa", responde
Cuadrado, "hay compañías en las que ir en camiseta y bermudas es una
falta al protocolo, claro, pero también hay otras empresas jóvenes y del
ámbito creativo en las que lo que es una falta es llevar corbata. Todo
depende de los valores de la firma. Respecto al Congreso: el traje y la
corbata son una costumbre arraigada, no deja de ser un uniforme, pero no
es código escrito, así que cada uno puede ir como quiera sin quebrantar
las normas que, por otro lado, tienen que irse adecuando a los cambios
sociales". (Tanto avanzan los tiempos que ya existen hasta códigos de
cortesía digitales, destinados al buen funcionamiento de las relaciones
sociales a través de redes, correo electrónico y otras entelequias
internéticas).
Según Redondo, no hay que confundir las reglas de
educación con las costumbres: "Los jóvenes que visten con un estilo
informal, con una imagen peculiar (rastas, tatuajes, piercings)
pueden causar una primera impresión chocante por no ser una imagen muy
común o cotidiana, pero es parte de la evolución y de la transformación
de la sociedad, que se refleja en nuevos hábitos y costumbres que no
tienen por qué ser mejores o peores que otros. La mayoría de los cambios
tienen una parte de 'transgresión' y eso suele costar asimilarlo, pero
sin ellos seguiríamos igual que hace cien años. ¡Menos mal que vamos
evolucionando!".
EL PAÍS, Jueves 04 de febrero de 2016
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