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Cómo influye la infancia en que de adulto uno sea de derechas o de izquierdas

GEMA LENDOIRO
ABC entrevista a Pablo Ortiz, autor del ensayo sobre cómo mienten los políticos «¡No te van a mentir más!», de Izana Editores.
¿Qué es una persona progresista y qué es una persona conservadora? Y rizando el rizo, ¿qué es una persona liberal?
Por definición, ya que tenemos que partir de algún punto, desde una concepción democrática de los términos podríamos definir a las personas conservadoras como aquellas que son más favorables a la continuidad de las estructuras vigentes y que defienden los valores tradicionales de la sociedad en la que viven. Por otro lado, aquellas personas que se definen progresistas tienen en común que defienden y buscan el desarrollo o la evolución de los aspectos económicos, sociales, científicos y culturales de esa misma sociedad en la que están.

Las y los liberales son aquellos que son favorables a las libertades civiles y a los derechos individuales en lo social y que defienden un mercado predominantemente desregulado en lo económico.
En España está muy difusa la línea que separa estos dos conceptos pero, ¿se podría decir que los que votan a la izquierda son personas progresistas y los que votan a la derecha son personas conservadoras?
Efectivamente, en nuestro país los conceptos de progresismo, conservadurismo y liberalismo realmente son muy nuevos en cuanto al uso dentro del constructo social. Es desde hace relativamente poco que nos estamos acostumbrando a utilizar estas definiciones en nuestras conversaciones diarias, sean en materia técnica o personal. En España, por nuestra historia más reciente de todo lo acontecido durante el Siglo XX, básicamente habíamos reducido la política a izquierdas y derechas sin ponerle más adjetivos. Además, esto ha estado reforzado en los últimos 30 años por la predominancia de dos grandes formaciones políticas (PSOE y AP-PP) que por un lado mantenían ese ideario social (votar PSOE es votar a izquierda y votar PP es votar a la derecha) y por otro, fagotizaban cualquier intento de desmarcarse de estos conceptos que a nivel nacional intentaban otras formaciones, de tal manera que aquellas que querían sobrevivir en el panorama político finalmente optaban por entrar en ese juego, aunque con matices para intentar la distinción.
Es solo desde hace apenas cinco años cuando este ideario social y político se desmorona con la irrupción de nuevas formaciones políticas lideradas por una generación que se desmarca, al menos en las formas, de las izquierdas y las derechas tradicionales para introducir los conceptos clásicos de la política anglosajona de los que hemos hablado antes en donde la forma de hacer política ya no es vertical, sino horizontal y en donde la tradición política española de izquierda, derecha y centro se transforma en progresismo, conservadurismo y liberalismo.
Con la ampliación del espectro político, se ve claro que todas las formaciones han de reinventarse y sobre todo adaptarse para no perder el tren de la política española del siglo XXI. Hasta estas últimas elecciones generales, debido sobre todo a que las generaciones que vivieron de los años 40 hasta los 80 aún son activas, hemos vivido una transición de conceptos donde hemos mezclado todo en un mismo cazo y de allí cada uno se apropiaba del adjetivo que más le convenía según contaba el mensaje o lo tenía que trasladar. Desde esa concepción, creo que la respuesta a la pregunta es un «Sí» por esa convivencia de generaciones y por esa necesidad de los partidos nuevos de hacerse hueco adoptando conceptos clásicos. Pero lo que es seguro que si esa pregunta me la haces dentro de dos legislaturas, la respuesta será que «No».
¿Qué hace que una persona sea conservadora o progresista? ¿Nace? ¿Se hace? ¿Es el entorno? ¿Se hereda? ¿Es en contrapartida a lo que vive en su casa?
Desde que nacemos hasta la adolescencia, nuestros modelos de aprendizaje son los progenitores y la familia extensa. Desde la adolescencia hasta la etapa adulta, imitamos y nos integramos en función de la disposición del grupo de iguales y desde la edad adulta, asimilamos comportamientos de entornos laborales, educativos y de nuestras parejas sentimentales para poder adaptarnos. Somos animales de costumbres y esto siempre es así con contadas excepciones.
Desde esta regla de aprendizaje social, está claro que buena parte de nuestro posicionamiento ideológico es una conducta aprendida mezcla de lo vivido en el seno intrafamiliar y lo vivido en el medio. Nadie nace con un pensamiento preestablecido porque la ideología no es algo que se herede por genética, como sí lo es el color de los ojos. El hecho de ser de una manera u otra, de comportarse de una forma u otra viene condicionado por lo visto, vivido, sentido y aprendido a lo largo de toda la vida.
Lo que también es cierto, que esas formas de ser y estar en la sociedad se magnifican durante una etapa vital muy concreta que es la adolescencia. Etapa que se caracteriza por la rebeldía y el cuestionamiento ante cualquier norma establecida, especialmente las que emanan del seno familiar. En cuanto al aspecto ideológico del adolescente, no es que en esta etapa (por lo antes dicho) se configure en contraposición a lo vivido en casa, más bien lo que se produce es un radicalismo de esas vivencias (las y los adolescentes se posicionan en los extremos de las mismas ideologías con las que han crecido en casa) que por norma general se termina retrayendo al punto de origen a medida que vamos creciendo. 
¿Cree que en general las personas tienen más tendencia a ser progresistas de jóvenes y conservadores de mayores? ¿Por qué?
No, no lo creo. Retomo la respuesta anterior, lo que creo es que aquellas y aquellos jóvenes que han crecido en un entorno normalizado y progresista en casa, por la definición psicológica clásica de la adolescencia, radicalizan su discurso y su comportamiento pero siempre en esa línea de «izquierdas». Por el contrario, quienes han crecido en un entorno familiar más conservador y también normalizado, lo que hacen es radicalizar ese ideario pero siguiendo esa línea de «derechas». Muy pocas veces pasa lo contrario, y cuando pasa es porque en el seno familiar ya se estaban viviendo discursos radicales extremos (en ambas direcciones) y al joven ya no le queda más recorrido en esa dirección, y en ese afán rebelde, que pasarse «al bando contrario». Los extremos siempre se tocan y la línea que separa estos extremos es muy fina. ¿Hay algo más transgresor para un adolescente que asumir como propio un discurso de derechas cuando tiene unos progenitores de extrema izquierda, o al contrario?
¿Tiene algo que ver la empatía con comulgar con valores de izquierdas?
Indudablemente sí, y esto es debido a esa concepción clásica de que «ser de izquierdas» es ser más humanista, estar más comprometido con la sociedad, estar más preocupado por el conjunto social que por uno mismo y tener vocación de servicio público. Por supuesto que bajo este paraguas, si una persona no tiene un alto grado en empatía, sino tiene capacidad real de ponerse en el lugar del otro para ver con sus ojos otra realidad, es imposible asumir estos valores clásicos de la izquierda.
¿Tiene algo que ver la ambición por los negocios y la habilidad para los mismos para comulgar con valores de derechas?
A esta pregunta también tengo que responder que sí aunque con matices. No es tanto la habilidad como la ambición. Como norma general, aquellas familias cuyos valores han sido los tradicionales de derechas siempre han tenido una característica común que es una mayor capacidad económica fundamentada en la independencia que producen los negocios propios. Es una realidad que nadie hace dinero sin tener antes dinero. El «American Dream» no es más que una quimera y es prácticamente imposible llegar a tener un negocio partiendo sólo de un dólar o un euro. Lógicamente, si creces en el seno de una familia con posibilidades económicas, tendrás más posibilidades de poder llegar a tener un negocio propio basado en profesiones liberales. Pero está claro que la habilidad para desarrollar prósperamente ese negocio no es una cuestión de ideología sino de capacidad. Sin capacidad da igual el pensamiento político que profeses.
Ambos conceptos anteriores, ¿son incompatibles entre sí?
No, ni mucho menos. Y más cuanto más nos adentramos en el Siglo XXI. Seguramente hace 60 años sí era incompatible por lo antes dicho en cuanto a las diferencias sociales y económicas de cada ideario, pero en este momento todo eso está muy difuminado. Los idearios no están tan claros y el progreso social hace que mucha gente puedan ser verdaderos triunfadores empresariales con marcado acento conservador, y a la vez ser reputados filántropos cuyas acciones sociales son totalmente progresistas. A poco que nos esforcemos, nos vendrán a la mente varios nombres que perfectamente estarían dentro de este perfil. A medida que avancemos socialmente, esta distinción será cada vez más global y no haremos distinciones tan drásticas en cuanto a ideario de manera que ser de un “«bando» impida coger cosas del otro. Seremos muy diferentes en este aspecto a la hora del día a día aprovechando, no lo mejor de cada ideología, pero sí lo que mejor nos cuadre con nuestra manera de ser sin líneas rojas. Ahora eso si… una cosa es el día a día donde actuamos con la cabeza siendo más racionales en la búsqueda de objetivos, y otra muy distinta es el ir a votar, donde el corazón (todo eso que somos, que hemos aprendido, que nos han enseñado… la familia, los iguales, la pareja…) es quien manda a la hora de coger la papeleta.
¿Cree usted que la derecha española es conservadora?
Sí que lo es, si pensamos en los partidos políticos que tradicionalmente han ocupado ese espacio. Tanto desde el punto de vista puramente de definición de diccionario, como desde el punto de vista de actuación real cuando han tenido la opción de gobierno. Hasta el día de hoy, la derecha en España ha enfocado su acción legislativa hacia el mantenimiento de las estructuras de gobierno y de poder vigentes a la vez que mantenían unos valores que ellas y ellos entienden que son los tradicionales de la sociedad española.
¿Cree usted que la izquierda española es progresista?
No podemos obviar que los grandes cambios sociales, científicos y culturales se han producido cuando España ha tenido un gobierno de izquierdas. Desde esa perspectiva de desarrollo y evolución, y asumiendo que el partido de gobierno durante estos procesos es un partido de izquierdas, podemos inferir que la izquierda española sí que es progresista tanto en las formas como en el fondo.
ABC05/02/2016

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